Pasas

18/10/1992

Hoy domingo fuimos a ducharnos al mismo tiempo Anna, Karina, Elena, Julieta y yo después de haber ido a la misa y pasar toda la tarde en los jardines traseros platicando y haciendo tarea. Cinthia nos aconsejó ir en grupos a todos lados por si las Rosas intentan hacernos alguna mala jugada. Por fortuna encontramos suficientes cubículos de ducha disponibles a esa hora. 

—Deberían cambiar las regaderas —habló Elena —, ya están viejas. O que hagan un club de plomería para que nosotras mismas arreglemos la escuela.

—Eres muy soñadora —señaló Julieta desde su ducha.

—Yo estoy de acuerdo, ¿por qué no abres tú el club, Elena? —agregó Karina casi gritando.

—No es mala idea, pero si no juntamos cinco personas, el club desaparecerá, por algo no lo han abierto —contestó Elena.

—¿Desde cuando estudias aquí? —preguntó Anna.

—Toda la primaria, después me salí y volví en la prepa. Este es un buen colegio, por eso volví.

—Tal vez, mientras te fuiste hubo un club de plomería —señaló Anna.

—No, no lo hubo, yo estoy desde la secundaria y lo que abrieron fue un club de mecanografía que duró tres años; y electrónica, que duró un año, por cierto, yo estuve ahí, pero desde que abrieron el de cosmética muchas dejaron meca y electrónica… hasta yo —dijo Karina riéndose.

—De todas formas voy a intentarlo, estoy harta del chillido de las tuberías en la noche, no sé, tal vez se pueda hacer algo —concluyó Elena —, además, le llevaríamos la delantera a las Rosas. ¿Ali, volverás a tus clubes?

—¿Por qué lo mencionas?

—No es por presionarte solo a ti. De verdad creo que entre más actividades de club tengamos más las superaremos. Hablo de las Rosas. ¿No quieres demostrarles que puedes?

—Ah, bueno… De hecho, estaba pensando en regresar a pintura y danza, si me acomodo, tal vez pueda unirme a ustedes en plomería.

—Eso es súper inteligente de tu parte, Ali. Y gracias por apoyar el club nuevo —respondió Elena con orgullo en su voz.

Salimos de los baños ya vestidas y nos dirigimos a nuestros dormitorios para peinarnos, la escuela prohíbe andar sin uniforme, incluso los domingos, y como tal, no podemos ir desarregladas del cabello.

Anna me acompañó a mi cuarto, como ella tiene el pelo corto no le cuesta trabajo peinarlo y quiso ayudar a secarme y cepillarme. Parecía bastante concentrada, yo solo la miraba a través del espejo. No estaba segura de por qué estaba siendo tan amable conmigo y tenía miedo de estar malinterpretando lo que ella hacía.

—Estás muy callada, Ali, cuéntame un chiste.

—Te vi muy atenta… no me sé ningún chiste, creo que tú sabrás más que yo.

—Está bien, ahí te va — Pensó un poco y luego continuó —... ¿cuál es el último animal que subió al arca de Noé?

—¿Cuál? —pregunté distraída mientras jugaba con una dona elástica.

—El delfín.

Dejé mi juego y volteé a verla por el espejo. Anna se estaba aguantando la risa y al ver mi cara empezó a carcajearse. Solo pude resoplar y sonreír un poco.

—¡Vamos!, ¡ríete!

—No, es un chiste bobo —dije cruzando los brazos.

—Es que te faltan… ¡Cosquillas!

Anna se abalanzó sobre mí y me picó las costillas, el vientre, el cuello y las axilas haciéndome caer al suelo y retorcerme riendo hasta que me dolió el estómago, no podía, incluso abrir bien los ojos.

—¡Ya basta! ¡Basta! —gritaba con el aire escapando de mis pulmones por la risa.

—La boba eres tú —dijo sentándose encima de mí para inmovilizarme.

—Basta, estás arrugando mi uniforme, tendré que plancharlo antes de salir — me quejé todavía sin poder dejar de reír.

De pronto se detuvo y sentí que me besó la mejilla derecha.

—Sí, tú eres la boba.

Anna se paró y acomodó el uniforme. Parecía algo molesta. No entiendo, la que sufrió el ataque de cosquillas fui yo.

—¿Estás bien? —pregunté poniéndome de pie.

—Claro — Se volteó de nuevo frente a mí y forzó una sonrisa —. Tengo que irme, olvidé algo en mi cuarto, nos vemos mañana, tengo que terminar mi tarea.

—Entiendo… ¿Saldrás con nosotras a cenar? 

Caminó y se detuvo en la puerta antes de abrirla.

—No. Hasta mañana.

Su voz me decía que estaba enojada. ¿Quién soy yo para obligarla a decirme lo que le pasa? En cuanto se fue arreglé mis cosas para salir con las chicas, en la cómoda todavía estaba el plato del día anterior, aunque ya me había comido todas las uvas.

En el comedor, Karina me ofreció una bolsa de pasas.

—Si quieres, puedes darle unas a Anna, ustedes son muy unidas —dijo Karina.

—Son muchas —respondí.

—Descuida, tomé en cuenta porciones para todas pero olvidé que a Elena no le gustan.

—No sé cómo a ustedes sí les gustan —reclamó Elena.

Fuimos juntas a las habitaciones y después me dirigí al cuarto de Anna. Toqué un par de veces, creí que no me abriría. Gritó desde adentro y le dije que le traía un regalo. Abrió la puerta con lentitud y me preocupé por su expresión.

—¿De verdad estás bien? 

—Eh… sí, bueno…

Sus ojos estaban rojos e hinchados. Con mi pulgar le limpié una lágrima que se asomaba de su ojo izquierdo.

—Estás llorando —dije casi en un susurro.

Anna me rodeó con sus brazos, me jaló hacia adentro de su cuarto, dejando escapar el llanto y se apoyó sobre mi hombro.

Cerré la puerta detrás de nosotras y correspondí a su abrazo.

—¿Te duele algo? ¿Tiene que ver con tu familia? ¿Extrañas a tus padres?

Anna no podía contestarme en ese momento. Después de unos minutos habló.

—Sí… me duele algo.

Señaló su pecho y luego volvió a abrazarme fuerte.

—Perdona, no debo molestarte con eso.

—No, si te duele, vamos a la enfermería, si quieres te acompaño…

—¡Me dueles tú, Ali! —gritó de pronto.

Se inclinó hacia mí y me robó un breve beso en los labios.

—Esto es lo que siento por ti, Alicia — dijo volviendo a acercarse a mí.

Me asusté y la empujé. Salí corriendo a la velocidad que daban mis piernas con la cabeza agachada, sentí que mis mejillas ardían y que mi corazón rompería mi pecho al latir. A medio pasillo choqué con alguien y caí encima de ella.

Detrás escuché a Anna gritar mi nombre.

Me levanté con cuidado y me encontré con los ojos de Fernanda, quien estaba tirada en el suelo intentando ponerse de pie, se quedó mirándome sorprendida… no más que yo.

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