Duraznos

16/10/1992

Lamento tanto haber echado a perder mi promedio en tan poco tiempo solo por lidiar con el odio de Fernanda. He estado pensando en que debo ser más valiente y echarle ganas a mis estudios esta vez, a lo mejor así me olvido de ella.

Las chicas hicieron lo que no pude hacer en estos meses: acusar a Fer y a su prima con la directora.

Fue cuando salí del salón por unos documentos que me encargó la maestra Pina, ella da pedagogía, el plan de la escuela es mandarnos preparadas para trabajar casi en cualquier cosa. Ella siempre ha sido amable y algo distraída, mis compañeras le han ayudado a traer sus materiales al salón y en esa ocasión me tocó a mí. Traía una caja llena de papeles en blanco, listas de alumnas y otras cosas, no pesaba demasiado, aunque sí era un bulto voluminoso.

Ya estaba a unos metros del salón y se me ocurrió recortar el camino atravesando el patio para llegar más rápido. Habían unas chicas del Salón de las Rosas por ahí, pero no les puse atención, solo quería llegar pronto. 

Entonces una de ellas estiró la pierna y me hizo tropezar; caí sobre un charco de lodo frente a mí y todo lo que llevaba estaba regado a mi alrededor, miré hacia atrás y me encontré con Fernanda, ella sonrió con malicia y detrás, las otras chicas de su salón comenzaron a reírse también.

En ese momento me sentí más que humillada, las lágrimas comenzaron a salir, mi pecho dolía tanto que sentía que no podía respirar, sostuve la mirada en Fernanda, no quería ver a las demás, quería preguntarle a ella por qué estaba llegando tan lejos.

De pronto vi a Anna acercarse a Fernanda y darle una cachetada. Detrás llegaron Cinthia y la maestra Pina para llevarse a ambas a la dirección. 

Anna y Fernanda estarán ayudando a cargar los insumos de la cocina de los proveedores a la bodega durante un mes, además, Fer tendrá que ayudar a hacer la lavandería de los manteles y cortinas por dos meses; eso último fue su castigo por tirarme al lodo. 

Me permitieron faltar a la clase para darme una ducha. 

No estaba segura de querer volver al salón y me quedé sentada en la cama mirando a la nada. Pensaba en Fer, a pesar de que me ha hecho tanto daño sigo sin entender cómo pasó de amarme a odiarme, o ¿acaso solo estaba mintiendo? 

Cuando tuve dolor de estómago y tuve que ir a la enfermería ella me acompañó, se perdió todas las clases del día para cuidarme, me preparó un té de manzanilla, comió conmigo una desabrida sopa y aunque me sentía terrible, ella estuvo junto a mí. 

El sonido seco de la puerta de madera me sacó de mis pensamientos. Era Anna. La dejé pasar y me entregó un plato hondo con duraznos en almíbar.

—¿Por qué me das esto?

—Come, el dulce anima a las personas y te ves demasiado triste ahora, piensa que es como una medicina.

Anna tomó un durazno con el tenedor y lo acercó a mi boca. Yo desvié mi cara rechazando su gesto.

—Oye… sé que era tu amiga y ahora te has de sentir muy mal por lo que te ha hecho. Come y si quieres, tómate el día libre. Mañana estarás recuperada —dijo con gentileza.

Parecía que podía leer mi mente. Tomó de nuevo el durazno y yo abrí mi boca para aceptar la fruta .

—¡Eso! Tómatelo con calma.

No quiero que Fernanda siga interfiriendo con mis estudios, he entendido el mensaje: “No te amo, estás en el pasado”, eso quiere decir, y si no me ama, lo único que puedo hacer es seguir adelante.

—Bueno, yo tengo que volver pronto. Nos vemos.

En cuanto Anna se giró hacia la puerta para salir yo la tomé del brazo, no quería que se fuera.

—Come conmigo, por favor — Le rogué con voz adormilada y la mirada clavada en el suelo.

Cuando llegamos juntas al salón, las chicas hicieron escándalo, vitorearon, rieron y aplaudieron.

—Ali, no te preocupes, a partir de ahora estaremos al pendiente de esa bola de peleoneras, no volverán a hacerte daño porque ya no estás sola, ¿entendido? somos Margaritas pero no nos dejaremos pisotear —dijo Cinthia casi con un tono solemne.

Esa noche hicimos otra pijamada. Las chicas quedaron en que acusarán a las Rosas si intentan hacerme daño a mí o a las demás. De alguna forma, sentí sus palabras como pequeños abrazos invisibles.

Al siguiente día todo tomó un rumbo más serio.

Durante el receso, Karina volvió al salón y encontró a Fernanda metiendo piedras y basura en mi mochila. Pronto las Margaritas rodearon a Fer y le quitaron la copia de la llave de mi mochila, algo que nunca pude hacer por mi cuenta. Una maestra llegó al salón y ahora Fernanda ha sido suspendida de las clases regulares por una semana. Dijo en voz baja que se vengaría de todas.

Ya en la tarde Margaritas y Rosas nos enfrentamos en el patio trasero.

—Dejen en paz a Alicia o pronto todas ustedes estarán suspendidas —reclamó Cinthia.

—¿Crees que te tenemos miedo, “Chilindrina”? —respondió Daniela, al parecer, ella es la jefa de grupo. Ahora las cosas tienen más sentido.

—¿Saben que ese tipo de comportamiento es de gente vulgar? —dijo Cinthia con seguridad.

—¿Qué harán? ¿llorar como pequeños cerdos? —soltó la rubia sin despegar su mirada de mí.

—Soy yo la que te está hablando. Escúchame bien: tú y tus… ¿amigas?, ¿subordinadas?, en fin, están actuando de manera cobarde, si tienen las agallas ¿por qué no hacemos esto de la forma correcta?

—¿Qué quieres decir?

—Simple. Hagamos una competencia justa en el evento de día de muertos, ustedes preparan su espectáculo, nuestras Margaritas el suyo y que el profesorado condecore a las mejores.

Daniela sonrió y chasqueó la lengua.

—Eso es demasiado aburrido, ¿qué tal si ponemos un castigo a las perdedoras?

Todas se alborotaron y soltaron bullas, insultos y risotadas sarcásticas.

—Hecho. Esta vez pelearemos con honor —respondió Cinthia. El resto de nosotras abrimos más los ojos sorprendidas.

—¿E…estás segura? —respingó Karina encogiendo los hombros.

—A pesar de que el lema de las “Margaritas” es “Inocencia, humildad y delicadeza”, podemos competir sin ningún problema, de perder, aceptaremos el castigo. Solo si es lo justo. No nos echaremos atrás, chicas —soltó dirigiéndose a nosotras.

Las Margaritas agarraron valor y aceptaron el desafío. Algunas chicas y yo estábamos paralizadas, tal vez ellas sentían lo mismo que yo: ganas de tener la oportunidad de defenderme, aunque con gran temor a fracasar y ser humillada.

—¿Qué es lo que tienen en mente? —preguntó Cinthia.

—Que sea sorpresa, así será más divertido. Más les vale que no se contengan, porque nosotras no tendremos piedad.

—Solo con la condición de que no implique desnudarse, drogarse, embriagarse, o cualquier cosa que arriesgue nuestra permanencia en el colegio. 

—Aclaro: ninguna podrá acusarnos a la dirección por los castigos. ¿Entendieron?

—Lo dices como si fueras a ganar,  de todas formas… Trato hecho —contestó Cinthia extendiendo su mano a Daniela.

Después del apretón, la rubia se limpió la mano con su falda como si hubiera agarrado suciedad.

Cada quien volvió a sus respectivos clubes. Julieta, la chica que había quedado como única “Margarita” en el club de instrumentos, Anna, Karina y yo nos dirigimos al club para ensayar.  

Antes de entrar al salón me sudaban las manos, sentía la boca seca y justo cuando comencé a pellizcarme los dedos Anna me agarró la mano.

—Tranquila, no estás sola.

La calidez de su mano y su voz suave me ayudaron a sentirme mejor, respiré hondo y entré con ellas al salón, nos presentamos, como ordenó la profesora Belén, una dama en sus cincuentas con un porte elegante y sereno; y mientras estábamos frente al salón lleno de “Rosas”, busqué con la mirada el rostro de Fernanda. Ella no estaba ahí.

Su castigo no abarcaba las actividades del club…

Sé que voy a sonar estúpida, pero… me preocupé por ella.

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