Capítulo 19

¡Oh, celestial! Fue imposible resistir la tentación de morderme el labio al contemplarlo durante un buen rato. Rápidamente cogí la playera, pero al parecer él no se percató de que estaba sin ella y continuó absorto en sus quehaceres. Se sentó en la cama con un libro en mano, y ¡maldición!, lucía tan atractivo. Necesitaba urgentemente una ducha de agua fría. Me precipité hacia el baño, me desvestí y me sumergí en la ducha. Después de ese baño, surgió el gran dilema: ¿quedarme con el sostén o no?

Punto de vista de Maximilian:

Hacía más de un minuto que Thalía no salía del baño. Yo seguía absorto en la lectura del nuevo libro de ciencias tecnológicas que había adquirido. De repente, empecé a sentir frío y entonces me percaté de que Thalía me había visto sin camisa. ¡Dios mío!, qué vergüenza. Seguramente se había decepcionado al ver mi cuerpo, a pesar de mis esfuerzos en el gimnasio y corriendo. Salí de mis pensamientos al escuchar la puerta abrirse. Vi la cabeza de Thalía asomarse y sonreírme nerviosamente, algo inusual en ella. Casi nunca se ponía nerviosa, y hoy la vi sonrojarse por primera vez desde que la conocía.

—Cariño, algo sucedió —preguntó con una risita nerviosa—. Tu playera me queda corta.

La miré con el ceño fruncido unos segundos. ¿Cómo podía quedarle corta?

—¿Cómo es eso? Soy más alto y robusto que tú —comenté.

—Maximilian, de verdad me queda corta —dijo en un chillido.

—A ver, sal —indicó, y ella negó—. Vamos, Любовь (Lyubov'), no es para tanto —añadí, y después de pensarlo unos segundos, asintió.

Salió del baño y, en cuanto la vi, mi libro cayó de mis manos. Sabía que ella tenía un cuerpo envidiable, pero ahora era capaz de decir que "envidiable" era un término insuficiente. Mis ojos se posaron en sus senos; si antes pensé que eran grandes, ahora lo confirmé. Sus pechos se vislumbraban a través de mi playera, sin llevar sostén. Oh, Dios, esto es demasiado. Recogí mi libro y la miré.

—No está tan corta —mentí antes de entrar al baño—. ¡Maldición! —exclamé al mirar mi entrepierna.

Punto de vista de Thalía:

Maxi salió casi corriendo hacia el baño. Sin pensarlo mucho, me recosté en la cama. Pasaron minutos y me estaba quedando dormida cuando escuché la puerta del baño abrirse, la luz apagarse y sentí cómo Maxi se acostaba en la cama. Giré y me recosté en su pecho; él me abrazó por la cintura, me pegó más a su cuerpo y así fue como me quedé dormida.

Desperté con la urgencia de ir al baño. Al intentar incorporarme, unos brazos me retuvieron, y salté del susto, a punto de golpear a Maxi. Fue entonces cuando me di cuenta de que no solo me abrazaba, sino que estaba encima de él. Sus brazos rodeaban mi cintura y reposaban en mi trasero, mientras los míos acunaban su cabeza. Estábamos tan cerca que cualquier movimiento hacia adelante resultaría en un beso.

Las necesidades fisiológicas me devolvieron a la realidad. Salir de los brazos de Maxi sin despertarlo fue todo un desafío. Una vez logrado, corrí al baño, me duché y opté por vestir el top que Damián había preparado para ejercitarme. Era corto de tirantes, de color negro, acompañado de un short y una sudadera.

Al salir al pasillo, me encontré con el señor Gabriel ataviado en ropa deportiva. Un hombre atractivo con un cuerpo envidiable, sin duda.

—Buenos días, señor Gabriel. ¿Va a correr? —pregunté, aunque la respuesta era obvia.

—Buenos días, Thalía. Sí, me levanté temprano hoy. No pensé que estarías despierta —se notaba sorprendido.

—De hecho, hoy me levanté más tarde de lo habitual —miré el reloj—. ¿Vamos? —pregunté, y él asintió—. ¿Cuánto corre aproximadamente? —añadí.

—Mi récord es de 6 kilómetros —comentó, y yo asentí—. Hoy superaremos eso —susurré.

Comenzamos a correr, y debo admitir que mi suegro es bastante divertido. Además, compartió anécdotas de las travesuras de Maxi cuando era pequeño y de su cambio de actitud al ingresar al instituto. Tras unas tres horas de carrera, estábamos en un parque cuando el señor Gabriel me detuvo.

—Thalía, espera —dijo sentándose en el césped—. Ya no doy más.

—Tiene un nuevo récord —sonreí y comencé a hacer ejercicios.

—¿De qué hablas? —preguntó tratando de respirar normalmente.

—Llevamos corriendo 20 km desde su casa. ¿No lo notó? —abrió los ojos.

Continué con mis ejercicios mientras él me observaba. Hice flexiones, sentadillas y practique algunos movimientos de defensa personal.

—¿No te cansas? —preguntó, ya respirando normalmente.

—Todavía estoy fresca, señor —comenté sonriendo—. Deberíamos irnos ya —extendí la mano.

La tomó, lo ayudé a ponerse de pie y continuamos corriendo.

—Nunca había corrido por esta ruta —comentó, llamando mi atención.

—Yo siempre corro por aquí. Hay menos gente y el aire es más puro al no estar tan alejado del bosque —pareció conforme con mi respuesta.

Seguimos corriendo y llegamos rápidamente a casa. Cada uno se dirigió a ducharse y, tras terminar, inicié mi rutina de vestimenta.

Vestía un top negro con tiras cruzadas, una falda short blanca, botines estilo militar blancos y un suéter azul. Quería preparar el desayuno; bajé y la casa estaba tranquila. Aún temprano y siendo sábado,15 de mayo era el cumpleaños de Damián, así que tenía que llegar a casa rápido y ser la primera en felicitarlo.

Entré a la cocina, revisé los ingredientes y recordé que a la familia de Maxi le encantaba la pasta. Preparé pasta con pollo y brócoli salteado, además de unos croissants tipo sándwich con jugo de fresa en leche. Cuando todo estuvo listo, escuché pasos bajando la escalera y la señora Natalia entró sorprendida.

—¿Oh, pero ¿qué huele tan bien? —preguntó olfateando el aire.

—Preparé el desayuno, espero que no le moleste —dije y ella negó—. Justo iba a servirlo, ¿me puede ayudar poniendo la mesa? —asintió, mostrándose encantada.

Terminamos, y ella me pidió que subiera a despertar a Maxi mientras ella hacía lo mismo con Camila. Entré a la habitación de Maxi; abrazaba una almohada. Me acerqué y le di besos por toda la cara, concentrándome más en los labios. Abrió los ojos poco a poco y sonrió.

—Es hora de desayunar, conejito —dije y le di un beso más largo en los labios.

Asintió, se levantó, fue al baño y se duchó. Al salir, vestía otra ropa. Me sonrió y me llevó hasta el comedor, donde solo estaban Camila y la señora Natalia desayunando. Nos sentamos y comenzamos a comer en silencio. Escuchamos quejidos y miramos hacia la escalera. Don Gabriel bajaba casi arrastrándose, causándome risa. Recordé mi primer día de entrenamiento en la academia y aguante la risa.

—¿Papá, ¿qué te pasó? —preguntó Maxi, rendido.

—Tu novia —me señaló—. Tu novia está completamente loca —dijo, y aunque quería reír, mantuve mi expresión serena.

—Me lo han dicho muchas veces —respondí.

—¿Qué te hizo? —preguntó doña Natalia, conteniendo la risa.

—Digamos que me hizo correr durante 3 horas —se sentó y continué comiendo mientras lo

miraba—. Fueron 20 km de ida y vuelta, y eso no es todo. Mientras descansaba, ella seguía haciendo ejercicios —suspiró dramáticamente—. Si alguna vez digo que quiero volver a correr con ella, péguenme —añadió, y todos rieron.

—Mamá, te quedó muy bueno el desayuno —dijo Maxi, y todos estuvieron de acuerdo.

—De hecho, cuando me levanté, Thalía ya tenía hecho el desayuno —añadió, y todos me

miraron elogiando lo delicioso que estaba. Creo que me sonrojé un par de veces.

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