Capítulo 12

—Ahí está Maxi —indicó Sam mientras comenzaba a correr. Me dispuse a seguirlos y presencié cómo discutían con quien parecía ser el líder. Fue entonces cuando me di cuenta de que Gary Hunter, el típico matón que solía molestarme, no había dejado sus malos hábitos de intimidación.

Al ver cómo empujaba a Sam e iba a golpear al chico en el suelo, decidí intervenir.

—¿Qué demonios te pasa? ¿Quién te crees para intentar golpearlo? —pregunté, molesta, agarrando su puño.

—No te metas en lo que no te importa, muñequita. Podrían lastimarte —soltó burlón. Lo solté y vi cómo volvía a centrar su atención en el chico, dispuesto a golpearlo. Tomé su brazo con una llave y lo puse de rodillas.

—Es de cobardes meterse con alguien que sabes que no puede defenderse, y más aún si lo haces acompañado —afirmé, jalonando su brazo. Todos me miraban, incluso el chico en el suelo. —Quiero que le pidas perdón —dije, manteniendo la seriedad.

—Vete al diablo, nunca lo haré —se río, y uno de sus amigos intentó agarrarme. Sin soltarlo, con una patada lo dejé en el suelo.

—Sé un hombre y pídele perdón —jaloné su brazo con más fuerza, él seguía negándose—. Si lo muevo un centímetro más, te dislocaré el hombro —advertí en un susurro que solo él escuchó—. Pide perdón de una vez antes de que se me agote la paciencia.

—Está bien, lo siento —se aguantó las ganas de llorar.

—Dilo de verdad para que te crean —demandé mientras lo sujetaba más fuerte.

—Perdón, siento mucho haber abusado y humillado todos estos años —murmuró adolorido. Deshice mi agarre, asqueada de tan solo tocarlo—. Ni creas que esto se quedará así, maldita zorra. Te haré arrepentir de esto —amenazó.

—Pues te estaré esperando —lo desafié—. Sorpréndeme, maldito cretino.

Él se fue rojo de coraje. Entonces me acerqué a Sam.

—¿Estás bien? ¿No te lastimaste? —pregunté revisándola.

—Sí, estoy bien —asintió, y yo sonreí—. Gracias por defendernos.

—No es nada. Me molesta que se aprovechen de gente que no puede defenderse —dije bufando—. ¿Tú también estás bien? —pregunté al chico que seguía en el suelo y asintió—. Mucho gusto, soy Thalía Miller —me presenté.

—Soy Maximilian Arzhel —dijo bajito, agachando la cabeza—. Eres más hermosa en persona —escuché su susurro, pero hice como si no lo hubiera oído para no causarle vergüenza.

—Maximilian, no debes bajar la cabeza ante nadie —dije mientras lo tomaba de la barbilla—. Además, eres guapísimo, más que el idiota que acaba de irse —dije mirándolo. Era verdad, el condenado era realmente guapo. Lo seguí analizando y noté cómo se sonrojó—. Te ves más guapo cuando te sonrojas —dije, dándome ternura al verlo ponerse más rojo, daban ganas de comérselo a besos.

Maldita sea, sí que era guapo, con una mandíbula bien marcada y cabello negro intenso como el mío. Usaba lentes un poco grandes, y llevaba un suéter que obviamente le quedaba grande, pero aun así se veía lindo.

—¡Aiden, cariño! —escuché gritar a alguien conocido. Estaba dándole la espalda, así que no me había visto.

Me giré y vi a Omaira besando a Dereck, o más bien parecía que se estaban comiendo. Vi cómo se separaban, pero seguían mirándose, ignorando a todos.

—Qué buen espectáculo nos disté, demonio blanco —dije riéndome. Entonces vi cómo dejaba de mirar a Aiden para buscarme con la mirada.

—¿Thalía? —la sorpresa era evidente en su rostro—. ¡Lía! —gritó, tirándose encima de mí.

La atrapé antes de que ambas cayéramos. Omaira se aferraba a mí como un koala que se negaba a soltar su juguete.

—Me hacías mucha falta —susurré al oído, escuchando cómo empezaba a llorar—. Omaira, no llores, sabes que me harás llorar a mí —añadí.

—Lía, idiota, ¿Cómo te vas así y ni siquiera te despediste? —reprochó Omaira, golpeándome el hombro.

—¡Hey! Pero sí fui a despedirme. Me arrepentí porque de repente dejaste de hablar conmigo —me defendí.

—Ah, verdad —murmuró avergonzada—. Lo siento —me volvió a abrazar.

—Estoy confundido, ¿soy el único que no entiende qué pasa aquí? —preguntó Aiden, extrañado.

—Chicos, ella es Thalía o Lía, como le quieras decir, aunque también le puedes decir Dania, mi mejor amiga, Lía. Ellos son Sam, Maximilian y Aiden, mi novio —nos presentó Omaira.

—No me llames Dania, y ya nos conocíamos —les sonreí a los chicos—. Ah, verdad, pitufa, ¿te gustó el juego que te hice? —pregunté.

—¿Que si le gustó? Casi que no para de hablar —contestó Sam—. Estuvo meses hablando de lo increíble que eres —se rió, y yo también lo hice con ella.

En eso sonó la campana.

—¿Qué te toca? —me preguntó Omaira.

—Biología. Estoy en algunas clases contigo —comenté.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó.

—Porque le pedí al director que si podía estar contigo en algunas de las materias de la carrera que estoy estudiando —dije sonriendo.

Ella asintió, y caminamos. Cuando llegamos al aula, la puerta estaba cerrada. Toqué la puerta y salió un hombre enojado.

—Llegan tarde —cerró de nuevo la puerta como si nada. Volví a tocar y salió cabreado—. ¿Qué quieren? —sí, estaba más que enojado, cosa que no me interesaba en absoluto.

—Buenos días, profesor. Recién llegué hoy. El director mandó a los chicos que están conmigo a darme un recorrido por la universidad —mi voz salió increíblemente amable.

—A mí no me importa, llegan tarde y listo —el muy maldito iba a cerrar la puerta de nuevo, pero lo impedí metiendo el pie para que no lo hiciera. Los chicos se pusieron blancos, y el profesor parecía más enojado, si eso era posible.

Tomé mi teléfono del bolso y le marqué a mi tío.

En la llamada:

— ¿Qué hiciste, Dania Thalía? —preguntó en cuanto contestó.

—No hice nada. A los chicos y a mí se nos hizo tarde porque le pediste que me mostraran la universidad, y ahora el profesor se niega a dejarnos pasar. Ni aunque le explique por qué llegamos tarde —comenté, mirando al profesor que se puso pálido.

— ¿Cuál profesor es? —su voz se escuchaba enfadada, más que eso.

—No sé, porque ni siquiera se presentó —miré al profesor.

—Pasamelo ahora mismo —demandó.

Fin de la llamada:

—Quiere hablar con usted, profesor —le pasé el teléfono.

—Sí, bueno —contestó—. Lo siento, no sabía que era su sobrina —estaba pálido—. Sí, señor, no volverá a pasar —me entregó el teléfono—. Pueden entrar —dijo, y pasamos bajo la mirada de todos—. Preséntate.

—Hola, me llamo Dania Thalía Miller Adams tengo 24 años y pues no necesito caerle bien a nadie —dije, y muchos se rieron—. ¿Ya puedo pasar a sentarme? —le pregunté al profesor, y este asintió.

Miré los asientos sin saber dónde sentarme. Vi a Omaira con Aiden, Sam estaba con un chico. Entonces vi a Maximilian, que estaba solo. Caminé hacia donde él estaba.

—¿Maxi, me puedo sentar? —él asintió.

Escuché cómo todos comenzaban a susurrar cosas hasta que el profesor los calló a todos, dando un golpecito en el escritorio. Comenzó a hablar, y entonces me di cuenta de que lo que estaba explicando ya me lo habían dado cuando estaba en la academia. Busqué algo en qué entretenerme y sí que lo encontré. Comencé a observar a Maximilian, y el maldito sí que era guapo. No entiendo, tenía una cara hermosa, solo que los lentes no le favorecen. Me imagino que bajo toda esa ropa ancha había un buen cuerpo. Me sacó de mis pensamientos su voz.

—Dania, presta atención a la clase —me regañó.

—No puedo, y suena hermoso mi nombre salir de tu boca —le susurré.

— ¿Por qué? —estaba sonrojado, y la curiosidad se filtraba en su voz.

—Tu lindo rostro no me deja concentrarme —le contesté en un susurro, y vi cómo se sonrojaba más—. ¿Alguien te ha dicho que sonrojado te ves más guapo? —pregunté, viendo cómo se ponía más rojo, si eso es posible—. Sabes, Dan, hasta dan ganas de comerte —susurré.

—Deja de mentir —carraspeó.

—Pero si es de verdad. No te digo mentiras —no sé qué diablos me pasaba, pero quería comérmelo a besos a ese chico y tenerlo para mí.

—Señorita Miller, si está hablando es porque ya entendió. Pase al frente y conteste la pregunta —preguntó con un tono venenoso. Yo solo asentí—. Qué bien, puede pasar a resolverlo —preguntó divertido.

— ¿Y qué gano yo si lo respondo? —pregunté de igual forma. Todos nos miraban.

— ¿Qué pide, señorita Miller? —alzó ambas cejas.

— Quiero la hora libre para mí... y mis amigos —sonreí y todos me miraban.

—En ese caso, tendrá que resolver al menos 2 de ellos, señorita —contestó con burla.

—Juro que, si no cumple su parte, soy capaz de partirle la cara —dije seria, haciendo que todos comenzaron a murmurar.

— ¿Qué estás haciendo? —escuché a Maxi, y los nervios se filtraban en su voz.

—Ten confianza en mí, cariño —dije.

—Bien —dijo poniéndose de pie. Lo imité y me pasó el crayón.

Miré la pizarra y comencé a resolverlo. Escuché a todos murmurar. Me faltaba solo un ejercicio, el más difícil. Lo miré detenidamente y comencé a desarrollarlo. Solo me faltaba algo, un maldito número para terminar. Me alejé de la pizarra y lo observé, lo comparé con los otros ejercicios. Me puse a pensar y me di cuenta del error: 'La frecuencia de los alelos A y a en la población es del 0.85 y 0.15 respectivamente, lo que indica una clara predominancia del alelo A'. Lo escribí en el pizarrón.

—Reviselos —le di el crayón, él comenzó a revisar los ejercicios una y otra vez—. ¿Encontró algún error, profesor? —le pregunté con burla, y él negó—. Debería dejar de juzgar a las personas por sus apariencias —caminé hacia mi puesto y tomé mi mochila—. Chicos, vámonos —dije, y todos se pusieron de pie.

Salimos bajo la mirada incrédula de todos. Cuando salimos y en cuanto cerré la puerta, los chicos soltaron un enorme y gran suspiro.

— Ah, ¿no? ¿Tan poca fe me tenían? —pregunté riéndome.

—Eso fue increíble. Te enfrentaste al peor profesor que tenemos en la universidad y saliste ganadora —chilló Sam con incredulidad.

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