Camino Militar
Desperté sobresaltado ante un estruendoso sonido. Al reflexionar, me di cuenta de que algo andaba mal. Levantándome de un salto, comprobé la hora: 6:30, ¡carajo! Maldición, llegaré tarde. Me apresuré hacia el baño.
Permíteme presentarme: soy Thalía Dania Miller Adams, y estoy a punto de celebrar mis 15 años. En el contexto familiar, ocupo el lugar del medio entre dos hermanos: el mayor, que acaba de alcanzar los 20, y el menor, de apenas 5 años. Lo que considero fundamental mencionar es que, a pesar de mi estatura baja y una complexión algo robusta, que algunos podrían describir como "medio gordita" (aunque no excesivamente), enfrento acoso escolar debido a mi destacado rendimiento académico.
Mi melena, de un negro profundo, cae en ondas que enmarcan mi rostro. Al mirar mis ojos, descubrirás un detalle singular: cada uno tiene un color distinto, uno café y el otro gris. Este rasgo único, sin embargo, no ha evitado que sea blanco de comentarios negativos en la escuela. A pesar de todo, continúo siendo una estudiante dedicada y resiliente. Finalicé la tarea de vestirme y me dirigí hacia abajo para tomar el desayuno. Al descender, me encontré con Ares, mi hermano mayor, inmerso en una intensa disputa con mis padres, Aurora y David. Mi hermano menor, abrumado por los estridentes gritos, vertía lágrimas.
"Estoy cansado de tu comportamiento. Ya eres mayor, Ares, es momento de madurar", expresó papá con visible enojo.
"Querido, por favor, entiéndenos. Solo buscamos lo mejor para ti, al igual que lo hacemos con tus hermanos", intervino mamá mientras se acercaba con comprensión. No obstante, mi hermano se apartó de ella como si fuera un ser indeseado.
"Claro, supuestamente desean lo mejor para mí, pero ni siquiera me permiten perseguir mis sueños. Solo insisten en que estudie algo que no me apasiona", respondió Ares con irritación, marcando su descontento a medida que ascendía las escaleras con pasos decididos. La atmósfera de la casa resonaba con tensiones no resueltas, dejando entrever la complejidad de las dinámicas familiares.
Mis padres se acomodaron en el sofá, abrazando a Damián, mientras yo decidí seguir a mi hermano hasta su habitación. Ares, por lo general, es tranquilo, no solía enojarse, y menos aún con nuestros padres.
"Ares, ¿Qué estás tramando?", toqué la puerta, la abrí y lo vi empacando sus maletas. "¿Hacia dónde planeas escapar?"
"Me largo, Lía. Ya no soporto más esta casa con nuestros padres", dijo suspirando. Contuve un sollozo, intentando mantener la calma mientras lo observaba alejarse. A punto estuvo de acercarse, pero no lo permití.
"¿Así que simplemente te esfumas como si nada?" Le dije, luchando por evitar lágrimas.
"Lía, voy a perseguir mis sueños. No quiero lágrimas ni tu odio", dijo mientras se acercaba, limpiando las lágrimas de mi rostro. "Volveré por ustedes cuando haya conquistado mis sueños, ¿entendido?"
"Solo prométeme que no nos olvidarás, que no nos abandonarás y que harás realidad tus sueños", le rogué, abrazándolo con fuerza, como si intuyera que este sería el último abrazo.
"Está bien, pitufa. Te prometo que en cuanto cumpla mis sueños, vendré por ti y Damián. Ahora me toca partir."
"Guarda esto", le entregué el collar que siempre llevo. Es de plata, delgado, con un dije de lobo simbolizando libertad y fuerza, un regalo de mi abuelo cuando cumplí 10 años junto con un par de anillos. Su sorpresa fue palpable, ya que era lo último que conservaba de la abuela, una conexión especial entre ambos.
"Cuando nos volvamos a ver, quiero que lo estés usando. Así sabré que no nos has olvidado", le dije. Él simplemente asintió y sonrió.
Observé cómo cogía su maleta y salía de la habitación, conmigo detrás, bajando las escaleras. Lo vi despedirse de Damián y decirle que lo amaba, y que se iba de viaje por un tiempo.
Mis padres lo vieron y se pararon de inmediato. "¿A dónde vas?", preguntó papá asustado. “A cumplir mis sueños y donde no estén ustedes”, contestó mi hermano. "Pero Ares..." Mi hermano no dejó a mamá terminar, salió de la casa dando un portazo. Mi madre se echó a llorar, con mi padre consolándola y diciéndole que él volvería.
Tomé mi mochila y me dirigí a la escuela. Ya no llegaría a la primera hora, pero si me apuraba, podía llegar a la segunda. Cuando llegué al instituto, sonó la campana. Perfecto, llegué justo a tiempo para el cambio de hora. Caminé hasta mi casillero para tomar lo que necesitaba y entré al otro salón. Corrí hacia el salón y entré unos segundos antes de que llegara el profesor.
Mientras tanto, en el salón, el profesor comenzó a hablar sobre la importancia de la literatura en la sociedad moderna. Me senté en mi asiento, tratando de concentrarme en sus palabras, pero mi mente seguía divagando hacia mi hermano y su repentina partida. La sensación de vacío que dejó en casa se hacía cada vez más evidente.
Las horas en el instituto pasaron lentamente y, finalmente, sonó la campana que marcaba el fin de la jornada. Hoy estuve sola, ya que mi mejor amiga, Omaira, no vino. Últimamente, ha estado muy rara, quizás por algún misterio que no quiere revelar. De todos modos, me dispongo a salir del instituto para ir a casa. El día ha sido tranquilo, los "populares" no me han molestado, algo que agradezco
Justo cuando creía que todo iba bien, Isabella me llamó. "Oye, bicho raro, ven aquí", gritó. Ignoré su llamado y comencé a caminar más rápido, pero de repente sentí un fuerte tirón en el pelo que me hizo caer al suelo. Vi a Julia, quien me había atacado. "Eso te pasa por ignorarnos, bicho raro", dijo mientras me golpeaba. Pronto se unieron los demás (Ana, Sofía, Gary y Joshua) y comenzaron a patearme. "Es que te crees mejor que nosotros como para ignorarnos, he bicho raro", gritó Isabella. Yo solo trataba de proteger mi rostro con mis manos mientras me golpeaban una y otra vez.
Cuando se cansaron de golpearme, se marcharon. Me sentía débil, como si en cualquier momento pudiera desmayarme. Caminé hasta mi casa con la poca fuerza que me quedaba. Al llegar, abrí la puerta y me dirigí directamente hacia las escaleras, pero una voz me detuvo.
¿Mi amor, por qué llegaste con retraso? —inquirió mi madre—. ¿No deberías estar en tu empleo? —ignoré su mirada—. Nos dieron el día libre —se oyó la voz de papá—.Hija, míranos cuando te hablamos. ¡Oh, no puedo permitir que me vean así!. -Me retiraré a mi habitación, tengo mucho trabajo pendiente —avancé hacia las escaleras. Experimenté una presión en mi muñeca izquierda y me voltearon; era mamá. Al observar mi apariencia, ambos guardaron silencio, probablemente sorprendidos. —¡Dios mío! Cariño ¿Qué ocurrió? —mamá acarició mi rostro con suavidad, entré lágrimas—. No pasó nada, solo me caí —me despegué de su agarre —.Quítate la camisa —Adrián señaló mi costado izquierdo, noté una pequeña mancha de sangre—. Pero... —intenté hablar—. Hazlo tú o lo hago yo —su expresión se volvió seria. Sin discutir, comencé a quitármela; al hacerlo, todos los golpes quedaron a la vista. Mamá se cubrió la boca con la mano y empezó a sollozar. Adrián me hizo sentar en el mueble, y empecé a relatar todo lo que sucedió desde la primaria, cosas que no les conté por qué siempre estaban trabajando y no quería molestarlos con nimiedades. Mi madre lloraba más y finalmente llegaron a una decisión. —Cariño, te enviarán al instituto militar donde trabaja Adrián —anunció papá, provocando que abriera mucho los ojos. Hacía tiempo le expresé mi deseo de ir, pero no me lo permitieron.
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