Capítulo 11

El sonido estridente de mi alarma marcó el inicio de mi día. Necesitaba levantarme temprano para llevar a cabo mi rutina matutina. Comencé a vestirme con rapidez, preparándome para dirigirme al gimnasio de la casa. Descendí y me sumergí en una sesión de ejercicios, notando cómo Damián se unía a la actividad poco después. Tras una hora de entrenamiento, ambos concluimos nuestra sesión. Le di indicaciones a Damián para que se preparara mientras yo me alistaba para dirigirme a la estación y recoger el informe. Recordé que después pasaría por casa para llevarlo al colegio, ubicado junto a la universidad.

Opté por vestirme con una falda tubo negra corta, un jersey de cuello alto azul y unas botas de tacón alto. Abordé el jeep y me dirigí directamente a la estación. Al llegar, a punto de entrar, percibí una discusión en un callejón cercano que captó mi atención, así que decidí investigar.

Dos hombres discutían acaloradamente; uno de ellos vestía un uniforme de policía y parecía intimidar al otro.

- ¿Pasa algo? ¿Necesitas ayuda? –pregunté\, apartando al oficial.

El hombre tembló y, con una mirada, huyó del lugar. El oficial, presentándose como Andrés, intentó coquetear.

- Deberías centrarte en tu trabajo en lugar de coquetear o intimidar a alguien –repliqué\, molesta y lista para alejarme.

- Mira\, niñata\, no eres nadie para darme órdenes –se burló\, apretándome las muñecas.

- Ahora resulta que soy la niñata\, y tú eres un cretino. No tengo todo el día para ti. Aparta tu trasero de mi camino –dije\, ya enfadada.

- Mira\, mocosa\, yo represento la ley y exijo respeto\, maldita zorra. Si no quieres meterte en problemas\, te sugiero que te comportes –amenazó. Eso fue suficiente. Lo sometí en una llave\, y al intentar zafarse\, se dislocó el hombro.

- Fui paciente\, pero has cruzado la línea\, cerdo asqueroso –declaré\, golpeándolo en el rostro.

Sus gritos atrajeron la atención de otro oficial, quien pidió que lo soltara. Después de llamar a la ambulancia, el oficial me preguntó qué había sucedido.

- No tiene derecho a intimidar a nadie\, y mucho menos a tratarme como una cualquiera –expliqué.

- No veo a nadie más aquí –murmuró el oficial.

- Da igual. Llévame rápido a una celda y trae a tu jefe –dije con diversión.

- Parece que estás ansiosa. Entonces\, sígueme\, mi bella dama –respondió\, haciendo una reverencia burlona.

- Claro\, mi honorable caballero –le seguí el juego mientras me guiaba hacia la celda.

-Bueno, bella dama, hasta aquí te dejo. Bienvenida a su castillo –dijo abriéndome la reja de la celda.

-Gracias, mi valiente caballero. Ahora ve a buscar y traerme al brujo para que rompa el encantamiento –dije, refiriéndome al jefe.

-Me agrada la referencia –dijo riéndose–. Por cierto, soy el oficial Sebastián, para servirle a la dama en lo que desee, mande o disponga –hizo una reverencia antes de cerrar la celda.

-Caballero, estamos en confianza. Puede referirse a mí como Lía –lo imité, y nos reímos a carcajadas.

Él se retiró y, después de unos minutos, volvió con un hombre de unos 40 o 50 años. Él me miró y habló.

-Así que tú eres la que mandó a uno de mis mejores oficiales al hospital –dijo entre enojado y sorprendido–. ¿Por qué lo hizo? –preguntó.

-Pues no parece ser el mejor. Su oficial no es nada profesional. Me agredió, y también a la otra persona, aunque no sé quién es porque salió huyendo –dije, mostrándole mis muñecas.

-Mucho gusto, Thalía Miller –le dije, y vi cómo se detuvo en seco–. Alias la Reina Negra –dije. Entonces, vi cómo se daba la vuelta con los ojos abiertos.

-Capitana Miller, no sabía que era usted. Debió haber avisado que iba a venir hoy –dijo abriendo la puerta–. Siento el malentendido. Mucho gusto, soy el jefe de la estación, Carlos Marín –me tendió la mano.

-Mucho gusto, Capitana Miller –me presenté estrechando su mano–. Solo vine a recibir información del caso, pero he perdido mucho tiempo. Además, hoy es mi primer día en la universidad y no puedo llegar tarde –lo miré fijamente.

Él asintió y me llevó al despacho. Estuvimos hablando del caso; al parecer, la persona que me ayudaría dentro de la estación sería el menos malo, que no es un inútil.

-Entonces, me retiro –miré la hora en mi reloj, saqué de mi cartera una de mis tarjetas y se la entregué a Carlos–. Ahí está mi número. Contáctese conmigo si pasa algo –salí de la estación y caminé hacia mi jeep. Me subí y comencé a manejar hacia casa. Al llegar, toqué la bocina y Damián salió al instante para subirse.

Puse el auto en marcha y, al llegar al instituto, todas las miradas, tanto de niños como de adolescentes, se posaron en nosotros. Supongo que es por mi auto. Estaba por abrir la puerta, pero la mano de Damián me detuvo.

-Recuerda, hermanita, debes destacar y mostrar quién tiene el control –se ajustó sus gafas y luego me pasó las mías. Descendimos del auto con todas las miradas sobre nosotros, algunos silbaron y escuché comentarios como "¿quién será ella?" "La chica está buenísima" "Parecen estrellas de cine". Sonreí sin poder evitarlo.

- ¿Bebe quieres tomar algo conmigo después de clases o pasarás todo el día con Daniel? –le pregunté a Damián.

-Lía, no me llames así. Mejor nos vemos en casa –respondió mientras se dirigía hacia el colegio. Sonreí y entré al instituto, que estaba muy cambiado. No sabía dónde estaba la oficina, así que me acerqué a una chica muy bonita que estaba hablando con un compañero.

-Hola, disculpen que los interrumpa –dije acercándome a ellos–. Soy nueva, ¿me podrían mostrar la oficina del director? –pregunté amablemente.

-Sí, claro –respondió amablemente–. Soy Samantha y él es Aiden –se presentó.

-Mucho gusto, soy Thalía, pero puedes llamarme Lía –dije mientras los seguía. Escuché de repente: "Tu cara me parece conocida, ¿nos hemos visto en otro lugar?" preguntó.

-La verdad, no lo creo. Nunca olvido a alguien tan amable como tú –respondí y ella se sonrojó.

-Mi aquí es Puedes preguntarle a ella –dijo señalándome a una mujer.

Dios mío, tenía unos pechos exageradamente grandes, seguramente operados, y un mal gusto para teñirse el pelo, ya que llevaba un color rojo que no le quedaba para nada bien.

-Buenos días, ¿podría pasar a ver al director? –pregunté cortésmente.

-No puedes ahora. Está muy ocupado como para recibir a una niñata como tú en estos momentos –chilló. Dios, es la segunda vez que me dicen eso, otra vez y voy a matar a alguien.

—¿Podría preguntar algo más? —dije, notando la impaciencia en su gesto mientras asentía.

—¿Esa es su oficina? —inquirí, señalando una puerta, obteniendo una confirmación de su parte.

—Gracias por la información —expresé antes de encaminarme hacia la oficina. Los chicos me siguieron en silencio, mientras la rubia vociferaba "regresa, mocosa, no puedes pasar". No obstante, ingresé sin tocar la puerta, observando cómo los chicos palidecían.

Mi tío respondió sin mirarme, concentrado en los papeles que sostenía en la mano.

"Antes de entrar, deberías tocar la puerta", mencionó sin despegar la mirada de sus documentos.

"Pasaba a saludarte y a buscar mi horario, pero si prefieres, puedo salir, tocar y luego volver a entrar", propuse.

Levantó la mirada y esbozó una sonrisa. "Thalía, mi niña", se puso de pie.

"Tío", exclamé, abrazándolo a pesar de saber que no le gustan los abrazos.

"Quítate, mucho cariño", solicitó, separándose. "Lo siento, señor, no pude detenerla", intervino la secretaria.

"No tenía intención de detenerme; según ella, estabas ocupado. Ni siquiera se molestó en preguntarte", comenté, cruzándome de brazos.

Mi tío reprendió a la secretaria, quien se retiró lanzándome miradas de desprecio.

"Tío, tu secretaria está obsesionada contigo", bromeé. Me entregó un papel.

"Solo compartirás algunas clases con esa chica; tu casillero es el 34A", indicó, y al instante, mis compañeros Samantha y Aiden recibieron la orden de mostrarme la universidad.

"Ah, y Thalía, por favor, no mandes a nadie al hospital", me susurró al oído.

"No puedo prometer nada", le tiré un beso y salí de la oficina. Los chicos me siguieron en silencio.

"Así que ese es tu tío", observó Sam, rompiendo el silencio.

"Sí, puede parecer estricto y gruñón, pero en el fondo siempre demuestra cuánto le importas", dije con una sonrisa.

"Se nota que lo aprecias mucho", comentó Aiden.

"Claro que sí", afirmé. "Siempre me ha respaldado cuando hago travesuras, incluso contra profesores injustos. ¿Pueden creer que uno quiso reprobarme porque no seguí sus instrucciones?", comenté.

"Es inaceptable, eras menor de edad", dijo Sam con gesto de asco entendiendo lo que quise decir.

"Así es. Tenía solo 14 años, y mi tío me ayudó a gastarle algunas bromas antes de denunciarlo", reí antes de continuar.

"Tu tío hizo mucho por ti", comentó Aiden. Al terminar el recorrido, me llevaron a mi casillero, guardé lo que no iba a necesitar y tomé solo los libros que utilizaría. Íbamos camino a la cafetería cuando, de repente, me detuve al ver a un grupo de matones molestando a otro chico y tirándole sus libros.

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