Capítulo 5

Salí de la habitación de papá, llevando a Damián en brazos. Justo cuando iba a tomar el ascensor, vi al doctor que había atendido a mis padres acercándose.

- Menos mal que no te habías ido, necesito hablar contigo - me hice a un lado para dejarlo pasar - trasladaremos a tus padres a la habitación 2015, en el piso 7 - anunció.

Entré al ascensor con el doctor a mi lado. Antes de que pudiera decir algo, presioné el botón del primer piso.

- Gracias por todo - saqué mi tarjeta de presentación y se la entregué - por favor, avísame si hay alguna novedad. No vivo aquí, estoy en el ejército y solo me dieron una semana para ver a mis padres y decidir qué hacer con mi hermano.

- Oh, eres militar. No te preocupes, te avisaré si hay algún cambio - me dio una ligera sonrisa.

- Una pregunta, ¿hay algo que le pueda dar a mi hermano para que esté tranquilo? Conociéndolo, se alterará mucho cuando despierte - pregunté.

- Claro, pero no es muy fuerte. Solo dormirá unas horas - respondió, sacando una libreta para escribir una receta.

- Gracias, cuídese - salí del ascensor.

Salí del hospital después de pagar por el cambio de habitación de mis padres. Paré un taxi con mi hermano en brazos y lo acosté con la cabeza en mi regazo. Di la dirección al conductor sin mirarlo y luego busqué en mi celular el contacto de mi tío Adrián para llamarlo.

En la llamada:

-Hola, mi niña hermosa. ¿Cómo están tus padres? -preguntó.

-Están en coma, el médico me dijo que es probable que tomen mucho tiempo para despertar. Hasta hace poco estaban en intensivo, ya los puse en una habitación juntos -contesté-, pero no solo llamaba por eso.

- ¿Entonces para qué más, princesa? -preguntó.

-Quería preguntarte si puedo llevar a Damián y conseguir una casa en Toronto. Sabes que solo te tenemos a ti, a tía Diana, pero ella ya está muy ocupada con sus dos hijos y de Ares no sé ni mierda dónde está. La última vez que lo vi fue hace años cuando se fue de casa -dije-. Prometo que siempre estaré a tiempo en el batallón y Damián no molestará. Además, quiero que entrene conmigo de vez en cuando en el batallón -rogué.

-Sabes que eso no es problema, pero ¿pensaste en su educación? Damián ama el arte -dijo, pero creo que lo último fue un pensamiento en voz alta.

-Pensé en eso. Tomará clases a distancia o le contrataré maestros para que tome clases en la casa que consiga -suspiré.

-Está bien -suspiró-. Pero, aunque esto no sea la academia, tendrá que entrenar. Tal vez en la tarde, tú lo entrenarás -dijo al final.

-Gracias, tío. Te quiero mucho-chillé.

-Igual yo -terminó la llamada.

Fin de la llamada.

Después de un trayecto silencioso, por fin alcanzamos el hogar. Descargué la deuda con el conductor y le expresé mi gratitud. Damián continuaba inmerso en su sueño profundo después del calmante, así que lo llevé con cuidado a su cuarto. Una sensación de hambre me recordó que no había comido en todo el día. Imagino que Damián también estará hambriento después de los eventos recientes. Seguro que despertará en algún momento.                                                                                                                                                  Descendí a la cocina y me sumergí en la preparación de la comida preferida de mis hermanos. Un amargo recuerdo de Ares, ausente durante más de ocho años, me embargó. Solo sé que se convirtió en cantante y bailarín, y aparentemente con éxito, pero rompió nuestra promesa de regresar por nosotros. Tal vez nunca lo haga, y eso duele. Nuestra unión fraternal es fuerte, pero en esta situación se está rompiendo.

Intenté ahuyentar esos pensamientos mientras completaba la cena: macarrones con queso. También preparé el postre favorito de Damián, un pastel con relleno de durazno y mango. Para mí, opté por una ensalada de frutas. Serví los macarrones y subí a despertar a Damián, quien probablemente estaría hambriento.

En su habitación, lo hallé sentado en silencio, con la mente perdida en algún lugar distante.

-Damián, mi amor -le llamé-, bajemos a cenar. -Lo tomé del brazo y lo guie hacia la cocina.

Damián ocupó su lugar y compartimos la cena sin pronunciar palabra. Comprendo su silencio; yo también evito hablar, pero la fuerza que debo demostrar por él me exige seguir adelante. Al concluir, me levanté para buscar el postre. Ante su presencia, vi una pequeña sonrisa. Ahora o nunca.

-Pitufo menor, necesitamos hablar. Sabes que pertenezco al ejército, pero debo partir en una semana -sus ojos reflejaron la tristeza apenas terminé de hablar.

- ¿También me abandonarás? -preguntó, dejando escapar lágrimas. Me levanté y lo abracé.

-Claro que no. Tengo autorización para que vengas conmigo. Además, no tengo necesidad de vivir en el batallón -aseguré-. Voy a conseguir una casa para nosotros dos. A cambio, deberás entrenar conmigo, pero todo seguirá igual. Contrataré maestros para ti o tomarás clases a distancia.

- ¿Significa que no me abandonarás? -preguntó bajito, limpiando sus lágrimas.

-Claro que no, nunca lo haría. Las cosas serán más complicadas ahora, pero estaremos unidos. Nos iremos el sábado. Puede que desees pasar tiempo con Daniel antes de partir. Tienes permiso para estar con él toda la semana para despedirte. Por ahora, no es necesario que vayas a la escuela. Hablaré con la directora -revolví su cabello.

-Eres increíble -me abrazó.

-Así es. Ahora ve a preparar algo de ropa. No toda, ya compraré más. Pero primero, termina tu postre.

Subí a mi habitación, pero antes de adentrarme, mi mirada se posó en la puerta del cuarto de Ares. Al entrar, todo estaba inmutable, como la última vez que compartí este espacio con él, antes de despedirnos. Abrí su armario y encontré algunas camisetas y camisas que aún guardaban su esencia. Las tomé todas y las llevé conmigo a mi habitación. La idea de otra maleta no parecía marcar la diferencia, así que elegí una que descansaba en mi cuarto.

 Doblé cuidadosamente cada prenda de ropa de mi hermano y las organicé en la maleta. Al ver que aún quedaba mucho espacio, decidí explorar el cuarto de mis padres. Abrí su armario y seleccioné las camisas y suéteres de papá. Mi búsqueda continuó, y decidí llevarme la pijama favorita de mamá, y unas cadenas de plata suyas, 2 relojes que tanto le gustaban a ella y 2 cadenas de oro que pertenecían a papá, junto con un anillo que llevaba consigo un valor sentimental especial.

Regresé a mi cuarto con el tesoro que representaba para mí la esencia de mis padres y mi hermano. Empaqué todo con cuidado en la maleta, una forma de llevarlos simbólicamente conmigo. Usaría sus pertenencias como un recordatorio constante de su presencia en mi vida. Cerré la maleta y decidí darme una ducha antes de entregarme al sueño reparador que tanto necesitaba.

El fin de semana transcurrió en una calma tensa. Inicié la búsqueda de Ares, sintiendo que él también merecía conocer los eventos con respecto a nuestros padres. Sin embargo, las noticias indicaban que estaba de gira en otros países, dificultando mi intento de contacto. Damián compartió parte del tiempo conmigo, luego se marchó a la casa de Daniel. Hoy, 15 de marzo, comencé el día temprano, no solo para cumplir con mi rutina de ejercicios, sino también porque tenía una cita con la directora del instituto de Damián para discutir sus estudios.

Después de un desayuno rápido, tomé un taxi hacia la institución educativa de mi hermano. Al llegar, percibí las miradas curiosas de algunos adolescentes hormonales, las cuales decidí ignorar mientras me dirigía hacia la dirección.

-Buenas tardes, señorita, ¿en qué puedo ayudarle? -preguntó la secretaria.

-Vengo a hablar con la directora -sonreí.

-Ahora mismo está en una llamada, pero podrá pasar en 5 minutos -informó, chequeando su computadora.

-No hay problema -dije, recargándome en la pared y cruzando los brazos.

Mientras esperaba, revisé mi teléfono, donde encontré fotos y videos de mis amigos. Un clip de Alex logró arrancarme una risa contenida. Observé la reacción épica de mi tío Adrián al ver a su hijo correr en bóxer por la mitad de la unidad militar. Mis risas se vieron interrumpidas por una llamada de un número desconocido.

En la llamada:

- ¿Sí? -pregunté al contestar.

- ¿Hablo con Thalía Miller Adams? -inquirió una voz al otro lado.

-Sí, con ella habla. ¿En qué puedo ayudar?

- Hola, señorita Thalía, soy Martín, el taxista -dijo la voz.

-Martín, ¿Cómo se encuentra tu princesa? ¿Ya vieron al médico? -pregunté.

-Sí, de hecho, acabamos de salir de la consulta. Estaba revisando los resultados de los análisis -respondió.

-Me alegra. ¿Y cómo les fue? ¿Qué les dijeron? -expresé mi interés.

-Al parecer, bien. La pequeña tiene una alta probabilidad de curarse con tratamiento -se le escuchaba feliz pero preocupado.

-Qué bien. Oye, ahora tengo una reunión con la directora de mi hermano. Si aún estás con tu esposa e hija, me gustaría conocerlas antes de irme. Parece que duraré más tiempo. ¿Podríamos encontrarnos en el restaurante "Estrella de Miller"? No sé, en media hora más o menos -propuse -

-Claro, te estaremos esperando.

-Cuando llegues a la recepción, te preguntarán si tienes reservación. Responde que estás esperando a Thalía Miller y que te lleven a la sala privada 5. Espérame ahí -le proporcioné las indicaciones necesarias.

Respondió con un "sí", y terminé la llamada.

Fin de la llamada.

La señorita Miller ya puede pasar –me indicó la secretaria.

-Gracias –respondí antes de dirigirme a la puerta y tocar antes de entrar.

-Buenos días, señorita Miller –saludó la directora.

-Buenos días, directora –estreché su mano.

-Siento mucho lo de sus padres –dijo –sé que pronto despertarán –agregó.

-Eso espero –suspiré –pero ahora vengo solo a hablar de mi hermano –me senté.

-Cierto, me enteré de que no asistió a clases hoy, si es por la ausencia, no se preocupe, entendemos el motivo por el cual no asistió –dijo.

-No es por eso –aclaré –como usted debe saber, no vivo en esta parte del país –ella asintió –al caer mis padres en coma, la custodia de mi hermano queda a mi cargo. No puedo venir a vivir aquí porque estoy en el ejército de Toronto –dejé un momento de silencio para que lo asimilara, y ella volvió a asentir –lo que en verdad necesito saber es sobre los estudios de mi hermano Damián. Él irá conmigo a Toronto, pero no estudiará allí, y obviamente, no siempre estaré en casa porque también debo estar en la base militar. Entonces, se complica que Damián pueda salir si no es conmigo –expliqué e hice una pausa –me preguntaba si me podría ayudar con eso.

-Claro –se rascó la barbilla –el instituto está comenzando a desarrollar un nuevo programa para las personas que prefieren estudiar en casa. Claro está que sus tutores deben estar de acuerdo –dijo y yo asentí –el programa básicamente consiste en tomar clases virtuales. Tal vez le pueda interesar –agregó.

-Es exactamente lo que busco. ¿Me podría explicar más cómo funciona? –pregunto.

-El programa ya está aprobado. Empezamos la semana pasada a impartir clases. También debe ser consciente de que cada cierto tiempo tendrán visitas de algunos maestros con pruebas para verificar que el estudiante está aprendiendo de las clases que se le imparten –dijo –como ustedes no viven aquí, el maestro tendrá que viajar, entonces los gastos correrán por su cuenta –agregó.

-Eso no importa. Mi hermano podrá viajar para acá algunos fines de semana, y cuando no podamos, entonces el maestro podrá viajar –expresé.

-Claro, entonces necesitaré su firma para inscribirlo en el programa –dijo sacando unos papeles y me los tendió.

Leí el permiso y tomé fotografías de él, luego firmé.

-Fue un gusto hablar con usted. Espero verla pronto –me levanté.

-Lo mismo digo –se despidió

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