Capítulo 13

—Lo siento, pero tienes que admitir que es impresionante, Thalía. Nunca pensé que lograrías eso en tu primer día —comentó Aiden con asombro.

—No me subestimen, chicos. Ya conocen mi lema: "Siempre hay que esperar lo inesperado" —sonreí con confianza mientras salíamos del aula.

Sam se acercó a mí, aún sorprendida por la situación.

—Definitivamente, tienes estilo, Thalía. Esa táctica de la hora libre fue brillante.

—Bueno, hay que mantenernos entretenidos, ¿no? —respondí con una risa.

Omaira, que estaba junto a nosotros, asintió emocionada.

—Y yo que pensaba que iba a ser un día normal. ¡Vaya bienvenida!

Caminamos por los pasillos y, de repente, nos encontramos con un grupo de estudiantes que nos miraban con admiración y murmuraban entre ellos. Parecía que la noticia de mi enfrentamiento con el profesor se había extendido rápidamente.

—Creo que ya tienes algo de fama, Thalía —comentó Maximilian en susurro con una sonrisa divertida.

—No buscaba la fama ojos lindos, pero si la encuentro en el camino, no le diré que no —respondí encogiéndome de hombros.

En ese momento, mi tío me llamó.

—Hola, Tío. ¿Qué tal?

—¡Thalía mi niña! ¿Cómo te fue en tu primer día? ¿Te adaptaste bien?

—Oh, todo bien, Tío. Un pequeño contratiempo con el profesor, pero nada que no pudiera manejar.

—¿Contratiempo? ¿Qué sucedió exactamente?

Le expliqué la situación, desde la llamada hasta el desafío en clase. Mi tío no pudo evitar

reírse.

—Eres increíble, mi niña. Sabía que te desenvolverías, pero esto es algo más.

—Solo traté de seguir tus consejos, Tío. ¿Hay algo más que quieras saber?

—No, por ahora. Disfruta del día y no te metas en más problemas.

—Lo intentaré, Tío. ¡Hasta luego!

Corté la llamada y me volví hacia mis amigos.

—Bien, chicos, ¿a dónde vamos ahora? ¿Algún lugar interesante que deba conocer en la universidad?

Omaira tomó la palabra.

—¡Claro que sí! Hay un café genial en el centro del campus. Podemos pasar un rato agradable allí.

—Perfecto. Café suena bien —asentí.

Estábamos a punto de sumergirnos en la bulliciosa atmósfera de la cafetería del campus cuando percibí la vibración de mi teléfono. Al notar que la llamada provenía de Ben, decidí contestar.

En la llamada:

—Saludos, diminuta de mi corazón —pronunció apenas respondí.

—Hola, zoquete —saludé con un toque de efusividad.

—No te puedes ni imaginar lo que sucedió. Nuestra adorada Anyel le jugó una broma a Caleb justo mientras se estaba bañando, y Caleb la persiguió por toda la academia, ataviado solo con ropa interior y pintado de azul —soltó una carcajada.

— ¿Caleb? —pregunté incrédula—. ¿El mismo Caleb que casi parece un santo?

—Ese exactamente —dijo riendo.

— ¿En ropa interior? ¿Y pintado de azul como si fuera un maldito pitufo? —dije histérica—. Todos ustedes son unos amigos malvados, esperan a que me vaya para hacer de las suyas —le recrimine molesta—. Dime que grabaste eso —supliqué.

—Claro que sí —respondió como si fuera obvio.

—Entonces cuelga y mándamelo —chillé.

—Está bien —dijo y colgó.

Fin de la llamada.

Terminaron las clases y llegó el ansiado momento del almuerzo, que para mí era especialmente esperado ya que no había desayunado y el hambre apretaba. Nos dirigimos a la cafetería, nos sentamos todos en una mesa y la conversación fluía animadamente. Sin embargo, la armonía se vio interrumpida cuando las puertas fueron abiertas abruptamente, anunciando la llegada de "los populares". Un repentino silencio se apoderó de la cafetería, pero decidí ignorarlos y seguir hablando con mis amigos. Aunque noté que ninguno de ellos me respondía y empezaban a ponerse nerviosos.

Volteé para descubrir que Gary se dirigía hacia nuestra mesa, lo que me puso en alerta de inmediato. Al llegar, estrelló su bandeja contra la mesa, sumiendo a la cafetería en un silencio incómodo.

—¿Se puede saber qué haces? —pregunté con calma, cruzando las piernas y revisando mi celular, el cual él me arrebató de las manos.

—Presta atención cuando te hablo —dijo enojado.

—Me importa un comino las estupideces que dirás. Ahora devuélveme el teléfono —dije extendiendo la mano.

—No quiero, muñequita —dijo burlón.

—Es la última vez que te lo pido amablemente —advertí.

—No quiero —repitió. Estaba a punto de levantarme cuando noté el agarre firme de Maximilian en mi mano. Parecía asustado, como un tierno gatito temeroso.

—Confía en mí, cariño —le susurré antes de soltarme de su agarre y ponerme de pie—. Entonces, no me lo devolverás —comenté y él negó—. Bien —le propine un puñetazo que lo dejó en el suelo y tomé mi teléfono—. La próxima vez, no te metas con alguien que no conoces —susurré al oído—, porque puedo convertirme en tu peor pesadilla.

La cafetería entera estaba en silencio.

—Oigan chicos, ¿qué les parece si vamos al centro comercial cuando salgamos? —propuse, todos asintieron, y retomamos la conversación en nuestra mesa, siendo la única que hablaba mientras los demás permanecían en silencio.

La hora de salida nos encontró ya afuera.

— ¿Tienen cómo ir hacia el centro comercial? —pregunté, mirándolos.

—Sí, tranquila. Yo traje mi auto —dijo Aiden.

—Bien, entonces nos vemos en el centro comercial. Honey, tú te vendrás conmigo —dije, arrastrando a Maxi conmigo.

— ¿No me digas que ese es tu auto? —preguntó Maxi con sorpresa.

— ¿Te gusta? —pregunté.

—Tus padres deben tener mucho dinero y consentirte —dijo.

—No, yo misma me lo compré con mi dinero —dije, viendo su sorpresa. Subimos y seguí hablando—. Además, hace más de un año que mis padres están en coma —comenté.

—Lo siento, yo... —lo interrumpí.

—Está bien, no lo sabías. De hecho, volví porque mostraron mejoras —dije.

Luego de unos minutos, todos llegamos al centro comercial y nos dirigimos a una heladería. Estábamos hablando y riendo, compartiendo anécdotas, cuando de repente sentí la necesidad de ir al baño.

—En un momento vuelvo, debo ir al baño —me levanté y, tras un asentimiento, todos continuaron hablando mientras me retiraba.

Una vez que terminé, me lavé las manos y me tomé un momento para acomodar mi cabello. Al volver con los chicos, me encontré con que tenían una discusión con la loca de Isabella y su grupo de amigas.

— ¿Qué está sucediendo aquí? —pregunté, dejándome caer en mi asiento. Todo quedó en silencio por unos segundos.

— ¿Tú quién eres, zorra? Lárgate, no seas metida —habló Isabella tratando de intimidarme.

—La persona que le rompió la nariz a tu queridísimo novio y a ti si sigues fastidiando —le sonreí.

Ella comenzó a gritar todo lo que se le vino a la cabeza, pero yo simplemente la ignoraba.

—Disculpen, ¿pero ¿qué está pasando aquí? —preguntó un oficial.

—Esas chicas se acercaron y comenzaron a gritarnos de todo un poco como locas —dije amable.

—Quedan detenidas por alteración a la paz en un lugar público —dijo, y yo solté un sonoro suspiro. Todos comenzaron a quejarse, pero el oficial no les hacía caso. Nos metió en una camioneta y comenzó a conducir. Después de unos minutos, llegamos a la estación, y me di cuenta de que Maxi no dejaba de temblar.

—No te preocupes, Honey, no dejaré que nada te pase —le susurré, tomando su mano.

Entramos, y lo primero que vi fue a Sebastián, parecía estar firmando unos papeles. Luego levantó la mirada y comenzó a hablar con el oficial que nos trajo.

—Mi humilde caballero, ¿sería tan amable de llevarnos hacia mi castillo? —pregunté burlona, una vez que el otro oficial se fue.

—Claro, mi bella dama, sígame por favor —dijo, haciendo una reverencia graciosa, y empezamos a caminar—. Llegamos, madame —dijo abriendo la puerta.

—Gracias, valiente caballero —dije riéndome y entrando. Todos me miraban sin entender —¿y el viejo brujo dónde está? —pregunté, siguiendo el juego.

—Está encarcelado en la oficina —dijo divertido—. Estoy seguro de que, desde que sepa del caso, vendrá. Le encanta atormentar a los jóvenes —bromeó, y yo reí.

Seguimos hablando hasta que llegó el jefe.

— ¿Usted de nuevo por aquí? —preguntó Carlos mirándome.

—Esta vez no golpeé a nadie —alcé mis manos con inocencia.

—Expliquen por qué están aquí —dijo.

—Esta salvaje nos golpeó —dijo Isabella haciéndose la víctima. Yo solo me carcajee.

—Yo no la golpeé, a ella ni a sus amigas —me reí, y Sebastián y Carlos asintieron de acuerdo.

— ¿Cómo están tan seguros ustedes? —preguntó ella.

—Esa chica esta mañana mandó al hospital a mi compañero —dijo Sebastián, y vi cómo todos abrían los ojos.

—Él empezó —dije defendiéndome—. Por cierto, ¿cómo está? —me interesé en saber.

—Tendrá que quedarse más tiempo en el hospital. Al parecer, las heridas eran más graves de lo que pensábamos —dijo Sebastián encogiéndose de hombros.

—Pero miren nada más—dijo Carlo, interrumpiendo—. Me esperaba esto de cualquiera menos de ustedes —dijo, mirando a mis amigos. Su mirada se detuvo en Maxi.

—Maximilian, ¿en qué estabas pensando? —dijo mirándolo.

—Basta, Carlos, si no quieres problemas —dije, pero este siguió.

— ¿Qué pensarán tus padres de ti al enterarse de que estás aquí? —continuó.

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