Capitulo 4

Este año, me he consolidado como la líder más fuerte de mi pelotón, ostentando el rango de teniente. Sin embargo, este liderazgo no implica que posea más poder que los demás; simplemente, asumo la responsabilidad de enfrentar las consecuencias, sean positivas o negativas.

La hora actual marca las 3:57 a. m., y mi deber es despertar al pelotón a las 4:00 a.m., ni un minuto más, ni uno menos. Mi grupo está conformado por individuos en los que confío profundamente: Benjamín, Mateo, Caleb, Connor, Abigail, Alex y Anyel, entre otros. Benjamín, en particular, es más que un compañero; es el hijo del tío Adrián, mejor amigo y hermano de mi padre. A lo largo de los años, nuestra amistad se ha fortalecido, convirtiéndolo en otro de mis mejores amigos, después de Mateo, claro está.

Me detuve entre los camarotes de los chicos, parlante en mano, observando el reloj.

Faltaba un minuto... 5... 4... 3... 2... 1.

—¡LEVANTEN SUS TRASEROS DE LAS CAMAS, LOS ESPERO FUERA EN 15 MINUTOS! —mi grito resonó,

todos se levantaron, realizaron el saludo y se dirigieron apresuradamente a las duchas.

En el campo de entrenamiento, formé a todos en fila, esperando mis órdenes.

—Bien, el calentamiento consistirá en 60 vueltas al campo, 80 pechadas, 90 sentadillas, y luego nos enfocaremos en el combate cuerpo a cuerpo —mi voz sonó firme—. ¿Entendieron?

—¡SEÑOR, SÍ, ¡SEÑOR! —gritaron al unísono.

—Bien, empiecen —ordené con determinación, y ellos comenzaron de inmediato.

*Minutos después*

Estábamos a mitad de entrenamiento cuando un soldado se acercó.

—Señor, el capitán la espera en su despacho —informó, realizando el saludo militar.

—Infórmele que estaré allí en breve —me acomodé la gorra.

El soldado repitió el saludo antes de retirarse.

—CHICOS—detuvieron sus ejercicios para escucharme—. Mateo, estás a cargo.

—ENTENDIDO, SEÑOR —hicieron el saludo y continuaron con los ejercicios.

Caminé hacia el despacho del capitán, toqué la puerta y entré cuando escuché el permiso.

—Me informaron que me buscaba, señor —realicé el saludo.

—Sí, teniente, tome asiento... Esta noticia sé que no le gustará nada... ¿sabe que la quiero a usted y a sus hermanos como si fueran mis hijos, cierto? —su pregunta denotaba una preocupación profunda.

—Sí,lo sé, señor. También lo considero como mi segundo padre —respondí, pero la inquietud se apoderaba de mí.

—Tus padres tuvieron un accidente... están en coma —anunció finalmente.

Agradecí internamente estar sentada, ya que, de lo contrario, mi caída hubiese sido inevitable. Todo daba vueltas a mi alrededor.

— ¿Por favor, dígame que Damián está bien? —fue lo primero que cruzó por mi mente.

—Está bien, estaba en casa de tu tía cuando todo sucedió —trató de tranquilizarme—. Te daré una semana para que puedas ir a ver a tus padres y decidas qué hacer con tu hermano. Si tus padres aún no despiertan, tu vuelo sale en 2 horas.

—Gracias por todo —realicé el saludo antes de retirarme.

Caminé hacia donde me alojaba con mi pelotón, pero al abrir la puerta, noté la ausencia de todos. Me dirigí directamente a mi habitación y comencé a preparar las maletas. Intenté comunicarme con Damián, pero no respondía. A la sexta llamada, finalmente contestó el teléfono.

- ¡Hola, Thalía!—se escuchó entusiasmado al otro lado del teléfono.

-Hola, mi amor. ¿Cómo estás? — él era ajeno al reciente suceso porque mi tío Adrián no le que decir.

-Bien, no he hablado con mamá y papá en todo el día. Se supone que debería pasar el fin de semana en la casa de la tía con Daniel, así que están probablemente en el trabajo como siempre —su tono sonaba desinteresado.

-Quería preguntarte si te gustaría venir conmigo unos días a Toronto —mi propuesta lo tomó por sorpresa.

- ¡Claro que sí! Pero, ¿y la escuela?

-No te preocupes por eso, yo me encargo. Además, nuestros padres estarán ocupados; probablemente ni te llamen —intenté transmitirle tranquilidad mientras jugueteaba nerviosa con mis uñas.

-Está bien —respondió sin preocupación.

-Hablamos luego, hermanito. Te quiero —nos despedimos.

-Yo más—fue su respuesta, y cerré la llamada.

Terminé de empacar, y al bajar las maletas, esperé a que todo el pelotón llegara a la pequeña sala de la cabaña. Después de unos minutos, finalmente llegaron. Ben y Mateo fueron los primeros en notar las maletas, sus miradas se alternaban entre mí y el equipaje.

- ¿Eh, Thalía? ¿Qué pasa? ¿Por qué las maletas? —preguntó Ben, evidenciando su curiosidad.

-Chicos, tengo que hacer un viaje a Vancouver por unos días. Sucedió algo con mis padres y necesito estar con ellos además mi hermano todavía no lo sabe—expliqué, tratando de mantener la calma en mis palabras.

- ¿Están bien tus padres? ¿Necesitas algo? —Mateo expresó su preocupación genuina.

-Por ahora están estables, pero quiero estar allí. Gracias por preguntar, Mateo —respondí, agradecida por la preocupación de mis amigos.

-Bueno, entonces, cuentas con nuestro apoyo. Si necesitas algo, aquí estaremos —ofreció Ben, mostrando solidaridad.

-Gracias, chicos. Significa mucho para mí —les agradecí, sintiéndome reconfortada por la presencia de amigos leales. Cada uno me brindó un abrazo reconfortante. Después de un tiempo, me encontraba abordando un avión con destino a Vancouver.

La sala de espera del aeropuerto resonaba con el bullicio característico de los viajeros. Mi mente estaba inmersa en pensamientos sobre mis padres y en qué condiciones los encontraría. Los recuerdos de las últimas conversaciones telefónicas me rondaban, y una mezcla de ansiedad y determinación llenaba mis pensamientos.

El anuncio del vuelo a Vancouver rompió el murmullo de la sala, y, con mi boleto en mano, me dirigí hacia la puerta de embarque. Caminar por el pasillo del avión me recordaba las numerosas ocasiones en las que había viajado con mi familia, pero esta vez todo era diferente.

Al encontrar mi asiento, observé por la ventana el ajetreo en la pista de despegue. La rutina del personal de tierra, los aviones moviéndose en una coreografía precisa y la sensación de anticipación en el aire creaban un telón de fondo peculiar para mi preocupación personal. A medida que el avión ganaba altura, Toronto se convertía en un mosaico de luces en la distancia. Las luces de la ciudad se desvanecían lentamente, marcando el inicio de un viaje hacia lo desconocido. Me sumergí en mis pensamientos, reflexionando sobre la trayectoria que me había llevado hasta este punto.

La decisión de unirme a la academia militar había sido un giro inesperado, pero había forjado amistades sólidas y había descubierto una fortaleza interior que no sabía que poseía. Ahora, enfrentaba una nueva prueba, un viaje hacia la incertidumbre de la salud de mis padres. A bordo, intenté sumergirme en la lectura de un libro para distraer mi mente, pero mis pensamientos seguían regresando a la imagen de mis padres en el hospital. La turbulencia ocasional del avión parecía reflejar la agitación emocional que experimentaba.

El servicio de comidas y la rutina del vuelo transcurrieron mientras contemplaba las nubes que flotaban fuera de mi ventana. Los recuerdos de mi tiempo en la academia militar y la camaradería con mis compañeros de pelotón se entrelazaban con la ansiedad por lo que encontraría al llegar a Vancouver. Finalmente, el avión anunció su descenso hacia el Aeropuerto Internacional de Vancouver. La vista de la ciudad iluminada se extendía bajo las alas del avión, y la magnitud de lo que estaba por enfrentar se volvía más tangible. Aterricé en Vancouver con una mezcla de nerviosismo y determinación.

Cuando salí del aeropuerto, sentí todas las miradas sobre mí. Fue entonces cuando me di cuenta de que aún llevaba puesto el uniforme militar, atrapada en una espiral de ansiedad. Ignoré las miradas curiosas y decidí llamar a un taxi.

-Buenas tardes, señor -saludé al conductor.

-Buenas tardes, jovencita. ¿A dónde se dirige? -respondió con amabilidad.

Le indiqué la dirección y, a medida que avanzábamos, entablamos una conversación. Su nombre era Martín, casado con Lorena y padre de una pequeña llamada Anahí, quien lamentablemente enfrentaba una batalla contra la leucemia. La familia luchaba con la falta de recursos para el tratamiento, lo que obligó a Lorena a regresar al trabajo incluso estando embarazada. Martín, a su vez, mantenía tres trabajos. Fue entonces cuando se me ocurrió una forma de ayudar.

-Señorita, llegamos -anunció el taxista.

Le pagué y, antes de bajarme, le entregué dos tarjetas.

-Martín, por favor, llama a este número. Es un amigo mío, médico, y le debe algunos favores. Dile que vas de parte de Thalía Miller Adams, que se comunique conmigo si tiene alguna duda. La otra tarjeta es mi número de teléfono. Quiero estar al tanto de la salud de Anahí y, si necesitas algo, no dudes en decírmelo -le sonreí.

Vi cómo Martín empezaba a llorar, y yo me esforcé por contener las mías.

-Gracias, señorita. Gracias, gracias. Que Dios se lo pague -agradeció emocionado.

-No te preocupes. Solo te pido algo a cambio.

-Lo que quiera -se limpió las lágrimas.

-Ahora mismo mis padres están en coma. Solo vine por unos días para llevarme a mi hermano y regresar a la base militar. Pero cuando vuelva, me encantaría conocer a la niña -sonreí.

-Claro que sí, señorita. Si alguna vez la puedo ayudar en algo, no dude en decírmelo.

-Claro. Cuídate y no dejes que tu esposa trabaje en ese estado.

Bajé del taxi sintiendo la satisfacción de haber ayudado a alguien que lo necesitaba. Observé la casa, repleta de recuerdos buenos y malos, saqué las llaves de mi bolso y comencé a entrar. Los recuerdos me abrumaron mientras subía las escaleras y me dirigía a mi habitación. Necesitaba ducharme, cambiarme y después ir a la casa de mi tía. Se suponía que Damián estaría con ella y nuestro primo. Además, estaba ansiosa por encontrarme con mi mejor amiga, Omaira.

Llegué a la casa de Omaira y, apenas toqué, mi tía Diana abrió la puerta.

-Tía Diana, ¿Cómo estás? -Sonreí.

- ¿Dania? Por Dios, estás hermosísima -me abrazó-. No pensé que volverías. Me imagino que ¿viniste por lo de tus padres? -preguntó.

-Sí, tía. Además, necesitaba ver a Damián. ¿Él lo sabe? -mi pregunta la hizo sonrojarse.

-No, pensaba contárselo en la cena. No encontraba un momento adecuado -su voz sonaba apenada.

-No se preocupe. menos que no se lo haya dicho, porque quería ser yo quien se lo dijera, tía. ¿Omaira? -sonreí emocionada.

-No está -mi sonrisa desapareció-. Me pidió permiso para faltar al instituto por 2 semanas. Se fue a la casa de playa de unos amigos. Pero si quieres, le ll...-la interrumpí.

-No, tía, déjela que se divierta. Yo volveré cuando mis padres despierten. Espero que sea pronto. Entonces, nos volveremos a encontrar -sonreí un poco-. ¿Y Damián, dónde está?

-Oh, cierto, pasa -se apartó-. ¡ALEJO, TE BUSCAN! -su grito resonó por toda la casa, y sonreí al recordar que siempre nos llamaba a los dos por nuestros segundos nombres.

- ¿QUIÉN? -se escuchó desde arriba.

-BAJA Y DESCÚBRELO POR TI MISMO -gritó de vuelta.

Se oyeron pasos en la escalera, así que me coloqué de espaldas, aguantando las ganas de reírme. Observé muchas fotos de Omaira y algunas donde estábamos las dos.

- ¿Quién eres tú? -se escuchó la voz suave de Damián.

- ¿Qué? ¿No puedes creer que ya no reconoces a tu hermana mayor, enano? -me giré, y él me miró con la boca abierta.

- ¡LIA! -reaccionó, mientras se me tiraba encima.

Duramos

unos minutos abrazados, hasta que sentí algo mojándome el hombro.

-No me digas que estás llorando -me burlé.

-No estoy llorando -se separó y limpió sus lágrimas-. Solo me limpio los ojos de manera natural -contestó.

-Qué grande estás -apreté sus cachetes-. Y qué guapote -comencé a llenarle la cara de besos.

-Basta -hizo una mueca-. Te pareces a mamá cuando le entran ganas de dar cariño -mi sonrisa se borró.

-Tenemos que hablar, pitufo menor -dije lentamente-. Ve por tus cosas.

Él corrió arriba, supongo que, a buscar sus cosas, y luego bajó con una bolsa.

-Listo -dijo-. Tía, despídeme de Daniel, está durmiendo -le dio un beso en el cachete.

Me despedí y nos dirigimos a la casa. Cuando llegamos, dejé que él entrara primero y lo hice sentarse en el sofá.

- ¿De qué teníamos que hablar? -sonrió esa sonrisa de alegría que tanto me gustaba y que pronto desaparecería.

-De nuestros padres -en cuanto escuchó la seriedad con la que hablé, dejó de sonreír.

- ¿Qué pasó con ellos, Lía? ¿Están bien? Me estás asustando -comenzó a agitarse.

-Me llegó la noticia de que tuvieron un accidente de coche -hablé con suavidad.

Él se quedó en silencio unos largos minutos, como procesando todo.

- ¿Los viste? -habló por fin.

-Pensé que te gustaría verlos conmigo, así que apenas llegué fui por ti.

Lo abracé mientras asentía y lloraba, como aquella vez en que yo me iba para la academia.

- ¿Cómo te sientes, Damián? -pregunté con cuidado.

-No sé, Lía. Es raro. No sé qué hacer -sus ojos reflejaban una mezcla de tristeza y confusión. -Estoy aquí para ti, hermanito. Juntos superaremos esto -le aseguré. - ¿Podemos ir a verlos? - preguntó Damián, mirándome con preocupación.

Asentí y pedí un Uber. No quería andar por las calles con mi hermano en ese estado. Después de unos minutos de espera, finalmente llegó. Le dije a dónde íbamos. Cuando llegamos al hospital, le pagué al conductor, le agradecí y entramos.

-Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarles? - saludó la recepcionista.

-Buscamos a nuestros padres. Se apellidan Miller, David Miller y Aurora Miller.

-Habitación 104 y 105 del sexto piso -sonrió-. En unos minutos vendrá el doctor para explicarte todo.

Asentí y fuimos al ascensor, subiendo al cuarto piso. Cuando llegamos a la habitación 104, nos quedamos frente a la puerta. Damián tomó mi mano, apretándola ligeramente, y yo se lo devolví suavemente. Después de mirarnos brevemente, abrí la puerta.

Lo primero que vi fue a mi padre conectado a muchos aparatos. De inmediato, lágrimas cayeron por mis ojos. Cerré la puerta, me acerqué a él y tomé su mano.

-Qué guapo te ves sin esa barba, papá -sollocé-. Lamento no haber estado contigo. Lo siento mucho. ¿Sabes? Extrañé mucho tus celos o cuando con mis hermanos te hacían bromas, y tú fingías estar enojado -sonreí levemente.

Giré hacia donde estaba Damián y vi que tenía los ojos cerrados y apretaba sus puños. Caminé hacia él y lo abracé. Él de inmediato se derrumbó, comenzó a llorar. Caminamos hasta la cama, él tomó la mano de papá y lloró más fuerte.

- Papá, aquí está Damián. Estamos contigo -susurré mientras acariciaba el cabello de mi hermano. - Vamos a esperar al doctor y nos dirá qué está pasando.

En ese momento desgarrador, abracé a mi hermano, quien sollozaba amargamente. "Prometo hacer lo que quieras si despiertas, papá. También te dejaré de hacer bromas," le susurro con voz temblorosa. Me esforcé por ser el pilar de apoyo que necesitaba en ese momento de angustia. Después de un largo período, el doctor apareció y me separé de la cama de papá y acomode a Damián en el sofá que se había quedado dormido mientras lloraba.

"Buenas tardes," nos saludó el médico. "Ustedes deben ser sus hijos," afirmó con un atisbo de comprensión en sus ojos. Asentí, sintiendo el peso de la situación sobre mis hombros. "¿Podría darme la información afuera?" pedí preocupada por mi hermano. "Es que logré calmarlo hace poco, no quiero que despierte tan rápido." El médico asintió y salimos. Una vez fuera, ansioso por saber, pregunté: "¿Cómo están?"

"Hace unos minutos los sacaron de cuidados intensivos. Todavía están en riesgo de un paro debido a los fuertes golpes. Ambos entraron en coma y siendo sincero, no creo que despierten ahora. Si lo hacen será en mucho tiempo. Sus cuerpos tienen que reponer lo dañado y no durará poco. Les recomiendo que hablen con ellos,

pueden escucharlos," nos confió el doctor.

Tras asimilar la noticia, propuse: "¿Cree que podrían tenerlos en una sola habitación?" El médico asintió: "Sí, pero por la cantidad de máquinas, deberá de ser más grande y costará más." Decidida, respondí: "No importa el dinero, yo le pagaré." Con la certeza de que así sería, el doctor tomó la decisión y se retiró.

Entrando en la habitación 105, vi a mi madre en las mismas condiciones que papá. Tomé su mano y, con un nudo en la garganta, comencé a hablarle: "Mamá, cuanto tiempo sin verte. ¿Sabes? La Navidad está a solo dos meses. Estaba planeando sorprenderlos este año, pero parece que el viaje se adelantó. Te he echado tanto de menos, mucho," musité con una sonrisa forzada. "Tengo más de tres años sin poder verte. La última vez fue en mi graduación de la academia y mira en la situación en la que nos reencontramos."

Al finalizar mi monólogo, una enfermera se acercó y sugirió que era hora de levantar a Damián y continuar con nuestras actividades. Mientras preparábamos a mi hermano para partir, le susurré al oído: "Estaremos juntos en esto, hermano. No te abandonaré, lo prometo."

descargar

¿Te gustó esta historia? Descarga la APP para mantener tu historial de lectura
descargar

Beneficios

Nuevos usuarios que descargaron la APP, pueden leer hasta 10 capítulos gratis

Recibir
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play