La mañana despertó con una calma tensa en la academia Himmlisch. Los trillizos Mudruk, junto con los demás estudiantes, se dirigían hacia sus aulas asignadas, ansiosos por comenzar sus clases. El bullicio de conversaciones y risas llenaba los pasillos mientras los sangre pura observaban con expresiones de superioridad.
En las aulas, los estudiantes se acomodaban en sus asientos, con la expectativa palpable en el aire. Los tutores, figuras imponentes de cada Ralea, entraban con paso seguro, listos para guiar a los jóvenes en su camino hacia el conocimiento sobrenatural.
En el aula de Astartea, la expectación era particularmente intensa. La joven Mudruk generaba un aura de poder a su alrededor. Los demás estudiantes la miraban con mezcla de admiración y respeto, conscientes de su estatus único.
La tutora, la señorita Melandre, entró con gracia y elegancia, captando la atención de todos. Dio la bienvenida a los estudiantes y comenzó a explicar el plan de estudios para el año. Las asignaturas abarcaban desde la magia elemental hasta la historia de las Raleas, cada una diseñada para potenciar las habilidades únicas de los sobrenaturales.
Mientras tanto, en el patio de prueba, el humano recién afín a la Ralea Manticora, cuyo nombre era revelado como Ethan, se encontraba siendo guiado por un tutor hacia su clase asignada. Su elección inusual había generado cierto revuelo entre los demás estudiantes, pero también había suscitado la curiosidad de muchos.
Ethan se había convertido en lo mejor del momento, y eso no le gustaba a Aamon, quien miraba con recelo al humano cada que podía.
Mientras tanto en las aulas de Dragones, Licántropos, Brujos y demás, la enseñanza comenzaba a tomar forma. Los estudiantes se sumergían en un mundo de conocimiento místico, explorando sus propias habilidades y descubriendo las complejidades de las Raleas a las que pertenecían.
Astartea, Aamon y Astaroth se sumergieron en sus clases conscientes de los comentarios que hacian hacía ellos con relación al nuevo integrante de su Ralea.
Tampoco se hicieron esperar las rivalidades entre las Raleas, cada vez se volvían evidentes incluso en las aulas, mientras los estudiantes competían por destacar y demostrar su valía. Y está rivalidad se había desatado más por los nuevos integrantes humanos en las distintas Raleas.
La primera jornada de clases había terminado con una mezcla de emoción y desafíos, en los pasillos, Astartea, Aamon y Astaroth se dirigían a su respectivo lugar de descanso mientras eran inmersos en el flujo de estudiantes que se apresuraban por los corredores.
Fue entonces cuando, de manera casi inevitable, Astartea chocó con alguien. Un encuentro accidental con un humano perteneciente a la Ralea Angel, el chico se encontró cara a cara con Astartea en medio de la concurrida senda académica.
—Lo siento, no te vi venir —se disculpó Cassiel con una sonrisa amable, su mirada chocando con la intensidad de los ojos de Astartea.
Ella, por su parte, se enderezó con gracia, su presencia imponente dejando una huella en la mente de Cassiel. Una conexión inexplicable que lo hizo sentir atraído hacia Astartea de una manera que nunca antes había experimentado.
—No hay problema —respondió ella con frialdad calculada, tratando de mantener una distancia, consciente de su posición como sangre pura en contraste con Cassiel, un humano.
Sin embargo, en el resto del día la presencia de Cassiel se volvía cada vez más evidente. Sus gestos amables, su atención constante.
Astartea, por su parte, se esforzaba por evitarlo, prácticamente huía de él. Y es que las reglas sociales y las expectativas familiares pesaban sobre sus hombros, creando una barrera entre ellos. La mera idea de involucrarse emocionalmente con un humano no era algo que pudiera aceptar fácilmente.
Era como jugar al gato y al ratón, y a Astartea no le gustaba ser el ratón.
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