11 El edificio: Echando lazos

-¿Qué vamos a hacer con ella?- pregunta Quimey.

-¿Matarla?-, exclama Celeste irónica.

-no podemos hacer eso-, dice Roky y concluye -ella me salvó la vida-. 

 En el sillón de la casa de Quimey se encuentra, recostada, Melina. La chica aún está inconsciente y su cuerpo lentamente se recupera. 

La Tía de Quimey aparece por el comedor trayendo algunos refrescos para los Guardianes, mientras acota -dejen a esa chica descansar, dejen que se responda y luego vamos a hacerle algunas preguntas-, reparte las bebidas y cuando le da la de Celeste le dice -no hagan como lo que hicieron conmigo que me durmieron un día entero-.

-es que no sabíamos que estabas al tanto de los Guardianes y el talismán-, contesta Celeste.

-y mucho menos que vos habías sido parte del equipo que luchó en la capital-, acota Lily.

-no iba a dejar luchar sola a mi hermana embarazada-, exclama, Verónica, tía de Quimey.

Melina comienza a despertar, se despereza en el sillón, bosteza e intenta sentarse. Refriega sus ojos, parpadea varias veces y los abre, de frente a ella, Verónica le ofrece un vaso de agua. Esta lo toma, agradece y bebe.

-¿Dónde se esconden las brujas?-, interroga Celeste.

Melina levanta la cabeza, la observa firme, siente miedo, pero permanece en silencio.

-tranquila Celeste-, dice Verónica, luego se sienta junto a la intrusa, la mira y acota -dejemos que se recupere, estoy segura de que nos va a ayudar cuando esté mejor-, sonríe y concluye -¿por qué no descansan todos un poco?, tienen que recuperar energías para lo que viene-. 

Los Guardianes comienzan a retirarse y buscar algún lugar de la casa donde descansar. 

 La luna se posa enorme por sobre los techos de las casas del barrio. El ruido de los autos que proviene de la ciudad, ya no estorban como en horas picos. Quimey se sienta en el patio de la casa, observa cómo el mundo gira aun sin saber lo que sucede, piensa en su padre, en la situación actual, piensa en Drak, su protector, al cual vio destazado en aquella habitación por última vez. Quimey se relaja, deja que la briza le traiga paz. 

-tu mamá se sentaba en ese mismo lugar, observando el mismo punto en el cielo y te cantaba canciones mientras acariciaba su enorme panza-, dice Verónica por detrás, y se sienta a su lado.

Quimey sonríe y acota -papá siempre decía que ella era fantástica-.

-lo fue-, acota la tía y sigue -tanto como lo sos vos Quimey-.

Ella se emociona, imagina figuras en el cielo, como si allí encontrará señales de sus padres, entonces se recuesta en el hombro de su tía y pregunta -Drak no volvió, murió salvando mi vida-. 

Verónica suspira y contesta -el protector no va a poder reencarnar si el talismán está separado… ningún dragón puede hacerlo hasta que no se unan las cuatro partes-. 

-tenemos que lograrlo… tenemos que unir el talismán-, susurra Quimey y queda dormida. 

    Tres días después…

Melina riega las flores de la casa de Quimey, respira, se siente libre, como si la carga que lleva de sanadora de las brujas, ya no existiera, aunque por momentos, en sus pensamientos se cruza la sensación de extrañar a sus hermanas.

-Melina, se te ve mucho mejor-, dice Quimey.

Ella la mira, le sonríe y contesta -no sería sin su ayuda-, agacha la cabeza, y exclama -nunca tuve un momento como este, un tiempo para hacer lo que me gusta, para disfrutar de mi vida-. 

-¿Por qué crees que les debes tanto a tus hermanas?-, pregunta Quimey.

Melina suelta aire y contesta -cuando era niña mi mamá me abandonó en la puerta de una iglesia, tenía tres… recuerdo su rostro demacrado en llanto, pidiendo perdón, diciendo que me amaba, mientras se alejaba cada vez más de mí… el cura del lugar, el señor Huergo, me cobijo durante un tiempo, hasta que las autoridades me encontrarán un lugar donde quedarme, una familia. En la iglesia estuve hasta los seis, pero cuando tenía cuatro comencé a sentir algo dentro mío, como si una energía interna recorriera mi cuerpo y escaparan… la primera vez que los use, cure un pequeño ratoncito, había caído en una trampa, se retorcía en agonía en el suelo, pero pude curarlo a tal punto que se fue caminando como si nada hubiera pasado-.

-¿y cómo terminaste con las brujas?-, interroga Quimey.

Ella la mira firme y contesta -no son brujas…-, luego sigue, -un día me levanté asustada por un mal sueño, camine hasta la cocina por un vaso de agua, pero en el camino me tope con el señor Huergo, en un estado de locura, como poseído por un demonio, se balanceaba hacia mí, intentaba hacerme daño… comencé a gritar, estaba muy asustada, no sabía qué hacer, sentía la muerte acercándose… en ese momento apareció Maritza, se presentó majestuosa, levitaba y se movía sutilmente, como ejecutando un baile. Ella se encargó del señor Huergo, tuvo que asesinarlo, dijo que estaba poseído, que me estaban buscando, entonces, estiró su mano y me invitó a irme con ella. Llore mucho tiempo la muerte del señor Huergo, él fue como el padre que nunca tuve, pero las hermanas de Maritza, mis hermanas, rápidamente me hicieron sentir querida, cuidada, parte de una familia, me enseñaron a usar mis poderes, y me nombraron una de ellas, aunque supongo que me necesitaban, dependen mucho de mi poder de curación-, ambas se quedan contemplando sus ojos. 

Lily sale de la casa y les pregunta -¿chicas vieron a Celeste?-.

-no-, contesta Quimey, -¿no está durmiendo?-...

 En un banco, de una plaza, se sienta Celeste, posa sus codos en las rodillas, lleva sus manos a la cabeza, piensa, se agita, y dice -¿Por qué me llamaste?-.

A su lado, Keadrou, se sienta, se relaja, mira al cielo, suspira y contesta -quería saber cómo estabas, me contaron que estás buscando las partes del talismán, estoy preocupado…-.

-¿Preocupado?-, exclama ella y lo mira, -es por vos qué estamos haciendo esto-.

Kaedrou agacha la cabeza y acota -no quiero que te suceda nada-.

Celeste se para, nerviosa, contesta -¿Que me pase nada?, no te interesa nada de mí… nada!-.

Él también se para y sigue -no es así!, te amo tanto como amé a tus hermanos, tanto como amo a tu madre!-. 

-mataste a todos mis hermanos …-, exclama, llora, y sigue -es por eso que voy a enfrentarte, cuando esté lista, voy a enfrentarte y voy a matarte-.

Keadrou grita -no me interesa pelear contigo, no me interesa hacerle eso de nuevo a tu madre-, se arranca la parte del talismán que mora en su cuello, estira su brazo a ella y dice -toma, es tuyo, no me interesa volver a lastimar a tu madre-.

Ella mira el talismán, sus ojos brillan, enmudece, sabe que lo tiene al alcance de su mano, pero el orgullo de su corazón es mucho más fuerte, entonces, se da la vuelta mientras dice -quédatelo, te lo voy a sacar de tus manos sin vida-, y se aleja.

 

Kaedrou baja el brazo, sus ojos se cubren de líquido, se sienta nuevamente en el banco, y vuelve a observar las aves surcar los cielos, así como cuando se siente triste.

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