-ha nacido… Kaedrou ha nacido!-, exclama un gran dragón blanco frente al resto de los suyos, mientras alza entre sus garras a un niño.
La concurrencia se emociona, exclaman alegría, celebran, pues entienden que, ante ellos, el salvador del universo era presentado.
. Una vida más tarde.
Kaedrou abre los ojos, de ellos escapan algunas lágrimas, le sucede seguido, cuando recuerda su pasado. Levanta los platos sucios de una enorme mesa, aquella donde se alimenta en soledad, pues esa era su condena, la eterna soledad. Suspira y se dirige a lavarlos, sus manos tiemblan, la depresión se vuelve insoportable, más en estos días, dónde su destino lo empuja nuevamente a la tragedia.
Una mujer ingresa a la sala, lo observa refregando un plato, lo aprecia detenidamente, encuentra a un ser frágil, casi en desesperación, luego exclama un sonido para interrumpir y dice -mi señor…-, agacha la cabeza y sigue -¿Me mandó a llamar?-.
Él sigue lavando mientras dice -así es Maritza-, luego seca sus manos, se da la vuelta hacia ella y concluye -está hecho… Javier está muerto-.
El rostro de Maritza se desfigura para mostrarse extremadamente contenta, expresando una sonrisa sin límites faciales, luego acota, -es una excelente noticia mi señor, al fin pudo acabar con su némesis-.
Kaedrou gesta una mueca, su mirada se pierde en algún punto en el suelo, allí, sus pupilas revolotean en las cuentas, como premonición de llanto, pero se contiene, repasa el rostro con la palma de su mano, levanta la vista de cara a Maritza y contesta -deseo que sea bien recibido en el cielo, así como reciben a los héroes-.
-¿Se ganó ese título?-, pregunta ella.
Él la observa fijo, penetra su alma con la mirada, y contesta -su historia será contada y recordada en la eternidad-.
Detrás de Maritza se presentan dos mujeres más, Landrie y Sophie.
Kaedrou las invita a pararse junto a la mesa, las observa, cada una lleva su estilo bien definido, sus delicadas vestimentas proceden de la seda más fina, pero sus presencias son imponentes, se percibe un gran poder con solo verlas.
-cada una de ustedes, las hermanas del caos, portarán un fragmento del talismán, lo cuidarán con su vida-, luego gira hacia una ventana a un costado, observa el paisaje, respira profundo, y sigue -los Guardianes van a venir a buscarlo, intentarán unir las partes, desconocen el daño que el talismán le hace al mundo, no los juzgo, a mí también me llevo tiempo entenderlo-, vuelve hacia ellas y concluye -retírense, oculten el fragmento… no me fallen-.
Cada una toma un trozo del talismán que mora en la mesa, agachan la cabeza, agradecen, juran lealtad y se retiran.
Kaedrou toma la pieza restante y la cuelga en su cuello.
Más tarde…
Una lápida. “Javier Rodríguez”.
Una leyenda en ella. “Que la luz que emana de tus ojos, ilumine mi camino”. Y al pie de la misma. “Te amo papá”.
Kaedrou se posa erguido frente a la tumba de Javier, aprieta un puño, lo hace con fuerza, como reprochando su miserable destino. Se arrodilla ante él, clava una flor roja en la tierra, lo hace con furia, como si de una daga se tratase, mientras dice, -cada muerte que ocasiono en mi destino, me acerca más a ser un hombre, y la sensación es muy dolorosa-. Se levanta, se persigna, da media vuelta y camina, lo hace lento, como si no le importase el tiempo, camina por las calles, pasa junto a las personas, quienes lo observan sorprendidos, tanto por su tamaño, como por su atípica vestimenta, los oye murmurar cosas, lo señalan, pero él sigue su camino.
Se encuentra sentado en un banco del parque, su rostro, al descubierto, expresa dolor, tanto por sus cicatrices como por su mirada. Observa el cielo, los detalles, como las nubes inertes que se deslizan a paso lento o las aves que revolotean entonando canciones, observa y suspira, suspira y sonríe, luego, después de un rato, exclama -está hecho… he salvado este mundo-...
“Un gran dragón blanco alza por los aires a un niño recién nacido y lo proclama salvador del universo. Cientos de dragones celebran la noticia. Festejan, entonan canciones, se abrazan. El dragón blanco posa al niño sobre un altar. El niño llora, lo hace desesperadamente, pues no puede quitar su inocente mirada del cuerpo sin vida de su madre, que se encuentra a unos metros detrás de ellos. El dragón lo observa a los ojos, sus lágrimas caer, acaricia su rostro, asimila el dolor, luego gira, mira hacia atrás, el cuerpo de su madre, entonces vuelve al niño y le dice -las muertes que ocasione tu destino te acercarán a ser un hombre, no podrás escapar de tus emociones, el dolor te atormentará, pero un día observarás al cielo, viejo y cansado y entenderás que tomaste las decisiones correctas, ese día, nuestro mundo estará a salvo, Kaedrou-.”
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Comments
SaraWells
Lo que he leído hasta ahora me ha gustado mucho, muy creativo 👌
2024-02-26
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