8 El edificio: Bendecida

Quimey y la bestia se enfrentan a puñetazos limpios, ambos asestan golpes certeros, ambos se hacen daño. 

-puedo resistir sus golpes-, piensa ella, -pudo resistir y luchar a su nivel-.

 El monstruo la toma del hombro derecho y arroja contra la pared, Quimey se incrusta en ella, y se empuja rápidamente hacia él de vuelta, patea su pecho, haciendo gran cantidad de daño. 

Él se recupera y siguen intercambiando golpes. 

-Me estoy cansando, no voy a poder seguir su ritmo-, analiza ella, -mis brazos pesan mucho ya-.

 La bestia incrementa su velocidad a medida que la pelea se alarga, sus nudillos chocan con el cuerpo de Quimey y la hacen retroceder más con cada golpe. Ella aguanta como puede, se siente muy agotada, ya no cree poder continuar.

La muchacha empuja al maligno ser y se echa para atrás, lleva las palmas a sus rodillas, como buscando descansar el cuerpo, intenta encontrar oxígeno, llenar sus pulmones, pero la agitación al respirar le impide hacerlo. 

-tengo que encontrar otra manera de vencerlo, no puedo continuar con esto-, se dice a sí misma, -debo concentrar un único golpe con todas mis fuerzas-.

La bestia hace tronar sus huesos, como intimidando, luego, una vez más, se prepara para abalanzarse contra ella.

Quimey cierra los ojos, intenta poner su mente en blanco, sin pensar en nada. De pronto se encuentra en una pradera, con cientos de girasoles que rozan sus rodillas al andar, ella los acaricia, se siente libre, realizada, llena de energía, de fuerza, de esperanzas… comienza a gestar un movimiento con su cuerpo, une sus manos, las frota entre sí, acumula energía en ellas, se prepara para dar su golpe más fuerte, mientras la bestia se acerca aún más.

Estira su brazo con todo el peso de su cuerpo, lo hace ejecutando una técnica milenaria, tan cuidada como precisa. Sus nudillos chocan con la carne de la bestia, se siente como acariciar seda, lo embiste con la fuerza de un río, un golpe que mataría a cualquier humano ordinario. 

 Un segundo antes de que la criatura sea arroja por el aire, Quimey, observa su abdomen y se encuentra con un pie de la bestia, pues habría llegado a ella con una letal patada, el tiempo corre lento, abre sus ojos enormes, comienza a escupir sangre, y sale arrojada contra la pared del fondo gravemente herida, lo mismo sucede con la bestia. 

 Ella se arrastra, siente una fuerte presión en su pecho, la sangre se le escurre por la boca, como si algo en su interior estuviese lastimado. Su visión se vuelve borrosa, las lágrimas que caen son involuntarias, no se da cuenta de que las expulsa. Apoya las palmas de las manos en el suelo e intenta reincorporarse, le lleva mucho esfuerzo, pero logra arrodillarse. 

La bestia comienza a levantarse, sus brazos tiemblan, no puede controlarlos. Se pone de pie, respira muy agitado, el dolor lo agobia. Alza la cabeza y observa a Quimey luchando por recomponerse, la mira en seriedad, luego gira la vista media vuelta y, detrás de él, encuentra a Roky aún desmayado. 

Perfila su cuerpo de cara al muchacho y comienza a caminar hacia él. 

-no!, ¡dónde vas!, ¡no termine contigo-, exclama ella mientras se levanta.

La criatura se posa junto a Roky, lo contempla, y comienza a encestarle puñetazos en todo el cuerpo. El Guardián, desmayado, escupe sangre y se retuerce. 

Quimey entra en desesperación, entiende que no puede dejar que lo mate, entonces desvía su mirada y observa la espada que dejó caer la bestia, y sin pensarlo, la toma con ambas manos, la levanta usando todas las fuerzas que le quedaban y corre hacia él. Incrusta la imponente arma blanca por la espalda del monstruo atravesando todo su cuerpo. 

Este grita de dolor. 

Quimey comienza a moverlo hacia el costado y lo deja caer lejos de Roky.

El siniestro ser se desploma en el suelo, estaba dando su último aliento, cuando, de frente a él, observa la foto de su familia, la foto de su vida pasada, sonríe, como enternecido, y cierra los ojos, para no abrirlos nunca más. 

 Marcos se encuentra sentado haciendo cuentas en el escritorio, de pronto su esposa lo llama de un grito, no lo hace muy fuerte, casi con un tono cálido. Él se levanta y camina hacia ella. Su hijo Tobías, junto con ella, lo esperan sentados en la mesa con el almuerzo hecho. Marcos se sienta, acaricia la cabeza del pequeño, le sonríe a su esposa, le comenta que posiblemente podrían hacer ese viaje a la costa, agradece por la comida y la disfrutan en familia. 

 Quimey se deja caer sobre Roky, ya no consigue mantenerse en pie. Lo mira, este tiene los ojos abiertos, pero no respira. Ella grita su nombre, grita con mucho dolor. Pero el muchacho no reacciona. Quimey se agazapa sobre él, cómo rendida, deja caer unas lágrimas, entristece, entiende que no puede hacer nada por él. 

-tu amigo está muriendo-, se escucha una tierna voz a su lado.

Quimey alza la cabeza, gira su rostro y se topa con una chica parada junto a ella. Se queda sin palabras.

-no dejemos que se muera-, dice la misteriosa chica y pide lugar. 

 Quimey se hace a un lado, su cuerpo pesa mucho, son muchas las heridas, luego se sienta contra la pared junto a Roky.

 La chica se agacha, posa sus manos en el pecho de él, cierra los ojos, respira profundo, y de repente, su piel se torna verdosa, sus manos se iluminan, comienzan a sentirse cálidas. Quimey observa asombrada, el cuerpo de Roky también se ilumina, comienza a tomar color, como recuperando su esencia vital. 

 Al cabo de unos minutos, la chica, se levanta, gira hacia Quimey, y le dice -va a estar bien-.

Quimey mira a Roky, este comienza a moverse, dando signos de vida, luego vuelve a la chica y dice -¿Quién sos?, ¿qué le hiciste?-.

Ella le sonríe y contesta -me llamo …-, pero en ese momento, por el otro extremo de la sala, aparece Landrie, corriendo hacia ellas en desesperación. 

-Melina!, ¡dónde estás!, necesito que me cures!-, exclama la bruja mientras se acerca.

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