13

En la vastedad del Palacio Real, Diana se encontraba en su habitación, contemplando el reflejo de la Luna en la tranquila superficie de su espejo. La noche envolvía su mente inquieta. Los pasillos desiertos resonaban con susurros leves mientras se deslizaba por ellos en busca de respuestas.

El eco de sus pasos la llevó hacia la Biblioteca Real, un reino de conocimiento oculto entre estantes de madera tallada y polvorientos pergaminos. Eleonora se sumergía en un antiguo tomo, ajena a la presencia de Diana. Al notarla, levantó la mirada con una mezcla de sorpresa y curiosidad.

—Diana, ¿qué te trae a esta biblioteca en medio de la noche? —preguntó Eleonora, marcando las páginas de su libro con delicadeza.

Diana, con timidez apenas perceptible, formuló su inquietud.

—He escuchado rumores entre las sombras del palacio. La muerte del tesorero y su hijo ha dejado un rastro de intrigas. ¿Hay algo que sepas?

Eleonora, con sus ojos sabios y compasivos, invitó a Diana a sentarse en una mesa cercana. El murmullo de las páginas al pasar creó un ambiente íntimo mientras ambas compartían sus pensamientos.

—Diana, en esta corte, las conspiraciones son moneda corriente. Pero entre todas las artimañas, la verdad permanece esquiva. ¿Qué deseas descubrir?

Diana, con determinación encubierta, expresó sus sospechas.

—Creo que la muerte de la reina y las recientes ejecuciones están conectadas. Hay algo más oscuro acechando en las sombras.

Eleonora, con una mirada cómplice, reconoció el dilema que se cernía sobre ellas.

—Entonces, navegaremos juntas por este mar de intrigas, descubriremos los secretos que yacen en la penumbra del Palacio Real. Pero ten presente, Diana, que la verdad a veces es un espejismo en este mundo de conspiraciones. ¿Estás lista para enfrentar las sombras?

La conversación se deslizó hacia terrenos más íntimos cuando Diana, con cierta vacilación, cambió de tema.

—Eleonora, ¿alguna vez te has preguntado por qué estamos aquí, en este juego de afecto con el rey? —cuestionó Diana, sus ojos revelando una inquietud que trascendía la competencia por el favor real.

Eleonora bajó la mirada por un instante antes de responder con sinceridad.

—Es un juego complejo, Diana. Cada una de nosotras busca algo distinto, pero en este ajedrez de pasiones, todos jugamos roles predefinidos.

Diana, con un atisbo de audacia, llevó la conversación hacia territorios más íntimos.

—Me pregunto sobre el acto del sexo. ¿Lo disfrutas, Eleonora? —inquirió Diana, su voz reflejando una curiosidad que se alejaba de las expectativas habituales.

Eleonora, acostumbrada a lidiar con las complejidades de la corte, respondió con calma.

—El sexo, para muchos, es una expresión de amor y deseo. ¿No lo ves así?

Diana, con una franqueza que rozaba lo inusual en aquel contexto, reveló sus propias reflexiones.

—Lo veo más como un acto primitivo de procreación. No encuentro placer en ello, y a veces me pregunto si soy la única que siente así.

Eleonora, con la sabiduría que caracterizaba sus ojos, asintió comprensiva.

—Cada uno encuentra su propio camino en este laberinto de emociones y deseos. Si no encuentras placer en el juego de la carne, tal vez tu destino se encuentre en otro tablero, Diana. ¿Has considerado gobernar, dirigir en lugar de ser dirigida?

Diana, sorprendida por la sugerencia, dejó que la semilla de esa idea germinara en su mente.

La idea de gobernar, de dirigir los destinos del reino, se manifestaba como una revelación en su mente. Eleonora, con una sonrisa sutil, continuó tejiendo las hebras de la conversación.

—Diana, este reino es un rompecabezas complejo. Quizás tu lugar no esté en las alcobas reales, sino en el salón del trono.

La joven concubina consideraba la sugerencia, sintiendo cómo las cadenas de las expectativas se aflojaban. Entre las estanterías llenas de conocimiento antiguo, la posibilidad de una senda diferente se abría ante ella.

—Eleonora, ¿cómo puedo abandonar este juego sin despertar sospechas o desatar intrigas?

Eleonora, con astucia y complicidad, compartió su experiencia.

—Los juegos de la corte requieren maestría. Si decides cambiar de rumbo, hazlo con cautela y paciencia. Gana aliados, pero guarda tus verdaderas cartas cerca del corazón.

Diana asintió, consciente de que el camino hacia el poder no sería fácil. En aquel rincón silencioso de la Biblioteca, sellaron un pacto silencioso: cada una seguiría su propio camino en este complejo tablero de intrigas y aspiraciones.

Entre las sombras de los pasillos, Diana se cruzó con la imponente figura de Ghost. La presencia del guerrero sin emociones enviaba escalofríos por su espina dorsal. Continuó hacia la alcoba del rey, donde la espera se prolongaba más de lo habitual.

Finalmente, la puerta se entreabrió, y el semblante de Petter emergió de la penumbra. Sus ojos se encontraron brevemente antes de que él se retirara. El rey, con gesto impasible, la hizo pasar al interior de la estancia.

—Diana, ¿a qué debo tu visita esta noche? —inquirió el rey, observándola con penetrantes ojos grises.

Con determinación, Diana respondió:

—Mi señor, he estado reflexionando sobre nuestro vínculo y las expectativas que la corte deposita en mí. Deseo explorar otras sendas, más allá de las alcobas y las intrigas amorosas.

Arturo la escuchó en silencio, un atisbo de curiosidad en su mirada gélida. Sin embargo, la habitación permanecía envuelta en un aire tenso, cargado de expectativas y secretos.

—¿Qué camino persigues, Diana? —inquirió el rey, instigando a la joven a revelar sus intenciones.

La respuesta de Diana se enunció con determinación:

—Anhelo contribuir de manera más significativa al reino, mi señor. Busco un propósito más elevado que el simple juego de las concubinas.

La expresión del rey se volvió indescifrable, como si evaluara las palabras de Diana en un tablero estratégico.

El rey Arturo, con una mirada despectiva, dejó entrever su escepticismo ante las aspiraciones de Diana. En su mente arraigada en las estructuras tradicionales, la idea de una mujer buscando poder más allá de las alcobas resultaba inconcebible.

—Diana, en este reino las mujeres tienen roles establecidos, y el poder que ansías no está destinado para ellas —pronunció el rey, desvaneciendo momentáneamente la chispa de determinación en los ojos de la joven.

Diana, aunque desalentada, no cedió ante la presión del monarca. Mantuvo la compostura y respondió con firmeza:

—Mi señor, comprendo las tradiciones, pero también creo que las capacidades no deberían limitarse por género. Hay mucho que puedo aportar al bienestar de este reino.

Las palabras de Diana flotaron en el aire, desafiando las restricciones impuestas por la sociedad. La habitación quedó sumida en un silencio tenso, como si el tiempo mismo aguardara la respuesta del rey, quien, con una expresión imperturbable, evaluaba la determinación de la joven.

En ese instante, Ghost, el guardián enmascarado, permanecía inmóvil junto a la puerta, como una sombra silenciosa que presenciaba el devenir de la conversación, listo para actuar según las órdenes del monarca.

El rey Arturo, deslizando entre sus palabras una mezcla de arrogancia y deseo, expresó con claridad su perspectiva arraigada en las tradiciones:

—Diana, tu lugar está entre mis sábanas, no en los asuntos de la corte. Las mujeres como tú deben aprender a aceptar sus roles y no aspirar a ambiciones que no les corresponden.

Diana, sintiendo el peso de la imposición, mantuvo su postura aunque el desencanto se reflejaba en sus ojos. Sin embargo, no renunció a sus aspiraciones y respondió con dignidad:

—Mi señor, respeto su posición, pero anhelo contribuir de formas que vayan más allá de la alcoba. Creo en el potencial de todos, independientemente de su género.

El rey, imperturbable, le dirigió una mirada que parecía desafiar la resistencia de Diana.

Arturo la tomó de un brazo y la estrelló contra la pared de piedra, la cabeza de la muchacha hizo un sonido aterrador, como el golpear del cráneo de un niño contra un muro de concreto. Aturdida, Diana apenas podía mantenerse en pie, mientras sentía como el Rey destrozaba su ropa, como una intrusiva sensación de dolor arrebata esporádicos gritos de su boca. Él, sin ningún rastro de compasión la penetró por detrás

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