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CAPÍTULO 6: ISOLDE

Isolde despertó en la opulenta cama del rey, los rayos del sol filtrándose por las pesadas cortinas doradas. Su figura esbelta y grácil se destacaba entre las sábanas de seda, y su cabello oscuro caía en ondas desordenadas alrededor de su rostro. Aunque el entorno estaba impregnado de lujuria, la expresión en sus ojos revelaba algo más: una mezcla de resignación y astucia.

Sus ojos, de un verde intenso, reflejaban una sabiduría adquirida en las sombras de la corte. A pesar de la situación en la que se encontraba, Isolde llevaba consigo una dignidad que trascendía el lecho real. La habitación, decorada con tapices ricamente bordados y mobiliario ornamentado, contrastaba con la expresión imperturbable de Isolde.

La personalidad de Isolde estaba forjada en las llamas de la supervivencia en la corte, donde las apariencias y las alianzas eran moneda corriente. Si bien podía cumplir con las demandas del rey con gracia y habilidad, su mirada sugería que sus pensamientos iban más allá de las sábanas de seda y los muros del Palacio.

A pesar de su posición, Isolde no era una figura pasiva. Su astucia se manifestaba en la forma en que manejaba las complejidades de la corte, hilando su propio destino entre las intrigas y los secretos. En sus gestos y movimientos, residía una elegancia que desafiaba las circunstancias.

Mientras se preparaba para abandonar la cama del rey, la expresión de Isolde no revelaba ni satisfacción ni disgusto, sino más bien una resolución tranquila. Aunque su cuerpo podía estar enredado en las tramas de Arturo, su mente operaba en una esfera más elevada, donde la verdadera batalla se libraba entre sus propios pensamientos y los oscuros corredores del poder.

Isolde, envuelta en la seda de la cama real, se convertía en un enigma que desafiaba las expectativas de su posición. En este mundo de fantasía realista, su historia se tejía con hilos sutiles de ambición y estrategia, mientras la corte permanecía ajena a los matices que Isolde tejía en la tela de su propia existencia.

— Arturo, mi rey, esta noche ha sido un deleite para ambos, ¿no lo crees? — Isolde pronunció sus palabras con una mezcla de dulzura y persuasión, mientras sus ojos verdes se encontraban con los del monarca.

El rey, aún envuelto en la languidez del placer, asintió con un gesto sutil. — Por supuesto, Isolde, siempre encuentro satisfacción en tu compañía.

Isolde, con una sonrisa que ocultaba más de lo que revelaba, se acercó lentamente al borde de la cama. — Mi señor, me he preguntado a menudo si nuestra conexión va más allá de lo físico. ¿No sientes que hay hilos invisibles que nos unen de manera más profunda?

Arturo, intrigado pero sin comprender completamente la intención de Isolde, frunció el ceño. — ¿A qué te refieres, Isolde?

Ella, como una hábil ilusionista, continuó tejiendo su artimaña subliminal. — Hay secretos que yacen en las sombras, mi rey, secretos que solo aquellos dispuestos a mirar más allá pueden descubrir. ¿No crees que nuestro destino está entrelazado de maneras que van más allá de esta alcoba?

El rey, aunque confundido, sintió una curiosidad creciente. — ¿Qué insinúas, Isolde?

Isolde, ahora de pie junto a la cama, dejó que un velo de misterio se posara en sus palabras. — Hay fuerzas en juego, mi señor, fuerzas que buscan influir en el curso de los acontecimientos. Tú, como rey, debes estar alerta a las corrientes que no se ven a simple vista.

Arturo, cautivado por la sugestión de Isolde, comenzó a percibir una narrativa sutil que ella tejía en su mente. — ¿A qué te refieres con "fuerzas en juego"?

Isolde, con una expresión que sugería conocimientos más allá de lo evidente, respondió enigmáticamente: — Los hilos del destino son tejidos por manos invisibles, mi rey. A veces, solo aquellos con la visión adecuada pueden ver la trama completa.

La semilla de la intriga había sido plantada en la mente del rey, y Isolde, como una maestra de la ilusión, había comenzado a orquestar su propia narrativa en la mente del monarca. En esta danza de palabras, las sombras del Palacio cobraban vida, y el juego de intrigas alcanzaba nuevas dimensiones.

Arturo, aunque cautivado por la sugestión de Isolde, no era un monarca fácil de manipular. La astucia que lo había llevado al trono también le confería un agudo sentido para detectar artimañas. Frunciendo el ceño, se acomodó en la cama y miró fijamente a Isolde.

— Isolde, tus palabras son intrigantes, pero no soy ajeno a los juegos de la corte. ¿Qué intentas sugerirme? — Arturo habló con una mezcla de cautela y autoridad.

Isolde, sin mostrar signos de inquietud, respondió con una mirada intensa: — Mi rey, solo sugiero que, en este juego de poder, es esencial estar atento a las corrientes que fluyen en las sombras. No todo es lo que parece, y aquellos con visiones más allá de lo evidente pueden ser aliados valiosos.

Arturo, cruzando los brazos sobre el pecho, evaluó cada palabra de Isolde. — ¿Y qué visión tienes tú, Isolde? ¿Eres aliada o adversaria en este tapiz de intrigas?

Isolde, manteniendo su compostura, sonrió enigmáticamente. — Mi lealtad, mi rey, reside en la preservación de este reino y en su prosperidad. No temas, soy una aliada para aquellos que buscan la estabilidad y el equilibrio.

Arturo, observando la expresión de Isolde con ojo crítico, ponderó sus palabras. — Entiendo tus palabras, Isolde, pero recuerda que en la corte, la verdad es tan esquiva como la sombra misma.

La tensión en la habitación creció, y la danza verbal entre el rey y la concubina se convirtió en un juego de estrategia. Arturo, lejos de ser un tonto, estaba dispuesto a desentrañar los secretos que se escondían detrás de las palabras de Isolde, sabiendo que cada paso en este baile de intrigas podría determinar el destino del reino.

Isolde, maestra de la persuasión, continuó tejiendo su encanto sutil mientras dialogaba con el rey. Sus gestos, su postura y su habilidad para imitar las pequeñas maneras del monarca creaban una atmósfera de familiaridad. Cada toque y movimiento estaban calculados para envolver al rey en una sensación de conexión íntima.

— Mi señor, ¿no cree que la estabilidad de este reino podría fortalecerse con un lazo más sólido? — Isolde sugirió con una mirada sugerente, sus dedos trazando patrones apenas perceptibles sobre la mano del rey.

Arturo, aunque intrigado por la cercanía de Isolde, mantenía su guardia en alto. — Isolde, la estabilidad no siempre se encuentra en las uniones matrimoniales. A menudo, el juego político es más complejo de lo que sugiere la superficie.

Isolde, sin embargo, persistió en su estrategia, adaptándose a la postura del rey con una gracia que denotaba un entendimiento profundo. — Mi rey, comprendo que el juego político es complejo, pero un matrimonio estratégico podría consolidar alianzas y garantizar el futuro de este reino. Una unión bien elegida puede ser la clave para asegurar la paz y la prosperidad.

Arturo, aunque resistente a la persuasión, no podía ignorar la habilidad de Isolde para crear una conexión aparente entre sus pensamientos y los de él. — ¿Y quién propones como la futura esposa, Isolde?

Isolde, con una mirada sugerente, sugirió: — Mi rey, hay muchas doncellas en la corte con linajes poderosos y leales. Sería sabio considerar a una de ellas como su futura esposa, una elección que fortalecería los cimientos de su reinado.

Aunque Arturo mantenía una fachada de resistencia, Isolde, con su táctica de imitación y seducción verbal, había sembrado la semilla de una idea en la mente del rey. El juego de la persuasión y la intriga continuaba, y en la danza sutil entre Isolde y Arturo, las cartas del destino estaban en juego.

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Comments

Enriqueta Prommel

Enriqueta Prommel

hay más palabras que hechos y algunas se contradicen. La autora dice demasiado para no decir casi nada.
Eso es como rellenar de aire un globo o de plumas una almohada.......bla, bla, bla y poco más. Cuantos capítulos debo leer para que pase algo.....hechos no palabras. Quizás te lo exige el editor, pero yo, como lectora me aburro a muerte.

2024-01-03

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