En la penumbra de una alcoba discreta, Diana se encontró con la sirvienta de su padre, una mujer cuyos ojos reflejaban un miedo palpable. Con cautela, Diana depositó una bolsa de monedas de plata en las temblorosas manos de la sirvienta, cuyo rostro revelaba la lucha interna entre la lealtad y el deseo de liberarse de las ataduras impuestas por la corte.
—Habla, y la libertad y la riqueza serán tuyas. No tienes nada que temer si decides compartir los secretos que has escuchado en las sombras —susurró Diana, sus palabras envueltas en una promesa que buscaba abrir un camino hacia la verdad oculta.
La sirvienta vaciló, sus ojos desviándose entre la bolsa de monedas y el rostro decidido de Diana. Sin embargo, el temor a represalias pesaba más en su corazón que la tentación de una vida mejor.
—No puedo traicionar al Conde Sebastián. Mis días serían contados si revelo lo que sé —murmuró la sirvienta, susurros de ansiedad tejiendo una red de cautela en su voz.
Diana, sin embargo, no estaba dispuesta a rendirse. Con paciencia y astucia, tejía promesas de un futuro diferente, un futuro donde la libertad y la prosperidad aguardaban a aquellos que rompieran las cadenas del silencio.
—Imagina una vida sin ataduras, donde la libertad sea tu aliada y la riqueza tu compañera. Solo necesitas abrirte a la verdad, y juntas forjaremos un destino diferente —insistió Diana, su mirada penetrante buscando romper las barreras de la servidumbre que aprisionaban a la sirvienta.
Finalmente, cediendo a la persuasión y a la promesa de un mañana diferente, la sirvienta comenzó a revelar los oscuros secretos que había guardado celosamente. Las conspiraciones, las alianzas fraguadas en las sombras y los secretos íntimos del Conde Sebastián se desplegaron como un mapa revelador, ofreciendo a Diana una visión más clara de la intrincada red de engaños que rodeaba la corte real.
Diana escuchaba atentamente, cada palabra de la sirvienta abriendo una ventana a un mundo de intrigas y traiciones. La sala estaba envuelta en un silencio tenso, solo interrumpido por el susurro de la confesión clandestina.
—¿Leidy Vivienne está involucrada en esto también? —preguntó Diana, su voz apenas un murmullo cargado de seriedad.
La sirvienta asintió con nerviosismo, sus ojos reflejando el peso de la culpabilidad. La conversación continuó desentrañando las complejidades de la conspiración, mientras Diana tejía una red de información que podría ser crucial en los próximos acontecimientos.
—Si revelo más, mi vida estará en peligro. ¿Me asegurarás mi libertad y riqueza como prometiste? —preguntó la sirvienta, sus ojos buscando garantías en los de Diana.
Diana asintió con determinación, sellando la promesa que había hecho. Las monedas en la bolsa de plata eran testigos mudos de un pacto clandestino que podría alterar el curso de los eventos en la corte.
—Tu lealtad ahora es conmigo. Ve y vive la vida que te he prometido. Tu secreto está seguro conmigo —aseguró Diana, despidiendo a la sirvienta con un gesto que marcaba el inicio de una nueva alianza.
Mientras la sirvienta se retiraba, dejando atrás la oscura alcoba, Diana se sumió en la reflexión. La información obtenida era un arma valiosa en su mano, y ahora debía decidir cómo usarla para desentrañar la maraña de conspiraciones que amenazaban con envolver la corte en una tormenta de traición y poder.
El carruaje avanzaba por calles empedradas, entre edificaciones que se alzaban como testigos de la historia que había marcado aquel reino. Las antorchas iluminaban los callejones estrechos, revelando mercados animados donde comerciantes ofrecían sus productos con el bullicio característico de la actividad nocturna.
Diana observaba desde la ventanilla, la brisa nocturna acariciaba su rostro mientras el carruaje se sacudía en respuesta a las asperezas del camino. Mercados repletos de colores y aromas se desplegaban ante sus ojos, tejidos multicolores ondeaban al viento, y los comerciantes vociferaban sus ofertas con entusiasmo.
A medida que avanzaban, la ciudad se transformaba en un escenario vibrante y caótico, donde los ciudadanos transitaban entre callejones, algunos apresurados y otros disfrutando de las festividades que la noche traía consigo. La arquitectura se combinaba, revelando una amalgama de estilos que contaban la historia de épocas pasadas.
Los sonidos de la ciudad nocturna resonaban: risas en las tabernas, músicos callejeros que ofrecían melodías improvisadas, y el rumor constante de la vida cotidiana. A lo lejos, las luces de la residencia real titilaban como faros guía, marcando el destino de Diana en medio de la sinfonía urbana.
El reino se extendía ante ella, una mezcla de tradición y caos, donde cada rincón parecía contener secretos y susurros que vibraban en las sombras. Con cada sacudida del carruaje, Diana se sumía más profundamente en la trama de su mundo, sintiendo el pulso latente de una ciudad que albergaba no solo la riqueza de sus monumentos, sino también la intriga y el misterio que se ocultaban entre sus callejones y plazas.
Diana avanzó entre la multitud, observando la macabra escena que se desarrollaba en el patio del Palacio Real. La ejecución, un sombrío recordatorio de las consecuencias de la traición, había reunido a la corte y a los súbditos en una mezcla de morbo y temor. La cabeza del joven caballero, ahora yaciente junto a la de su padre, evocaba una tragedia que trascendía la lealtad y las conexiones familiares.
El rey, desde el balcón, mantenía una mirada imperturbable, como si las ejecuciones fueran simples actos en el teatro de su reinado. La multitud, enmudecida por la solemnidad del momento, observaba con respeto y terror. Diana, entre la muchedumbre, sentía la opresión en el aire, la tensión que marcaba la firmeza del rey en mantener la disciplina en su reino.
Al acercarse a un miembro de la corte, Diana preguntó sobre la naturaleza de la traición. La respuesta, murmullos de conspiración y deslealtad, resonó en sus oídos. La escena ante sus ojos dejaba claro que el rey no dudaba en cortar cualquier amenaza, incluso si eso implicaba la vida de aquellos cercanos a él.
Con la mirada aún fija en el balcón real, Diana se sumió en la reflexión sobre las complejidades de la corte y la brutalidad que subyacía en las decisiones del rey. La sombra de la ejecución se cernía sobre ella, mientras el Palacio Real permanecía como testigo silente de los giros oscuros que tomaba la trama de poder en aquel mundo de intrigas y conspiraciones.
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