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CAPÍTULO 4: ELEONORA

En la penumbra de su habitación, Eleonora encontró consuelo en la presencia de su gato Mochi, cuyos ojos felinos reflejaban una percepción aguda ante la intrusión de Lady Seraphina. El suave ronroneo del felino proporcionaba un bálsamo momentáneo para los nervios de Eleonora, quien, a pesar de su juventud, poseía una serenidad que la distinguida entre las concubinas.

Eleonora, con su cabello oscuro y ojos profundos, irradiaba una mezcla de amabilidad y misterio. Vestía ropas delicadas que resaltaban su juventud y elegancia, un contraste con sus ojos, pozos de sabiduría que reflejaban una comprensión más allá de sus años. Su voz, suave como el terciopelo, y sus ojos grandes y compasivos, eran herramientas que utilizaba con maestría para desarmar a quienes la rodeaban.

La habitación de Eleonora era un reflejo de su personalidad: muebles finamente tallados, cortinas que ondeaban suavemente con la brisa nocturna y velas que arrojaban destellos de luz danzante. Un cuadro de la luna llena decoraba una pared, un símbolo de los secretos que la noche ocultaba.

Cuando Seraphina irrumpió en la habitación, Eleonora la recibió con una calma aparente, aunque sus ojos mostraban una chispa de determinación. Mochi se acurrucó sobre su regazo, como un guardián silencioso ante la inminente confrontación.

— ¿A qué debo la sorpresa, Seraphina? —preguntó Eleonora, su voz suave resonando en la habitación.

Seraphina, con una sonrisa astuta, respondió: — Tenemos asuntos pendientes, Eleonora. Asuntos que no pueden esperar.

Eleonora, acariciando suavemente a Mochi, señaló con delicadeza: — Mi gato parece pensar que eres un problema, Seraphina. ¿Qué te trae por aquí?

El diálogo entre ambas se desenvolvió como una danza sutil de palabras afiladas. Seraphina defendía su posición como la indicada para ocupar el trono, argumentando su astucia y habilidades políticas. Eleonora, sin perder su compostura, expresaba sus propias ambiciones y planes meticulosos para alcanzar la cima, desafiando la afirmación de Seraphina.

— La corona no es para aquellos que la desean, Seraphina. Es para aquellos que saben cómo ganársela con inteligencia y sutileza —comentó Eleonora, su mirada penetrante fijada en la intrusa.

El diálogo, lejos de ser despectivo, reflejaba un reconocimiento mutuo entre dos rivales dignas.

Las velas titilaban en la habitación, proyectando sombras danzantes que reflejaban la tensión palpable entre Seraphina y Eleonora.

— Inteligencia y sutileza, Eleonora, son mis virtudes. ¿O prefieres las sombras y las intrigas desde la distancia? —replicó Seraphina con una sonrisa que ocultaba su desafío.

Eleonora, acariciando la suave piel de Mochi, respondió con calma: — Las sombras ofrecen perspectivas que la luz no puede revelar. Mi camino es el de la paciencia y la astucia, no el de las bravuconadas.

— Paciencia y astucia, ¿o temor a enfrentar la verdad de frente? —contrapuso Seraphina, avanzando con determinación.

Eleonora, sin inmutarse, continuó: — La verdad es como la luna, Seraphina, no siempre se revela por completo. A veces, debemos aprender a leer entre las sombras para comprenderla.

La habitación se llenó de un silencio momentáneo, roto por el ronroneo constante de Mochi. Los ojos de Eleonora, profundos y enigmáticos, se encontraron con la mirada desafiante de Seraphina.

— Hay más en juego aquí que tu ambición personal, Seraphina. El futuro del reino merece una mano más sabia que la tuya —afirmó Eleonora, su tono sereno resonando como una advertencia velada.

Seraphina, reconociendo la astucia de su rival, esbozó una sonrisa enigmática: — Quizás, Eleonora, pero la corona no siempre recae en las manos más sabias, sino en las más capaces de tomarla.

Eleonora, con la elegancia que la caracterizaba, se puso de pie, y Mochi, el gato, la siguió como un guardián silente. La acción de elevarse mientras Seraphina permanecía sentada simbolizaba una jerarquía sutil, una declaración de que en ese momento y lugar, Eleonora estaba por encima en la conversación.

— Seraphina, tus palabras son afiladas como una daga, pero la corona no se conquista solo con astucia y bravuconadas. Requiere comprensión, empatía y una visión que vaya más allá de tus propios deseos —declaró Eleonora, su mirada firme y penetrante.

Seraphina, sin inmutarse, respondió con un gesto desafiante: — Eleonora, no subestimes lo que soy capaz de lograr. No busco la corona por capricho, sino porque sé que soy la más apta para llevar este reino hacia el futuro.

Eleonora, con una sonrisa enigmática, replicó: — La aptitud va más allá de la autoafirmación. Debes aprender a ganarte el respeto y la lealtad de aquellos que te rodean, algo que parece escaparte.

En ese instante, Mochi se posó con elegancia en el regazo de Eleonora, como un símbolo de la conexión entre la dama y su entorno. La habitación, impregnada de un aura de poder sutil, dejaba entrever las estrategias entrelazadas de estas mujeres ambiciosas.

— Eleonora, hay secretos que aún no conoces. Mi camino puede no ser convencional, pero está forjado con determinación y resultados tangibles —aseveró Seraphina, su mirada desafiante chocando con la de Eleonora.

Eleonora, sin mostrar desconcierto, concluyó: — Seraphina, el tiempo revela la verdadera fortaleza de cada uno. Veremos cuál de nosotras está mejor preparada para enfrentar lo que está por venir.

Eleonora, con una sonrisa enigmática, se despidió de Seraphina dándole un beso en la mejilla, un gesto que encerraba una mezcla sutil de cortesía y desafío. La intrusa se quedó en la habitación, mientras Eleonora abandonaba el espacio con la misma elegancia con la que había entrado.

Caminó alegremente por los pasillos del Palacio hasta alcanzar la Biblioteca, un refugio tranquilo en medio de las intrigas. Tomó un libro con determinación y salió al exterior, donde la naturaleza desplegaba su esplendor. Se tumbó junto a un árbol de manzanas que ofrecía frutos en abundancia. Sorprendentemente, una manzana roja y hermosa cayó a su lado. La recogió con reverencia, como quien encuentra un tesoro, y le dio un mordisco.

De repente, el sonido de pasos se aproximó. Era Lucrezia, quien se acercó con su característica presencia intrigante.

— Después del primer bocado, la manzana se torna negra. Quizás eso dice algo sobre ti —comentó Lucrezia con su tono sarcástico.

Eleonora, con la manzana en la mano y una chispa de diversión en los ojos, respondió con agudeza: — Tal vez, Lucrezia, pero las apariencias a menudo engañan. ¿Qué misterios encierra tu propia manzana?

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