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En los rincones sombríos de la lujosa casa del Conde Sebastián, la conspiración se desenvolvía como una telaraña cuidadosamente tejida. Leidy Vivienne y el conde compartían miradas cómplices mientras hablaban en voz baja sobre los eventos que habían desencadenado. La ejecución del abanderado Lord William había sido el resultado de su intrépida jugada.

La conspiración se había gestado en las sombras, y ahora, en la penumbra de la habitación, ambos disfrutaban del éxito de su maquinación. La ejecución, orquestada para eliminar una amenaza potencial y sembrar discordia en la corte, estaba dando sus frutos.

Mientras la conversación continuaba, el Conde Sebastián, con su astucia política y su aura de poder, llevaba a cabo una acción que revelaba su naturaleza despiadada. Montaba a una sirvienta en un rincón oscuro, su rostro reflejando la misma determinación que había mostrado en la manipulación de los hilos del destino.

La sirvienta, presa de las circunstancias y envuelta en la intriga de la conspiración, se veía arrastrada por los oscuros designios del conde. La habitación resonaba con susurros conspiratorios y los sonidos de la pasión clandestina.

En ese momento, el Conde Sebastián y Leidy Vivienne saboreaban la dulce victoria de su maquinación, pero eran conscientes de que cada jugada tenía consecuencias, y el tablero de la corte real estaba lejos de haber revelado todas sus sorpresas. La sombra de la intriga se cernía sobre ellos, mientras el juego de poder en el reino continuaba su espiral intrigante y peligrosa.

Leidy Vivienne, con su mirada astuta, rompió el silencio conspirador al dirigirse al Conde Sebastián con una sonrisa juguetona.

—Nuestra jugada ha surtido efecto, mi estimado conde. Lord William era un obstáculo incómodo que hemos eliminado con maestría. Ahora, la corte se encuentra en un estado de incertidumbre y desconfianza.

Sebastián, mientras continuaba su acto íntimo en las sombras, respondió con una risa sutil y llena de satisfacción.

—Todo está yendo según lo planeado, Vivienne. La corte es un nido de serpientes, y hemos soltado una de las más venenosas entre ellas. Pero aún hay piezas en juego, y debemos asegurarnos de que ninguna escape a nuestro control.

Leidy Vivienne, observando la escena con una mirada fija, añadió:

—El rey Arturo es una marioneta en nuestras manos. Sus decisiones impulsivas nos sirven bien. Pero no debemos subestimar a las concubinas y a esa misteriosa figura enmascarada. Son piezas que podrían cambiar el rumbo del juego.

El Conde, finalizando su encuentro con la sirvienta, se acercó a Leidy Vivienne, compartiendo un abrazo cómplice.

—No te preocupes, mi querida Vivienne. Mantendremos la corte bajo nuestra influencia, y cuando llegue el momento, aseguraremos que nuestro poder se afiance aún más.

Mientras las palabras se disolvían en la oscuridad de la habitación, los conspiradores continuaban con su danza peligrosa, sabiendo que cada movimiento en el tablero de la corte real era crucial para la consecución de sus objetivos. La trama se complicaba, y las alianzas y traiciones se entrelazaban en una red que tejía un destino incierto para todos los jugadores en este juego de poder.

Diana, con su semblante siempre enigmático, enfrentó la mirada inquisitiva de su padre, el Conde Sebastián. Sus ojos, pozos profundos de misterio, revelaban un matiz de secretos que no estaba dispuesta a compartir fácilmente.

—Padre, siempre me he sentido más cómoda entre los libros y las estrellas que en los juegos de la corte —respondió Diana, desviando la mirada con astucia—. Estos rumores no son más que chismes sin fundamento.

El conde, sin embargo, no era ajeno a la maquinación de la corte y a las intrigas que la envolvían. Observó detenidamente a su hija, intentando desentrañar los secretos que ella guardaba.

—Diana, la corte es un campo de juego peligroso. Mantén tus secretos, pero recuerda que incluso las sombras proyectan luz. No subestimes el poder de la verdad.

Diana asintió con una expresión cuidadosamente medida, sus palabras ocultando más de lo que revelaban. Aunque su padre pretendía desentrañar la verdad detrás de los rumores que circulaban, Diana demostró ser una hábil jugadora en este juego de palabras y secretos.

—Padre, confía en mí. Mis acciones siempre han estado guiadas por el deseo de aprender y comprender. No te involucraré en asuntos que puedan poner en peligro nuestra posición.

El Conde Sebastián, aunque persistía la sombra de la duda en sus ojos, decidió dejar el asunto en suspenso por el momento. Sin embargo, el aire de intriga y complicidad persistía entre padre e hija, mientras el juego de la corte continuaba su curso impredecible.

En el claro del bosque, el Conde Sebastián se encontró con la figura encapuchada que aguardaba entre las sombras. Sin embargo, la sorpresa se apoderó de él al descubrir que la misteriosa mujer era, en realidad, Petter, el joven que una vez fue su pupilo y ahora se había convertido en un peón clave en sus intrincados planes.

—Petter, ¿cómo te atreves a aparecer ante mí de esta manera? —exclamó el conde, mezcla de asombro y desconfianza en su voz.

La figura encapuchada retiró la capucha, revelando el rostro angelical de Petter. Sus ojos, antes llenos de la inocencia de la juventud, ahora destilaban una determinación y astucia cultivadas a lo largo de los años.

—Sebastián, siempre fuiste un maestro astuto. Aprendí bien tus enseñanzas, pero llegó el momento de dejar de ser tu peón —respondió Petter con una sonrisa enigmática.

El conde, intrigado pero cauteloso, se sumergió en una conversación con su antiguo pupilo. Petter compartió detalles sobre su relación con el rey Arturo, las intrigas de la corte y las revelaciones que podrían cambiar el destino del reino.

—Tu plan de obtener el trono está en marcha, Sebastián. Has sembrado las semillas de la discordia, y ahora es el momento de cosechar los frutos. Pero recuerda, las alianzas son efímeras en este juego, y las lealtades pueden cambiar como el viento —advirtió Petter, sus palabras resonando con un conocimiento adquirido en las maquinaciones de la corte.

La conspiración se tejía entre los dos, y mientras las hojas del bosque susurraban secretos, el Conde Sebastián y Petter continuaron su diálogo estratégico. El destino del reino pendía de un hilo, enredado en las artimañas y traiciones que se desplegaban en cada rincón de la corte real.

Los dos conspiradores caminaron juntos por el bosque, alejándose de las miradas indiscretas y sumergiéndose más profundamente en las sombras que ocultaban sus intenciones. Entre los árboles, compartieron estrategias y detalles cruciales de su plan, cada palabra resonando con el eco de una traición que estaba por desencadenarse.

—Sebastián, el rey está ciego ante tus verdaderas intenciones. Le has proporcionado información sesgada, sembrando discordia entre sus más leales. Ahora es el momento de ejecutar la siguiente fase —instigó Petter, su voz melódica llevando consigo un aire de peligro.

El conde asintió, sus ojos brillando con determinación. La conspiración se movía con precisión, y cada pieza estaba siendo cuidadosamente colocada en el tablero de la corte. Juntos, planeaban manipular las lealtades, alimentar las rivalidades y desencadenar una serie de eventos que llevarían al rey Arturo al borde del abismo.

—Petter, eres mi as bajo la manga. Tu conexión con el rey nos dará la ventaja necesaria para orquestar su caída. Pero recuerda, cuando alcancemos el trono, tus beneficios no serán olvidados —advirtió Sebastián, señalando hacia un futuro donde la recompensa por sus maquinaciones llegaría.

Mientras el sol descendía y las sombras se alargaban, la conspiración entre el Conde Sebastián y Petter se consolidaba. En la penumbra del bosque, los susurros de traición se entrelazaban con el murmullo del viento, preludio de una tormenta que amenazaba con barrer la corte en una espiral de intriga y ambición desenfrenada.

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