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CAPÍTULO 3: SERAPHINA

Lady Seraphina, la audaz, llevaba consigo un bagaje peculiar. A los 14 años, sus padres la ofrecieron al Rey Arturo, quien, en un gesto inusual, prometió no tocarla hasta que alcanzara la mayoría de edad. Criada entre las ostentosas comodidades del Palacio, aunque sus padres provenían de la clase trabajadora, Seraphina poseía un interés que trascendía la simple ambición: asegurar su futuro, incluso a costa de oscuros pactos.

Leidy Vivienne, maestra en descifrar las intenciones de otros, una vez había mencionado que Seraphina había jurado convertirse en reina. Su astucia se manifestaba en las artes del placer, y no dudaba en utilizar su destreza para forjar alianzas. Acostumbrada a tejer redes en las sombras, Seraphina no solo compartía sus noches con caballeros y políticos, sino que también sabía cómo cobrar esos favores.

En uno de los pasillos, donde Ned, un joven noble ascendido a caballero, montaba guardia, Seraphina hizo su entrada. El sonido rítmico de sus tacones resonaba contra el suelo de piedra, marcando su presencia con una elegancia calculada. Un diálogo acalorado se desató entre ellos, más parecido a una discusión que a un encuentro amistoso.

Semanas atrás, Seraphina y Ned habían compartido más que palabras. Bajo la promesa de que él recomendaría a Seraphina con su padre, Lord William, el tesorero del rey, para que la respaldara en el Banco. Sin embargo, Ned había optado por hacerse el desentendido durante días, sumiendo a Seraphina en una incertidumbre que encendía la chispa de su temperamento.

Los ecos de la discusión entre Lady Seraphina y Ned resonaban en el pasillo, cada palabra como una hoja afilada cortando el aire.

— ¿Crees que puedo esperar indefinidamente, Ned? —inquirió Seraphina con una mezcla de exasperación y astucia. El brillo desafiante en sus ojos indicaba que no iba a ceder fácilmente.

Ned, con gesto nervioso, intentaba justificar su demora: — Lady Seraphina, las cosas en la corte son complicadas. No es tan fácil como parece.

Ella, sin embargo, no estaba dispuesta a aceptar excusas: — No me subestimes, Ned. Sabes bien lo que hice por ti. Ahora es tu turno de cumplir tu parte del trato.

Las palabras de Seraphina resonaban con una autoridad que dejaba claro que, a pesar de su juventud, conocía las reglas del juego. Ned, sintiéndose acorralado, buscaba palabras que pudieran apaciguarla.

— Te lo prometo, Lady Seraphina. Pero necesito tiempo para hablar con mi padre. No puedo apresurar estos asuntos —argumentó Ned, con tono conciliador.

Ella, con una sonrisa sutil que apenas ocultaba su desdén, respondió: — El tiempo es un lujo que muchos no podemos permitirnos. No olvides a quién te debes.

La tensión entre ambos persistía, como una partitura discordante que se prolongaba en el aire cargado del pasillo. Seraphina, con su mirada penetrante, dejaba claro que no estaba dispuesta a ser una pieza más en el juego de la corte.

La tensión en el pasillo alcanzó su punto álgido cuando, de repente, Lady Seraphina deslizó una daga de entre las sombras de su vestido. La luz titilante de las antorchas destelló en el filo afilado, y el brillo metálico anunció una amenaza inminente.

— ¿Crees que puedo permitirme más dilaciones, Ned? —inquirió Seraphina con voz fría, sosteniendo la daga sobre la entrepierna del jóven con destreza letal.

Ned, retrocediendo ante la inesperada amenaza, se vio acorralado entre la determinación de Seraphina y la daga que relucía peligrosamente.

— Lady Seraphina, por favor, esto es innecesario. Hablaré con mi padre inmediatamente, haré lo que sea necesario para cumplir con mi parte del trato —murmuró Ned, con una mezcla de temor y rendición en sus ojos.

Seraphina, sin bajar la guardia, observó atentamente las reacciones de Ned. La daga permanecía en su mano como un recordatorio palpable de las consecuencias de incumplir un pacto con ella.

— Asegúrate de que así sea, Ned. Las promesas rotas tienen consecuencias, y no tendrás una segunda oportunidad —advirtió Seraphina, retractando la daga con un movimiento ágil.

Ned, consciente de la gravedad de la situación, asintió con nerviosismo.

Después de dejar atrás a Ned en el pasillo, Lady Seraphina, con la daga aún oculta entre las sombras de su vestido, recorrió los pasillos del Palacio con una determinación palpable. Cada paso resonaba como un eco de su resuelta voluntad, mientras se dirigía hacia la habitación de una de sus rivales, Eleonora.

Las luces tenues parpadeaban en los pasillos, y la quietud de la noche se veía interrumpida por el suave murmullo de las telas que se deslizaban sobre el suelo de piedra. Seraphina, inmersa en sus pensamientos, calculaba cada movimiento, consciente de que cada encuentro en este ajedrez de cortesanos podía cambiar el curso de su destino.

Finalmente, llegó a la puerta de la habitación de Eleonora. Un instante de silencio precedió a su golpe firme. La puerta se entreabrió, y Eleonora, sorprendida por la visita nocturna, la miró con interrogantes en sus ojos.

— ¿Seraphina? ¿A qué debo el honor de tu visita? —preguntó Eleonora, tratando de disimular la sorpresa.

Seraphina, con una sonrisa astuta, respondió: — Tenemos asuntos pendientes, Eleonora. Asuntos que no pueden esperar a la luz del día.

Empujó la puerta, revelando la presencia de la daga en su mano. Eleonora, consciente de la amenaza implícita, dio un paso atrás, permitiendo la entrada de Lady Seraphina a su reino personal. En el oscuro cruce de destinos, donde las alianzas eran efímeras y las rivalidades eternas, Seraphina se preparaba para desentrañar secretos y asegurar su posición en la intrincada telaraña de la corte real.

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Comments

Enriqueta Prommel

Enriqueta Prommel

critico: lenguaje muy elaborado pero repetitivo, innovar!

2023-12-31

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