Capítulo 08. Lo que es mío, nadie lo puede tocar.

⚠️ Advertencia. Esta historia contiene violencia física, verbal y emocional, leer bajo su propia responsabilidad ⚠️

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El día era gris y el aire era gélido. Andy salió con un termo en las manos, había preparado Golden Milk, no estaba seguro si a Arthur podría gustarle, pero era su forma de pedir disculpas. Miró el reloj en su celular y aún había tiempo para ir. Metió el termo en el bolso donde llevaba un cuenco con comida, y comenzó a caminar. El viento era frío y abrazó sus brazos hasta llegar a la parada del autobús. Mordía sus labios con impaciencia mientras miraba por la ventana.

Al llegar al edificio, entró y saludó al guardia. Subió al piso correspondiente, levantó su mano derecha para tocará el timbre, sin embargo, antes de que su dedo tocará el botón, la puerta se abrió y por un minuto, no supo qué decir. Ninguno de los dos dijo nada, Arthur arrugó un poco las cejas y Andy sintió que era una mirada de disgusto, mordió su labio y bajó la mirada.

—Yo... quería disculparme con usted. —Arthur no dijo nada y dejó que continuara, miró su reloj una vez y, aunque iba tarde, quería escuchar que quería decirle ese niño—. No debí hablarle así, no... No quiere decir que lo perdono, pero él es mi esposo, es la persona a la que amo.

Arthur tocó el puente de su nariz con irritación. No podía entender qué trucos había usado esa persona para que Andy estuviera ciegamente enamorado. Ni siquiera podía entender sus propios sentimientos. Él, aunque era una persona amable, nunca se metía en los problemas de los demás sin que ellos lo pidieran, ni mucho menos de alguien a quien acababa de conocer, sin embargo, con Andy era distinto. Le irritaba saber que era víctima de una escoria sin corazón. Se sentía atado de manos al no poder hacer nada.

—También me disculpo. No es mi asunto y no debí hablar de más. —Andy lo miró con sorpresa, realmente no esperaba que Arthur pidiera disculpas, ni mucho menos que recibiera la suyas. Estaba feliz, sin embargo, el trabajo aún no era seguro.

—Tenga, —él sacó el termo y el cuenco con comida, los entregó a Arthur—, son en forma de disculpa. Realmente no sé si le guste lo que hay en el termo porque sólo toma café negro, pero acéptelo.

Arthur miró las cosas en sus manos y la calidez que invadía su corazón se extendió por todo su cuerpo. Un 'bum' en su pecho apareció, al mismo tiempo que los colores rosados en su rostro. Le sonrió con simpatía. El ligero color rosa en su rostro desapareció pronto y su cara volvió a ser estoica.

—Entra, el departamento es un desastre, no he contratado a nadie en los días de tu ausencia. Ahora me tengo que ir, muchas gracias por la comida. —Arthur pasó a su lado y caminó con prisa hacia el elevador. Andy dijo un 'gracias' y cuando Arthur giró un poco la vista, lo despidió con un movimiento de manos, después entró al departamento.

—Por suerte no me despidió. —Dijo, con una sonrisa llena de felicidad.

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Arthur conducía hasta su empresa, la secretaria había llamado urgentemente porque Edward McDowell lo esperaba en su oficina. Estaba por salir cuando vio a Andy en la puerta, apretó los puños a sus costados tratando de enviar fuera la necesidad de abrazar al pequeño niño frente a él. Andy llevaba un abrigo café y una bufanda roja, sus mejillas y la punta de su nariz estaban rosadas por el gélido aire que seguramente había afuera.

Las manos del niño también estaban rojas en los nudillos y las uñas se veían un ligero color púrpura. Arrugó las cejas cuando lo miró. Andy parecía frágil y que se rompería con cualquier toque, sin embargo, estaba usando ropa que parecía tener bastante tiempo y haber sido lavada en muchas ocasiones. Apretó el volante al recordar el rostro dulce de Andy. Antes de subir al elevador, giró su cabeza y lo vio despedirse de él, la extraña sensación de sentir que eran como una familia, lo invadió por completo al punto de hacerlo sonrojar.

Frenó el auto frente al edificio, bajó y fue directamente hacia su oficina en el décimo piso. La secretaria frente a su oficina dijo que McDowell estaba dentro. Arthur arrugó las cejas, preguntándose por qué se tenía que encontrar con él si los asuntos en sus negocios estaban resueltos, y si hubiese algún problema sus respectivos ayudantes les comunicarían de inmediato. Al abrir la puerta, el elegante hombre estaba recargado sobre el respaldo de la silla cruzado de piernas y fumando un cigarrillo.

—Apague el cigarrillo, el olor es desagradable. —Dijo, dejando su saco sobre el perchero al lado de su escritorio. Tomó su lugar frente a Edward y miró al hombre.

—Oh, lo lamento. —Edward apagó el cigarrillo en un cenicero portátil que traía con él, miró condescendientemente a Arthur y a la oficina en general—. Lindo lugar.

La oficina de Arthur era de pisos de mármol blanco, los muebles oscuros y la decoración gris abundaba en el lugar, la luz que se filtraba por los ventanales daba una buena iluminación a la espaciosa oficina. Arthur no dijo nada y esperó a que los ojos de Edward McDowell regresaran a él y dejarán de divagar por su lugar de trabajo. Los profundos ojos negros de Edward se fijaron en el colorido termo que Arthur había dejado sobre el escritorio.

Recordó ese termo. Era el mismo que Andy había comprado. Era azul con un oso blanco en medio y un tarro de miel bajo los pies del oso, en el cual se podía leer la letra 'A'. Arrugó las cejas inconscientemente. Al lado del termo, un cuenco con comida que también recordaba, ambos habían sido comprados por Andy ya hacía varios meses.

—Puedo llevarte comida si no te gusta la que hacen en la cafetería del edificio, compré un termo y un cuenco, puedo... si quieres...

—No es necesario. —Respondió él en ese momento.

Sin embargo, al ver lo que originalmente era suyo en las manos de alguien más, la irritabilidad nació en un pequeño sentimiento. No, no tendría por qué sentirse irritable, sin embargo, la sola idea de que esas cosas que eran suyas estaban en manos ajenas, le molestaba.

Así que esa era la manera de conquistar de Andy, como no pudo con él, iba y le movía la cola a otro. Mostrando cariño con esos estúpidos detalles.

“Ja, así es como se supone que me ama. Estúpido huérfano”. Pensó.

—Señor McDowell, ¿a qué vino? —Edward dejó de ver las cosas sobre el escritorio y la atmósfera se recompuso un poco, no obstante, Arthur notó la extraña mirada de Edward sobre lo que Andy le había regalado.

—Quiero expandir el contrato. Abriremos otros hoteles en el extranjero en conjunto con el señor Pratt, ¿lo conoce? —Dijo sin rodeos.

—No he tenido el placer, sin embargo, he escuchado sobre sus negocios.

—Bien, como dije, planeamos expandir la cadena hotelera al extranjero. Cinco hoteles de cinco estrellas serán construidos en tres ciudades. Necesito saber si está de acuerdo en agregar algunas cláusulas más. En este momento usted cotiza a los mejores chefs del mundo.

—No hay problema, póngase en contacto con mi abogado, no es necesario que venga personalmente. —La mirada sombría y fría de Edward no le agradaba en absoluto, sabía que detrás de esas reuniones, había algo oculto. Edward McDowell no era de los que solía reunirse con sus clientes a menos que fuera estrictamente necesario, sin embargo, un contrato con él, seguramente no era demasiado para Edward.

—Bien, haré que Emma se ponga en contacto. —Edward se puso de pie y acomodó los botones de su saco—. Por cierto, no pensé que teniendo chefs de renombre trabajando para usted, trajese el almuerzo.

—Eso es personal, señor McDowell. —Arthur lo miró fríamente—. Pero, para que no se quede con la duda, este almuerzo está preparado por alguien especial, es claro que lo prefiero por encima de cualquier chef Michelin.

Edward arrugó las cejas, y con una sonrisa claramente forzada dijo—. Ya veo. Me retiro, que tenga buen día, señor Hayden.

Arthur vio salir a Edward y el aire a su alrededor pareció regresar a la normalidad. Este tipo sí que causaba escalofríos. Miró el almuerzo sobre el escritorio y volvió a mirar hacia la puerta por donde había salido McDowell. Tuvo un presentimiento que desechó en un segundo.

Si, era realmente imposible...

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Al subir a su auto, Edward azotó la puerta y su semblante no era bueno. El chófer lo vio por el retrovisor antes de comenzar a conducir. Su mirada sombría y aura amenazadora parecían querer matar a quien fuese que se pusiera en su camino.

—Señor, Emma dijo que la señorita Regardie estuvo molestando en su oficina y por casualidad se encontró con la señorita Teri. —El chofer esperaba una reacción de la parte de su jefe, sin embargo, Edward pareció ignorar sus palabras y miraba con el ceño arrugado el celular.

—¿Mi esposo no se ha contactado contigo? —El conductor casi freno por las palabras de su jefe. Desde el momento en que este hombre frío había contraído matrimonio, nunca había visto a Andy como su legítimo esposo, ni mucho menos había salido de su boca la palabra 'esposo' para dirigirse a ese niño, algo había cambiado o estaba soñando—. ¿Has hablado con él o no? —Volvió a preguntar, irritado.

El chófer, saliendo del trance y tragando saliva, respondió—. No, el joven Andy no me ha contactado.

Edward arrugó las cejas y apretó el celular. Un sentimiento de irritabilidad regresó a él al recordar las cosas en el escritorio de Arthur Hayden. Miró por la ventana y pudo ver en el reflejo del vidrio la tonta sonrisa de Andy, imaginando que era la misma sonrisa que tenía cuando entregó las cosas a Arthur. Al imaginar esa escena, su irritabilidad creció aún más.

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El chófer en frente rodó su garganta un par de veces y su cuerpo se tensó. El aire del auto pareció ser más gélido desde que su jefe entró. El celular de Edward vibró, al ver la pantalla no se sintió tan feliz como lo había imaginado.

—Teri. —Dijo, poniendo el celular en su oído, el chófer no pudo evitar mirar por el retrovisor, el tono amable con el que hablaba no cuadraba para nada con el rostro sombrío y frío que tenía. Unas cuantas palabras bastaron para que su rostro empeorara aún más—. Iré enseguida.

Después de colgar, Edward le ordenó acelerar el auto. Era mediodía, las calles no eran muy concurridas y llegaron pronto. Edward bajó casi corriendo y entró al edificio, los empleados se hicieron a un lado tan pronto como lo vieron. Sus manos estaban empuñadas como si fuera a soltar un golpe en cualquier momento. Subió al elevador privado y llegó directamente a su oficina, dentro, la chica de la cual estaba enamorado, estaba sentada en el sillón, su cabello estaba enmarañado y su rostro mostraba un color rojizo. La comisura de los ojos de Teri estaban rojos, como si hubiese llorado.

—Edward. —Gimoteó, corriendo a los brazos de él. Él la abrazó y besó su frente con ternura, tomó el rostro de Teri entre sus manos y acarició sus mejillas con su pulgar.

—Edward, —la otra chica miró a Teri con coraje y la apuntó con el dedo índice—, ella miente. Mi hermano solo me defendió, ella se lanzó contra mí y por eso... por eso ella... —Regardie perdió el valor que tenía para hablar al ver el rostro sombrío de Edward, fue como si un aire gélido recorriera toda su espalda.

Edward se volvió hacia el hermano de Elizabeth, y con grandes pasos, se acercó a él. Agarrándolo por el cuello lo tiró sobre el suelo y comenzó a golpearlo repitiendo las mismas palabras una y otra vez con cada golpe.

—¡Lo que es mío, nadie lo puede tocar!

Teri y Elizabeth se sorprendieron por la actitud violenta de McDowell, la secretaria incluso tuvo que llamar al John ya que los guardias de seguridad no iban a intervenir. Edward, sin saber por qué, recordó el rostro de Arthur en el hombre debajo de él, y cada golpe iba dirigido con más fuerza. 

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