CAPÍTULO 5

Le hubiera encantado seguir en esa pesadilla, al menos hubiera recordado el trato de la única persona que quiso; sin embargo, el mundo de las pesadillas estaba siendo cruel con ella y ahora se encontraba rememorando su juicio para divorciarse de su marido.

Aquel lluvioso día, había sido escogido para señalar su supuesta infidelidad frente a todo el pueblo, mientras estaba encadenada en una silla en el centro de la iglesia. A lo lejos, por lo poco que pudo ver, se encontraban sentados juntos tanto su padrastro como su suegra.

Sin embargo, cuando estaba por revivir una vez más las crueles palabras que la divorciaron, sintió como alguien le daba un cálido abrazo a sus espaldas, provocando que todo el sueño se disipara.

—¿Qué le pasa a bebé?—preguntó su abuelo.

La mujer de inmediato lloró y en medio de la oscuridad se giró para encontrarse cara a cara con el espíritu de su abuelo. Este, como un faro en medio de una tormenta, se mantenía brillante como una estrella.

—Abuelo... llévame contigo—pidió abrazándolo—tu nieta ya no quiere vivir.

—¿Y mis nietos qué harán si tú no estás con ellos?—preguntó su abuelo haciendo mofa.

—¿Nietos?...¡Mis bebés!—preguntó acariciando su vientre—¿Ellos ya nacieron?

—Si, son tan pequeños como un gatito...¿Enserio quieres dejarlos solitos?—cuestionó el anciano con una sonrisa—recuerda que eres importante para la vida, el mismo dios ha hecho que un villano cruce caminos con mi dulce ángel para cambiarlo.

Con el ceño fruncido, poco a poco vio como su abuelo se desvanecía, sin poder entender nada de lo que había hecho. Fue así que, en medio de la oscuridad absoluta, se dio cuenta de que podía escuchar a lo lejos los llantos de dos bebés.

—! Gracias a los dioses!—escuchó decir de la boca de un hombre—¡Aguantó la operación! ¡Su fiebre está bajando! ¡Avísenle al gran maestro!

No entendía nada de lo que estaba escuchando, y las imágenes borrosas que veía, después de abrir sus ojos, le dificultaban la situación.

“Cuando estés sola y triste, y el frio y el miedo te superen, toca la mano del padre de tus hijos...su calidez te ayudará aunque sea un hombre frío”

Aquellas fueron las palabras de su abuelo en su mente antes de recobrar por completo la consciencia. Quiso levantarse pero algo, que después supo eran vendas, le impedía sentarse al menos.

Sin poder hacer más nada, espero a que la multitud se calmara, hasta que una mujer, la cual adivinó era una maga, se acercó hasta ella.

—¡Usted es un alma bendecida por los mismos dioses!—expresó la extraña—¡Ha vuelto de las garras de la muerte!

La mujer observó a la maga, quien estaba sonriendo ante la felicidad de haber despertado. Aunque a ella no le gustaba aquello, no quería seguir siendo el adefesio que era ahora; sin embargo, no solo quería ver a los bebés que nacieron de podrido cuerpo, sino que también quería ver a ese extraño hombre contradictorio, que su abuelo decía poseía una calidez aunque fuera frío.

—Mis...bebés—fue lo único que alcanzó a decir la débil madre.

Con una sonrisa, la maga fue en búsqueda de la encargada del cuidado de los hijos de la mujer, mientras tanto, el líder de la orden y su segundo hijo estaban entrando a la habitación.

La mujer de inmediato vio como un aura blanca salía del cuerpo del hombre más joven, algo raro teniendo en cuenta que ella no era para nada sensible a la magia. Ni siquiera había heredado el don de hablar con los animales de su difunta abuela.

—¡Me alegro que ya estés despierta!—habló el hombre igual al joven, solo que claramente más viejo—en un rato llega mi hijo mayor, hasta entonces nos presentare: soy Arthur, lord del este valle helado y el joven a mi lado es mi segundo hijo, Cedric.

—¡Mucho gusto!—contestó el joven—¡Me alegra verte ya despierta! Pasaste por mucho, eres una mujer muy fuerte.

—¿Fuerte?—preguntó en un susurro casi inaudible.

—¿Perdón? ¿Dijiste algo?—preguntó Cedric.

—¿Usted es el papá de mis hijos?—preguntó intentando adivinar su relación con él.

Cuando el joven hombre iba a responder, el sonido de la puerta abrirse bruscamente lo detuvo. A su lado estaba su hermano mayor, su gemelo, Tomas. El hombre, después de darle la mitad de su cristal mágico, estuvo en reclusión bajo la nieve, intentando recuperarse de la debilidad tan grande que tenía. Solo el podía encontrar fuerza en lo cruel del invierno.

—¡No te confundas!—le gritó a la mujer—¡Yo soy el padre! ¡No él!

Tomas, con una rivalidad vieja desde niños con su gemelo, no solo le dio una mirada gelida a la madre de sus hijos que la dejó estática, sino que se acercó a su hermano intentando marcar territorio.

—¡Calma, hermano! Solo se confundió, le iba a aclarar su error—contestó su hermano un poco asustado.

—Eso espero, mantente en tu lugar, no te vas a quedar con lo mío...—quiso seguir pero el agarre fuerte de su padre lo detuvo.

Sintiendo una presión fuerte por parte se la energía mágica de su progenitor, decidió separase y acercarse a la mujer. Arthur suspiró, quería que al menos la habitación fuera un lugar seguro para la mujer que dio a luz a sus nietos; sin embargo, el semblante pálido y su cuerpo tembloroso demostraba lo contrario.

—¿Ahora puedes decirme cómo fue que te metiste en mi cama?—preguntó sin piedad alguna.

La mirada fría y aquella pregunta la hicieron rememorar la actitud de su ex esposo antes de divorciarse de ella. Por lo que no tuvo de otra que intentar desviar su mirada, intentando contener su llanto.

—¡Tomas!—casi grita su padre—el saber como fue ambos estuvieron juntos es algo que queremos saber todos; sin embargo, ¿Acaso ves maldad en esta pobre mujer? Lo más probable es que ella ni siquiera sepa cómo fue que estuvo contigo, hijo mio, ¿Tu difunta madre no te enseñó piedad por las mujeres maltratadas?

El cuestionamiento de su padre le hizo pensar en la tortura que ella pasó y en el trato que hizo con el dios para volver de la muerte. Por lo que no tuvo de otra más que alejarse un momento de la cama e intentar contener su enojo.

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