¡HERMANO!

Luego de haber hecho el amor de manera intensa con Anatole, en vez de irse a una habitación por aparte el rey le pidió quedarse a dormir. Cansada y débil, debido a que ya no tenía el cuerpo que una vez tuvo cuando era una diosa, por lo que su resistencia era muy poca.

—¡Hermano!—dijo en un susurro, encandilada de fiebre.

Una pesadilla la torturaba en mitad de la noche, impidiendo que despertara por completo.

En lo más profundo de sus sueños, podía observar como una de las antiguas paladines que hubo en su pasado, llamada Sasha, poseída por Apate asesinaba de manera cruel a su hermano.

El antiguo dios Aion, el padre del actual, se había enamorado de una paladín de nombre Sasha, la cual había quedado en embarazo. Sin embargo, la mujer poseía un odio impresionante que hacía que el poder de su caos se volvía caótico de manera constante.

Por eso, cuando llegó la noche en que ella daría a luz, el dios del engaño aprovechó su debilidad para poseerla y hacer que esta asesinara al dios del tiempo, mordiendo su cuello y succionando toda su sangre divina.

—¡Sácalo de aquí!—gritó antes de empujarla y sacarla de la cabaña.

Tenía miedo, como diosa podía ayudarlo; sin embargo, se había esforzado por ayudar a traer al mundo a su sobrino, debido a que un semidiós moriría el día de su nacimiento, junto con su madre, por lo traumático del evento. Por ende, es que Aión era el único semidiós con vida en el mundo.

Sin poder hacer nada más, usando sus pocas energías, escapó del lugar siendo perseguida por las llamas. No obstante, una extraña columna dorada la envolvió llevándola a la actual torre mágica que había llevado en su momento a la última paladín.

"Protege al niño, este es mi regalo para él"

Fueron las palabras que leyó, las cuales se materializaron y se fueron de inmediato. Sabía que aquel regalo era producto del gran padre, algo extraño viniendo de un ser que jamás intervenía en el mundo.

—Vas a morir—escuchó decir a una voz familiar—me encargaré de eso.

Al abrir los ojos, encima de ella, se encontraba el alma de Sasha. Algo que la aterró, se suponía que la había mandado al más allá cuando intentó atacar a Rebecca, en el momento que se adentraba en sus recuerdos, ¿Cómo había llegado su espíritu hacia ella?

—Pagarás por abandonarme—gritó con odio.

Lo único que podía hacer era observar la boca del espectro mientras gritaba, ya que no podía moverse. El terror nocturno era tan grande, que ni siquiera podía tocar a Anatole para que la ayudara. Pasó tres horas hasta que el amanecer llegó, cuando por fin Sasha se fue y pudo empezar a moverse un poco.

—¿Estás bien?—preguntó el rey.

Anatole al despertarse pudo notar como su mujer estaba no solo con los ojos abiertos, sino que lloraba y todo su cuerpo estaba bañado en sudor.

—Debemos apurarnos—respondió intentando levantarse—los espíritus en pena se están moviendo con mayor fuerza, hay que acabar el asunto de la selección y volver a rápido al estrecho en búsqueda de aliados.

Se levantó y camino hasta el balcón, esperando que el aire fresco la ayudara. No quería decirle nada a Anatole, lo ocurrido con su hermano y su anterior paladín, no solo era un tema doloroso, sino que le daba también culpa, debido a que ella había sido la que reclutó en esa época a la madre de su sobrino, por lo que se sentía responsable en parte de su posesión y muerte.

El resto del día Anatole se la pasó en su despacho, terminando unos pendientes. Ese día en la noche sería la llegada de las candidatas a ser su concubina y la reina madre estaba organizando todo para que en esa noche su hijo conociera a la futura reina.

Mientras tanto, aun pensativa, Clara se encontraba alistándose para la noche. Había hecho que le trajeran de la torre mágica, un baúl que había guardado con algunas cosas que obtuvo en uno de los terrenos que le quitó al maldito monstruo que le había dado la vida.

—Esto servirá—comentó mientras observaba lo que estaba dentro.

La noche llegó y todos los nobles de las familias de alta alcurnia, que habían dado a sus hijas como candidatas del harem, comenzaban a llenar el salón de baile. Anatole, vestido con su ropa más formal, y con la espada dorada que había sido forjada con la obsidiana de su antepasado, se sentó en su trono una vez fue anunciado.

—¡Atención!—dijo un guardia—las candidatas han llegado.

La entrada oficial de las candidatas era un protocolo como tal, en la cual consistía que estas fueran dejadas por sus padres en la entrada principal y por sí solas ingresaran al salón. Aquello demostrarían su completa disposición en la selección y su voluntad por ser parte del harem del rey.

La primera en entrar era Lady Elena, hija del vizconde de borgoña, la cual se caracterizaba por tener un semblante muy serio y duro. Lo único llamativo en realidad, era su cabello rojo como el fuego.

Luego ingresó la segunda candidata, Lady Fiona, hija del duque de Milán, la cual era una hermosa mujer de piel morena, cabello rizado y negro, pero ojos morados que llamaban la atención de cualquiera, sin importar la distancia.

Así sucesivamente ingresaron poco a poco las candidatas, siendo un total de diez. La última en hacerlo venía por parte de la iglesia de Aión, la cual era Lady Daphne. Aquella mujer de ojos rosas, cabello negro como la noche, piel blanca y cuerpo envidiable, había sido una de las candidatas a santa junto con la prima de Henry, Eloísa Green; no obstante, luego del pecado cometido por la chica, el mismo dios había abolido el puesto de Santa para que nadie más lo ocupara.

Anatole frunció el ceño ante la llegada de aquella mujer, no solo se le hacía absurdo aquello, sino que le costaba creer como la iglesia había sido tan descarada en intentar inmiscuirse en el reino, luego de lo ocurrido con el ataque a la duquesa de Leticia. Sin embargo, suspiró con profundidad, intentando contenerse, no iba a hacer un escándalo y tensar más la relación de ambas instituciones.

Siendo que la iglesia era de las pocas que ayudaban a las víctimas de la guerra, no iba a ocasionar un conflicto interno; sin embargo, estaría muy pendiente que aquella candidata no ocasionara algún problema en nombre de la institución que representa.

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