¿ESTÁ SEGURA?

La última que faltaba por presentar sus respetos, ya que no hacía parte de la selección debido a que ya hacía parte del harem oficial, se trataba de Clara.

La diosa se encontraba terminándose de arreglar en su habitación, asegurándose que tanto su tocado que dejaba su espalda al descubierto y su maquillaje estaba listo.

—Mi señora—preguntó una de sus mucamas—¿Está segura?

Clara podía entender el desconcierto de la sirvienta, ya que el vestido no solo se salía de lo común visto en el reino de Argeli, sino que era mucho para los ojos conservadores de todos. Ante aquello, solo asintió con una sonrisa y se dispuso a partir rumbo al salón.

—¡Atención!—se escuchó la voz de un hombre en todo el salón—lady Clara Minrok, primera concubina real.

Anatole se enderezó de inmediato apenas escuchó la voz de la diosa, ya que todo le parecía aburrido. No fue hasta que por fin pudo divisarla a lo lejos, que realmente su corazón se aceleró.

Todos, hasta el guardia encargado de presentarla, y la misma reina madre quien la miraba sin aliento, no podían creer lo que estaba viendo. Clara había ingresado vistiendo prácticamente un "taparrabo" para el más vulgar de su clase, aunque el vestido se veía de buena calidad, consistía en una tela negra con una abertura en sus dos piernas, unos tirantes y un escote tanto en su pecho como en su espalda, que dejaba poco a la imaginación.

En sus dos brazos como en su pierna derecha, llevaba unos brazaletes dorados que tenían el símbolo de la secta en la que había nacido. Su cabello, recogido en un moño alto, tenía una hebilla dorada con el mismo símbolo.

—Su majestad, yo, la hija del terrateniente del estrecho de Bering—dijo arrodillándose—presenta sus respetos y jura lealtad absoluta a su causa, dando todos mis soldados y energía para volver a recuperar su terreno.

Aquello había sido planeado por ella, sabía que al usar ropajes que las concubinas de su padre usaban, así como los símbolos, no solo lo haría cabrear a más no poder, sino que demostraría a los demás nobles de Argeli su compromiso y lealtad con el rey. Aquello impresionó a Anatole, que no podía dejar de sonreír. Clara no solo le había dado una cachetada al hombre que le dio la vida, al hacer que sus símbolos se arrodillaran frente al enemigo, sino que estaba demostrando a su pueblo que ella era alguien por la cual fiarse.

Todo el lugar estaba organizado en diversas mesas donde los invitados podían ver una tarima, en la cual las candidatas harían la demostración de su talento y el cual también era la primera prueba que iban a pasar. Por lo tanto, las luces bajaron su intensidad de modo que la atención se centrara en ellas.

Para el disgusto de la reina madre, Clara se sentó en la misma mesa larga que compartía con su hijo, debido a que al ser parte ya del harem, ella no tenía que estar separada del rey como las demás. Por lo que intentando ignorar su malestar, se centró en la primera prueba para determinar a los mejores prospectos para su hijo.

—Entiendo los símbolos—preguntó mientras bebía vino—¿Pero el vestido?

Clara sonreía mientras lanzaba una mirada vacía al frente, aprovechando que la música y la danza de la primera candidata ocultaba su conversación.

—Para marcar terreno—tomó un poco de vino—¿Sabes que si me muevo un poco más, las personas pueden ver los chupones que me hizo?

El monarca casi atraganta con aquellas palabras, aun le costaba acostumbrarse al descaro coqueto de Clara.

—¿Conoce al imperio egipcio?—preguntó mientras le pasaba algo por debajo del mantel—¿Sabe que fueron ellos los que crearon uno de los primeros vibradores sexuales?

Anatole observó como la diosa le había pasado un extraño dispositivo con lo que parecía un botón en el centro.

—Hace mil años, cuando conocí a Cleopatra, diseñé un prototipo que podía ser usado con magia—dijo mientras le bajaba la bragueta—si lo hunde vibrará y me estimulará en mi intimidad, ¿Le gustaría intentar hacer algo interesante para pasar el tiempo con este evento aburrido?

Sin esperar a que Anatole pudiera pensarlo más, comenzó a estimular su entrepierna con su mano, esperando a que el rey accionara el vibrador en su intimidad. Aquello le causaba no solo diversión, sino también deseo. Podía jugar con el hombre que ella marcó como suyo para siempre, en frente de aquellas mujeres que también lo pretendían.

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