La ecuación de la vendetta

Teresa conversa con la mujer, enfatizando que Gilda tiene una deuda con ella. La pecosa le reitera que no hay ningún problema y que puede manejar a la chica a su antojo. Sus rostros reflejan una actitud desafiante.

—Si esto no se resuelve, pagarás las consecuencias —advirtió Teresa, con gesto amenazador.

La pecosa enciende un cigarro y asegura con indiferencia:

—Gilda tiene unos ojos bonitos y goza de buena salud. Sabes que nunca le faltará nada.

Teresa, con voz despectiva, continúa:

—Entonces, ella es una chica ingenua, al igual que sus amigas.

La pecosa responde con frialdad:

—No me importa lo que les pase a ellas. Pueden desaparecer, no me afecta en lo más mínimo —y ambas terminan riendo con malicia.

Más tarde, Gilda reflexiona sobre todo lo sucedido. Alfonso no se siente convencido por la excusa que su hija le dio, y expresa su disgusto a Antonia.

—Debemos ser más discretos con ella —dice Alfonso, con ceño fruncido.

Antonia intenta encontrar una explicación:

—Pero en la cena, Gilda parecía estar muy atenta y participativa con todos.

Alfonso suspira, preocupado por la situación, y responde:

—Sí, mi hija está experimentando cambios. Debemos mantenernos alerta.

Y así lo dejan, sin profundizar más en el tema.

Gilda busca la compañía de Angie y comienza a conversar con ella, buscando apoyo y consejo en medio de este problema preocupante.

—Sabes, me asusté mucho. Temía que mi familia no me creyera —comenta Gilda, su rostro mostrando preocupación.

—Pero, ¿todo está bien ahora? —pregunta Angie, con gesto de curiosidad.

—Ni siquiera eso… Fanny grabó todo —responde Gilda, con gesto de incredulidad.

—¿Qué? ¿Por qué? —responde Gilda, sorprendida.

—Fue algo extraño, ¿no crees, amiga? Es como si perdiéramos el conocimiento cuando la voz de la mujer nos dijo que diéramos unos pasos adelante.

—¿Qué estás diciendo? —pregunta Gilda, confundida.

—No sé, amiga. Resultó que terminamos en un sofá… Oye, ¿qué pasó allí? ¿Hablaste con tu madre? ¿Qué te dijo? ¿Cómo está ella?

—¡Uf! Tantas preguntas. No la vi —responde Gilda, con gesto apesadumbrado.

—¿¿¿Qué??? —exclama Angie, incrédula.

—Solo escuché una voz que me dijo varias cosas.

—Pero, ¿era la voz de tu madre?

—Supongo. La verdad es que no sé cómo es la voz de mi madre. Lo único que sé es que perdí el conocimiento y luego estaba con ustedes.

—Pero Fanny tenía su teléfono encendido… Lo que grabó sonaba borroso y no se entiende mucho. ¿Estás segura de que era tu madre, amiga?

Gilda guarda silencio y suspira:

—Espero que así sea.

—¡Ay amiga, ¿sabes de la última película que estrenarán mañana? —pregunta Angie, tratando de cambiar de tema tan escalofriante —Estarán todos del grupo.

—¡Claro! No me la perderé. Además, será la venganza que el tonto de Armando se merece; no se le olvidará en toda su vida, y ustedes me ayudarán.

—Seguro le haremos la venganza, pero ¿tus padres te darán permiso?

—Claro que sí, y si no me salgo a escondidas. Además, están tan distraídos con la visita de mi tía Rosa —argumenta Gilda, agregando—Mi vida no podría ser mejor. Así que no olvides comprar la pintura. Hoy estaré con mi amada familia, y que Fanny esté puntual. Dentaremos todos las boletas y saldrán más baratas. ¿Cómo está tu abuela?

—Amiga, la viejita está bien. Mamá la cuida y mi hermana. Me despido. ¡Que estés bien, hormiguita!

 

En casa…

—Rosa, te mostraré el regalo de graduación de Gilda, ¡ven!

—Te escuché, cuñadita. ¡Oh! Pero qué hermosos pendientes —dice Rosa, maravillada.

—Son esmeraldas, la piedra especial de Gilda.

—¿Cuánto te debió costar?

—Pues tu hermano no tiene reparos con las finanzas.

—Tienes razón.

—Además, todo está preparado para la mudanza. Después del grado de Gilda, celebraremos sus dieciséis años en la nueva casa. Hemos invitado a varios de sus amigos con sus padres y demás familiares.

—Sabes que ellos no se perderían la fiesta de nuestra Gilda.

—Tienes razón, cuñada —y se abrazan.

Carmen entra al lugar y les dice: “He traído un poco de café para el frío”.

—Carmesita, Gilda se levantó —le dice Antonia, agradeciéndole también por el café.

—Sí, señora —responde Carmen y sale.

Unas cuantas horas más tarde…

Antonia, esta hablado con sus amigas:

—¡que niña!

—Antonia que te parece si vamos a retocarnos e invitamos a  Gilda?

—comprare algo de ropa —dice Antonia.

Rosa toma su teléfono porque este suena. —Querido como estas?

—Estoy bien y tu?

—amigo y querido ¡uuu! —Bromea Antonia un poco, vociferando.  

—¿como está Londres y esos hermosos lugares? Y ¿mis demás Amigos, sí sean acomodado en París? Cuéntame. —le hace señas a Antonia y se aleja hablando muy cordial.

—que deseas Gilda?

—mis amigos me invitaron a ver una película de estreno mañana.

—pero tu padre no te dará permiso. —dice Antonia, mientras hace gesto de duda.

—que dices? ¡convénselo por favor! Él te escuchará.

—no se, pero lo intentare.

—gracias Antonia. Hola hermanito… sabes, saldremos a montar bicicleta y llevaremos a Max. ¿Quieres ir?

—¡si! —grita el niño, alzando las manos mientras salta de alegría.

—ten cuidado con tu hermano. — dice Antonia.

—seguro Antonia. — Y se marcha Gilda con el niño.

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