Un mes antes de la desaparición de Gilda en la fiesta de Teresa, a quien apodaban "la pecosa", hermana de Armando, el que fuera novio de Gilda, todo un personaje. Cuando ella miraba al chico, buscaba la forma de estar en las fiestas y saber qué contaba con Armando, un chico de su misma edad, todo un don Juan. Pero cuando conoció a Gilda, fue "amor a primera vista", como ella se lo comentaba a Angie:
—Era vivir todo un cuento de amor. Lo que más le incomodaba a ella eran los consejos de Antonia. Parecía que ella quisiera vivir mi vida, pero en cambio era una buena hermana.
Gilda amaba a su pequeño travieso, como le decía cuando salían al parque. Jugaba mucho con su hermanito y con su perro, que lo tenían desde los cuatro meses. Era un regalo de su padre. Pero a "la pecosa", como la apodaban, le gustaba lo mítico. Fue ella quien le dio a Gilda aquellos libros de pasta oscura.
—¿Cómo estás, Gilda? —la saludó la mujer.
—Bien, un poco apretada por las pruebas de último año.
—Entiendo, no sé por qué estudiar tanto si de todas formas moriremos. —respondió Gilda con mucha seguridad.
—Tienes razón, amiga.
Comiendo un poco de helado, prosiguieron la conversación:
—¿Pero quién le puede quitar a nuestros padres que tenemos que ser mejores personas? —preguntó la pecosa.
—Pues viajar, tener mucho dinero, ser libre... —respondió Gilda.
—Estamos de acuerdo.
—Somos de almas libres, pero con la diferencia de que no tienes unos padres como los míos y una tía querida.
—En la vida, nada es eterno, amiga.
—¡Ja! Díselo a mi familia, porque se cambiarán de ciudad. —Gilda se sentó en el gran mueble que estaba en la sala. —Por la salud de mi padre, que tiene un poco mal el corazón, y ese galeno recomendó un poco de paz y reposo para él.
—¡Qué mal! ¿Pero dejarán todo?
—Bueno, hace un tiempo están preparando este viaje y bueno, cambió todo. Pero tengo rabia con ellos.
—¿Por qué? —preguntó la pecosa.
—No nos preguntaron si queríamos cambiarnos y dejar todo como si fuera fácil.
La Pecosa se coge el cabello y mira a Gilda a través del espejo.
—Sabes, Gilda, que eres muy especial. Los espíritus me dicen que tienes una buena energía cósmica. Amiga.
—¿Puedes hablar con los muertos?
—Sí, podemos. Pero tienes que hacer algo primero.
—¿Qué? —se levanta Gilda con intriga.
—Lo haré saber hoy. Mi querida niña, nos divertiremos.
Y saliendo del lugar, entra Angie con Margarita y Marisol.
—¿Qué haces, amiga? —pregunta Angie.
—Hablando de todo un poco, pero en especial de los que no están en este mundo.
—¡Uy, qué miedo! —agrega Marisol.
—Ustedes son unas gallinas —y jalándola hacia el salón.
Ella busca a Armando, quien está con un grupo de chicos que ella no conoce.
—Gilda, ¿a qué hora te recogerá tu padre?
—Dijo que a la una, o sea que me queda media hora para divertirme.
Gilda se apresura hacia donde está Armando.
—Ven, quiero bailar.
Ella le toca su rostro y este accede tomándola de la mano. Ella lo abraza, recostando su cabeza sobre su hombro. Él le susurra unas cuantas frases de amor y ella cierra sus ojos. No hay momento más importante para ella que este.
—Armando, venga que lo necesitan. —¡Que esperen! —le dice a su amigo cuando lo llama.
Termina la pieza musical y él la acompaña donde está el grupo de amigas.
—Hermano, —le dicen en baja voz, —acaba de llegar María.
—¿Qué dices? Pensé que no vendría, ¿qué haré? —lo dice con cierta preocupación.
Armando sale y saluda a una joven alta de cabellos de varios colores, extrovertida, que lo besa. Él la aparta.
—¿Qué pasa? —dice ella.
—Pensé que no vendrías.
—Lo sé, pero mi papi no me dejaría venir sola. ¿No te alegras de que esté aquí esta noche, amorcito?
—Claro, vayamos a tomar algo…
Esto sucede mientras que Gilda está con el grupo de sus amigas.
Dice La Pecosa:
—¿Cómo están mis invitadas? Si se están divirtiendo.
Y con un gesto, hacen saber a la mujer que están bien. El teléfono de Gilda suena, pero ella sigue metida en la conversación. Suena nuevamente:
—Qué mal, es mi papi, llegará en unos momentos. —hace Gilda un mal gesto.
Angie le hace un comentario: —¿Qué dices, amiga?
Sale rápidamente y encuentra a Armando perdido en un beso. Ella se dirige y le llama la atención. Él, sorprendido, le dice que todo está bien. Ella le deja la mejilla colorada. Él explota en ira: —¿Qué te pasa, Gilda? ¡Eres una loca! —Y sale Gilda corriendo, Angie detrás.
Todo para ella eran nubarrones. Solo quería que su padre llegara por ella, al encuentro. Sale La Pecosa: —Niña, ¿qué te ocurrió?
—No quiero hablar, —con sus ojos aguados.
—Si es por mi hermanito, ¡le llamaré la atención!
Gilda responde en alta voz:
—No quiero nada de tu hermano para mí, ¡que se muera!
Y un coche aparece. Ella se seca los ojos y sale con Angie: —Vamos, que mi padre no sepa lo que me pasó.
—Sí, amiga, —y se suben al coche y parten.
Armando se arrima a su hermana: –Esa chica es una loca, pero me dejó en vergüenza.
—Tranquilo, hermanito, que para eso estoy yo, —responde ella.
En el cuarto, Gilda está desolada y triste. El odio a Flora, los pensamientos y el vengarse. Suena varias veces su teléfono, pero ella sabe que es él, lo apaga y se tapa, quedando en un sueño profundo.
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