Antonia y Alfonso, con su pequeño, caminan por los estantes del centro comercial. Conversan sobre diversas cosas que los hacen reír, mientras Alfonso echa un vistazo a su reloj.
—Querida, es hora de que pasemos por la biblioteca a buscar a Gilda —dice Alfonso.
Y salen del lugar, toman las compras y las introducen en el coche. Mientras escuchan música, Antonia toma la mano de su esposo y lo mira, agradeciéndole por pasar tiempo con ellos. Observa hacia atrás y se da cuenta de que el niño está dormido.
Gilda y sus amigas despiertan de una experiencia sobrenatural. Cada una se pregunta qué les sucedió. Teresa las mira con atención:
—¿Cómo están?
Gilda se frota el rostro mientras pasa sus manos y se incorpora.
—¿Qué pasó?
La pecosa les responde: —Chicas, son muy débiles… ¡se desmayaron!
—¿Qué dices?
Angie le responde, un tanto asustada: —¿Recuerdas lo que ocurrió adentro, Gilda?
—¡Claro! ¡Todo! Pero, ¿por qué perdí el conocimiento?
—Gilda, hablaste con tu madre.
—¡Ah! Después hablamos, chicas —y Gilda mira la hora—. ¡Uy! Le dije a mi padre que llegaría a las siete y son las ocho. ¡Corramos!
Salen apresuradamente:
—¡GRACIAS! Mi amiga te llamó después. —grita Gilda. El afán es evidente en las jóvenes.
En la biblioteca…
—¡Qué extraño! La biblioteca cerró hace una hora. Llamaré a Gilda —dice el padre de la chica mientras el teléfono suena una y otra vez—. ¿A dónde habrá ido esta muchacha?
—Querido, tal vez compartió un helado con su grupo. Sabes cómo son los jóvenes —dice Antonia, intentando calmar al sujeto.
—Pero le dejé un mensaje de que pasaría por ella.
—Querido, estará en casa.
—Sí, seguro.
Gilda mira su teléfono y se da cuenta de las llamadas.
—Qué descuido, chicas. Mi papá me había dejado un mensaje.
—Gilda, ¿nos contarás lo que sucedió?
—Sí, les escribo.
Media hora después…
Rosa está preparando un postre de mango y comparte con Carmen, la señora del servicio. Hablan de diversas cosas cuando Carmen hace un comentario.
—Señora, ¿sabe que la joven Gilda sigue hablando sola? —se ríe mientras continúa—. Me da miedo la joven. Tiene unos libros extraños en su habitación.
—¿Qué dices, viejita? ¿Se lo has dicho a mi hermano o a Antonia?
—Sí, señora. Pero la joven se disgusta mucho con los señores. La llama mucho una tal “pecosa”.
—Tendré que hablar con mi hermanito.
—Familia, ¿cómo están?
—Antonia, ¿cómo estás? Querido sobrino, ¿cómo les fue en sus compras?
—Un día maravilloso, tía.
—¿Y Gilda?
—No sabemos. Pensamos que estaba en casa.
—No —lo dice preocupada Rosa.
Antonia toma su celular y llama. En ese mismo instante, escuchan la voz de Gilda.
—¡Familia! Este transporte cada vez es peor.
—Hija, ¿dónde estabas? Pasamos a recogerte…
—No lo sabía, papá.
—Te dejé un mensaje. ¿Para qué tienes celular si no lo revisas?
—Discúlpame, papá. Mi teléfono está descargado. Lo siento. ¿Cómo les fue?
—Bien, ¿y a ti?
—Igual. ¿Qué me trajeron?
—Muchas cosas, pero te las mostraremos después de la cena.
—Tía, qué bien tenerla en casa.
—Me imagino —responde Rosa, algo sarcástica.
—Ay, tía, ¿y qué me trajiste?
—Algo.
—¿En verdad?
—Sí, pero en un momento. Por ahora, todos a lavarse las manos, nos espera algo muy delicioso.
.....
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Comments
Mariana Muñoz
está muy interesante la novela
2024-07-13
1