¿Y Dónde Está Gilda?

¿Y Dónde Está Gilda?

Nueva casa, la misma Guilda.

"El paisaje que difícilmente podré olvidar", es lo que piensa Antonia cuando ve a través de las ventanas. Alfonso se dirige a la mesa donde encuentra un pocillo de café con aquel aroma que llena la cocina.

—Ven, Jairito. —Exclama Rosa, mientras toma un poco de fruta.

Al lugar entra una chica con mala presentación, llevando puestas unas pantuflas rosadas, como el color de su pijama. De nombre Guilda, quien se siente inconforme por el cambio de ciudad, busca la mermelada, desordenando todo con propiedad, y luego pregunta:

—¿Dónde está la miel?

La chica fija la mirada en su tía como si leyera sus pensamientos, es un don o un defecto que no podía responder con tal amabilidad. Prosigue:

—¿Qué te incomoda, tía, si nadie te invitó?

—No le faltes el respeto, que ella amablemente nos acompaña por la salud de tu padre. —Responde la madrastra de Guilda, doña Antonia.

Saliendo del lugar, Rosa tiene presente que su sobrina la culpa por el que su padre se casara con su mejor amiga. Ella dice:

—Familia, saldremos a conocer el sitio.

Esto es lo que el galeno sugirió por la salud del padre.

El mediodía transcurre y Guilda mira las nubes. Ella habla con sus amigos, seres de cuya existencia solo le pertenece a su imaginación. A su memoria llega el recuerdo de cuando su madre le regala la pulsera; desde entonces, éste es su más grande tesoro. El que la comprendieran no le importaba y menos la opinión de su madrastra, de modo que la señora es, en su pensar, una metiche. Se mira como alma libre y se promete a sí misma que al obtener la mayoría de edad, hará lo que desea. Toma un poco de flores y las huele unos segundos, y mira que su hermanito se acerca a su tía. Antonia mira un tanto a Guilda con suspicacia, observa el cielo y ve cómo la jornada se torna un poco gris, así que, recogiéndose el cabello, insta a que todos regresen a casa.

La mesa está puesta con un mantel blanco y una hermosa vajilla que ha sido puesta con la sencillez del lugar. Una, dos, tres veces y la señora Carmen (la dama del servicio) abre la puerta, mandando seguir a las invitadas. La señora Adelaida y su hija van al comedor (que es el lugar donde están todos), saludan y toman sus respectivos puestos. Entre tanto que surge la conversación, Guilda se da cuenta de la timidez de la joven invitada, haciéndole sentir mejor. Observa a la señora, pudiendo notar que la mujer es de carácter fuerte y parece que esconde algo. Ésta es un elfo o una bruja, piensa ella.

—Es para nosotras un placer tenerlas en esta noche —resalta Antonia.

Por un momento, se cruzan las miradas de las dos jóvenes, sintiendo Guilda un escalofrío que recorre todo su cuerpo. ¿Qué es lo que la ha intimidado? La conversación se torna cordial, hablando un poco de todo.

—Deliciosa cena… —indica la señora Adelaida.

—Gracias, ustedes son las primeras vecinas que tenemos en este tiempo.

—Sí, lo entendemos. Las casas están muy alejadas y se hace más difícil en tiempo de invierno.

—Señorita, ¿qué hace usted para adecuarse a este lugar? —pregunta Rosa a Mireya.

—Este sitio es mágico.

—¿Qué dice? ¿Mágico? —Guilda pregunta, abriendo sus grandes ojos.

—Hija, cualquiera diría que queremos infundirles miedo a nuestros vecinos —dice Adelaida.

—Claro que no, mamá. Pero ellos no saben a qué se están enfrentando… les digo la verdad.

Quienes escuchan se miran extrañados. Es así como se levantan de la mesa y, despidiéndose, las invitadas se dirigen a la salida.

—Tía, no se te olvide cerrar tu puerta, quién sabe que de pronto se te aparezca la hija de la señora a media noche —comenta Guilda.

—No le tengo miedo a nada —y cerrando la puerta de su habitación, la mujer finalmente se acuesta.

El reloj marca las tres de la madrugada cuando Guilda se despierta, sintiendo una fuerza sobre su cuerpo que la inmoviliza, y piensa: “¿Qué es esto?”. Se incorpora y prende la luz, mirando por todo lugar, pero solo hay silencio. “Fue una estúpida pesadilla”, y se envuelve en su colcha. El viento es impetuoso afuera, como una de esas escenas de película de terror. Una voz susurra por la habitación:

—Vengo por ti, Guilda…

Queda quieta, pensando, “¿Será acaso el abuelo? ¿O mi madre?... pero, ¡qué imagino!, no soy una bebé para estar con miedo, y por las palabras dichas de la vieja Adelaida y su hija”.

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