Hace un mes atrás, los gemelos recibieron la visita del dentista, amigo de su madre. Estaban asustados al verlo con el mismo brillo plateado que ellos emanaban.
—Señor ¿qué está ocurriendo?— dijo con miedo Mathias.
—somos monstruos...— respondió Alexander en una crisis de estrés, sujetando su cabeza.
—¡calma!— interrumpió César.
—nadie en internet sabe de este color, ninguna deidad se nos apareció—, comentó Mathias.
—me imagino que somos una especie diferente, pero deben calmarse, antes de que llamaran, tomó control sobre mí—, dijo Cesar, luego hizo una seña para que le inviten a sentarse en una silla del comedor.
Alexander tomó asiento, luego señaló con la palma abierta y el ceño fruncido, para que el sujeto se sentara. Mathias veía con mala cara a su hermano, por la falta de cortesía.
—¿quiere algo de tomar?— preguntó Alexander en tono irónico.
—un poco de agua ¿podría ser? Si no es mucha molestia—, respondió César y Mathias le sirvió un vaso
El doctor se acomodó un poco, refrescó su garganta pensativo, Alexander golpeteaba sus dedos en la mesa a la espera impacientemente, Mathias se hartaba del sonido y trataba de disimularlo. La incomodidad espesaba el lugar.
—Bien, esto será muy raro de decir y difícil de oír, pero decapité a un hombre con mi katana—, comentó con calma, César.
—¡qué carajos! Es un maldito asesino, trajiste a un asesino a nuestra casa—, interrumpió rabioso, Alex.
—¡shhh! Te callas—, prosiguió Mathias y su hermano levantó su puño en señal de amenaza.
—¡hey!— Interrumpió el Doc. tras un segundo de silencio, bebió nuevamente y abrió la boca, así dejó espectantes a los gemelos.
—soy una persona que mantiene la calma en momentos críticos, sin embargo, desde que vi la cara del asesino y las luces púrpuras, algo en mí me hizo cambiar—, continuó con aires de misterio.
—¿qué tipo de cambios?— preguntó Mathias.
—hoy me moví de forma sobrenatural al empuñar mi espada, la cual no uso hace muchos años, y así maté a uno de esos asesinos que tiran rayos—, respondió César, Mathias se incomodó un poco pero asintió un par de veces ante sus pensamientos.
—bien merecido lo tuvo—, comentó Alex de forma sobrada, a lo que el doctor debatió para sus adentros.
—¿tal vez ustedes se sientan más conflictivos de lo normal? ¿Cuándo ocurrió el cambio?—, preguntó con total seguridad a los gemelos.
—de momento, nada—, aseguró Mathias.
Pasaron el resto del tiempo bajo la supervisión de César, y sorpresivamente ambos gemelos consintieron las visitas diarias. César los entrenaba físicamente como disciplina, para que pelearan entre sí, y ver si alguna vez detonarían su poder contra el otro en las prácticas. Era importante que abandonaran sus artes marciales por seguridad del resto, y por ello era mejor entrenar los tres, cada día peleaban entre ellos.
Mathias boxeaba y mantenía las distancias, su hermano hacía taekwondo. Las patadas de Alexander eran de las mejores de la clase, estando en tercer lugar. Los golpes de Mathias en técnica daban mucho que desear, pero era el mejor para esquivar y aguantaba mucho tiempo haciéndolo. Parecían agotarse pero permanecían en pie, algunos golpes de Mathias resonaban en la carne de Alexander.
En un momento a otro, sorpresivamente arremete con su poder el doctor contra los gemelos y los derriba a ambos tomándolos por el rostro.
—¡Más atentos! Recuerden que las peleas no son justas en el campo de batalla y cualquiera puede aparecer—, dice César con mucha seriedad, se levanta y deja a los gemelos reincorporarse.
—viejo de mierda—, comenta entre dientes Alex y toma revancha levantándose con ira. Intenta darle su mejor patada y sin prisa César lo esquiva.
—así mismo deben estar, atentos— dice el doctor. Alexander no para de gruñir.
—ya basta— sopezó Mathias, viendo con pena a su hermano.
La forma de un lobo terrible color negro, rápidamente tomó la altura de un metro sesenta y siete, su peso de aproximádamente ciento ventitrés kilogramos, se podían sentir a la hora de embestir sobre César. Arrojado en el suelo, sintiendo cada dolor propio de su edad, el doctor decide permanecer allí mismo.
Mathias reaccionó al instante embistiéndolo lejos del doctor y voló un par de metros de él, su pelaje era más blanco que la nieve. Y sus patas firmes tenían mayor elegancia que las de su gemelo.
La dentada que ejercía su hermano parecía más fuerte, César logra reincorporarse con mucho dolor de espalda.
—sigan entrenando un rato, pero ya dejen de pelear—, dijo el doctor antes de retirarse para descansar.
No paraba de pensar en lo que acababa de ver, era surrealista y sin embargo vieron cosas peores, pero nadie antes presenció un evento de tal magnitud.
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