Capítulo 4: Ojos de mil tempestades

Al día siguiente de haber huído del dios de la cólera, la diosa se la astucia, junto a presagio, ávida en el rastreo, se sintió extraña al haber ingresado en los aposentos de la heráldica naranja, el cual adornaba con cristales cálidos tanto como fríos, en las tonalidades celestes y naranjas, rojas, turquesas, azules vibrantes y rosas intensos. Aquello recordaba más a una cueva, el marmol gris, sin mucho juego con el entorno, rocas por doquier de todo tipo y tamaños, en un pasillo que parecía temático y no dejaba de ser la infraestructura clásica del palacio de un villano, eso sí, con un fresco aroma a rosas, el techo con enredaderas y más flores como lirios, jazmines, dejaban un ambiente más llevadero y menos oscuro, la tonalidad era más melancólica, agridulce, lejos de imponer terror o ser sobrio. La astucia fue por un par de pertenencias y presagio usó su ilimitado poder de divinidad, si bien no conocería la ubicación final de su compañero, sabría dónde estuvo, cada pisada se marcaba en un dorado que sólo ella podría ver, la estela del recorrido duraría lo que ella quisiera, cada arañaso, huella digital, todo estaría marcado dejando entrever una historia que ella podría interpetar o intentar leer.

Sólo le bastó con la cama en sus aposentos para iniciar la búsqueda, junto a un par de horas hasta salir de allí, debía ser minuciosa si quería predecir el destino final de la cólera, y no simplemente dedicarse a seguir los pasos, tan desventajada, haciendo que sea casi imposible alcanzarlo si el rastreado no se detenía durante horas o días en un solo lugar. No pudo encontrar pistas de hacia dónde pensaba ir, ni una lista de tareas, nada allí indicaba un ápice de evidencia, lo cual sería totalmente normal, pero apostó a la suerte perdiendo demasiado tiempo. Siguió el camino de la cólera hasta unos manzanos allí en la cercanía, mientras observaba las mariposas revoloteando, un tanto pensativa se encontraba ante el hecho de que las mariposas en su mayoría tenían tonalidades rojas y azules, habían demasiadas del tipo monarcas por todos lados alrededor de una manzana a medio comer, lo cual le causaba un profundo rechazo, asco de ver el desecho, astía de percibir desperdiciada la comida, harta de siempre quejarse por lo mismo ante la cólera. Ella ignoró la manzana y comenzó a rastrear con mayor ímpetu siguiendo los pasos del presagio quien no se detuvo, motivada con la intención de regañarlo, el sendero se encontraba solitario, una primavera fresca y llena de sombra, el cielo casi grisáceo en tonos rojizos, imitando alguna región en el plano terrenal, lo cual le hacía tener un aspecto más humano, sentimental, junto a otras cualidades de sus semejantes mortales.

Astucia ya estaba cansada de tanto recorrer, para presagio era insignificante el recorrido, presuntamente el dios de la cólera había estado viajando por todos los sitios aledaños de allí en el etéreo. Su ira se hacía más presente por la frustración, impotencia la cual le hacía lagrimear, sentirse inferior a sí misma, por los sentimientos más humanos que poseía al pasar tanto tiempo en los terrenos más tangibles de su plano. Motivo por el cual el ágora era el epicentro de la discordia y todo tipo de disgustos propios de discusiones amargas, acaloradas, que duraban incluso semanas en medida de los tiempos terrenales. Un pensamiento intrusivo preocupó a la Astucia, quien se percató del detalle de la manzana, por qué la divinidad necesitaría comerla, habrá sentido deseo, gula, necesidad de placer, amargura que buscó saciar con la dulzura que poseía aquella fruta. Tal vez si se la hubiera comido toda, hubiera sido más preocupante, significando que tuvo hambre, lo cual no sería nada bueno con respecto a lo que piense y sienta la cólera.

En el trayecto a unas montañas rocosas, con leve vegetación, allí en un manantial con cascadas tan majestuosas que daban el deseo de sumergirse en ellas, las diosas encontraron en los alrededores al espejismo meditando, heráldica de la turquesa, no quisieron importunarle, así que atravesaron el lugar con cuidado y sigilo, cualidad que ambas poseían con bastante destreza, sin embargo no eran comparables ante el dios del terror, quien se destacaba en su maestría por ello. La cazadora, y la rastreadora, observaron a lo lejos al monje en el manantial tan calmo que hasta sintieron envidia cuando ya se alejaban de aquel lugar, pero al momento de darse vuelta sintieron un susto de muerte al encontrarlo allí parado de brazos cruzados en medio del camino, con las manos dentro de las mangas en su túnica.

El espejismo cuestionó a las diosas, con respecto de qué era lo que estaban tramando ellas solas allí presentes en las afueras. Astucia intentó evadir la pregunta, manipular la situación para salir aireosa, pero el espejismo no creyó ni una palabra y a su vez presagio interrumpió a la astucia diciéndole a la heráldica de la luz turquesa, que por favor le ayudaran con su poder a encontrar a cólera o si poseía información al respecto de su paradero. Él vio los ojos de la heráldica de luz blanca, casi sobrehumedecidos y decidió por empatía no poner ningún impedimento ante la privacidad del dios de la cólera.

El monje copió y concentró todos los poderes del presagio amplificándolos dentro de sí, caminó hasta el lago, tocando con la punta del índice el agua el cual en vez de asustar a los peces, los atrajo en dicho punto a nadar a su alrededor. Un largo tiempo pasó, pero nada ocurría, él permanecía en su estado sereno con los ojos cerrados, tan apacible que ellas comenzaban a inquietarse e irritarse, pero el dios del espejismo no se inmutaba, ellas intentaban apurarlo, hasta aburrirse y decidir y por su propia cuenta, ya tras varios metros, mientras criticaban al monje, la diosa del presagio se percata de una luz tenue en forma de aurora en el cielo, otra de igual magnitud iluminaba el suelo, cada rincón, cada detalle. En la perspectiva del dios del espejismo, los colores dorado y turquesa se entremezclaban en armonía como una danza entre amantes, viendo la ubicación exacta en tiempo real del dios de la cólera y quien quisiera, secreto bien guardado para sí mismo, con responsabilidad y respeto. Usando el poder del presagio para manifestarse espectralmente sólo frente a ella en su luz dorada, y la astucia quedara apartada de dicha conversación por el simple hecho de no compartir dicho poder, él le hizo saber dónde encontrar a la cólera lo más rápido posible. Debían ser rápidas y tener suerte que al acortar el camino, siguiera allí, sinó tendría que recurrir a aparecer ante el espejismo para hacerle nuevamente la petición de rastreo global.

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