Olvido, Melancolía y Locura habían permanecido junto a sus otros seis allegados, quienes no se involucraban en la gesta heráldica, hasta que emprendieron un viaje en busca de Soledad, quien había desaparecido dejándoles un trago amargo de preocupación y angustia. El heraldo de la evocación promulgaba la calma, diciendo que era normal en ese dios el irse a dar unas vueltas, pese a las advertencias de la seguridad integral del grupo. Intentando minimizar dicho evento para tranquilizar a la melancolía, quien más padecía debido a su estima por el dios de la soledad, los dioses de la sabiduría, la soberbia, la venganza y la redención decidieron confiar en Evocación, por lo que no quisieron desarmar el grupo para ir a buscarle entre nubes grises, un cielo oscuro y el aire pesado que los arropaba.
Los tres dioses fueron a la par, con mucha prisa, a recorrer cada lugar donde su colega pudiera estar. Al cabo de unos días, volvieron al refugio con la gran puerta rechinante. Lo encontraron lleno de un silencio opresivo e inquietante, sin rastro alguno de la presencia de nadie más que ellos mismos. Las únicas pistas eran el entorno dañado y sucio, como si un acalorado enfrentamiento hubiera ocurrido. Entre escombros, arañazos en columnas y paredes, muebles rasgados y volcados, tras un corto debate de lo que podría haber pasado, intuyeron que fue obra de los doce dioses a favor de los heraldos, y que jamás debieron haberse separado. Abrumados por la impotencia de no poder hacer nada al respecto, la moral para vengarse estaba demasiado sumida en la oscuridad. La mismísima diosa de la venganza había desaparecido. En lo más recóndito del refugio, se podía oír el eco que propagaba el vacío.
En la ciudad, el grupo de heraldos de color púrpura, quien había sido formado ante la idea y labia de un sujeto codicioso, el cual había elegido el poder de las enredaderas con espinas, las cuales servían tanto para inmovilizar provocando dolor, como para asfixiar tortuosamente a su presa. Así logró convencer a sus semejantes primero, inmovilizándoles para proponerles una alianza. Su teoría era que podrían conseguir demasiado poder debido a la cantidad de heraldos que debían derrotar, bastantes para un individuo, pero poco considerando los diferentes colores que podían encontrar, diversos tipos de poderes, y la cantidad de luces repetidas, lo cual implicaba que eran parte de una camada de distintos dioses. Si unían fuerzas, habría suficiente poder para todos los que tenían el mismo dios. Parecía bastante ingenioso por percatarse de tal inmenso detalle y su estrategia realmente funcional, sin embargo, el notar la única aparición de un color plateado que nadie más poseía, le hizo generar intriga a más de un heraldo.
Llovía toda la tarde, pero eso no impedía al grupo la cacería de Gastón Martínez, sujeto del cual se corrió el rumor de haber masacrado a la muerte verde. Entre copas, la gente suele soltar la lengua, algunas pueden ser filosas, venenosas, ásperas y largas. En la lista se encontraba el heraldo de la valentía, quien logró derrotar en vencidas al del color plateado, el cual era difícil de ubicar con respecto al resto, más anónimo y los rumores hacían difícil saber cuál de todos los del brillo color esmeralda habría sido el vencedor. Uno de los integrantes decidió hablar:
—Mariano, ¿no sería más prudente separar el grupo en dos partes?— carraspeó la garganta levemente al notar que tenía la atención de hombres y mujeres presentes.
—¿Para qué?— respondió el líder de forma arrogante y pausada, dejando entrever sus labios separados de forma pasivo-agresiva, incluso la lluvia paró su intensidad.
—Para darles caza en menor tiempo. Por más que haya gente de apoyo o por ser refuerzo, somos demasiadas personas en un mismo grupo y participan pocos— sugirió mirando al resto buscando cómplices.
—¡Me parece una buena idea!— respondió en voz alta una mujer.
—Una muy inteligente y justa, por cierto— murmuró entre dientes, la otra integrante a su lado.
—Ya... Iván, ¿cómo divides siete entre dos? Tú y este imbécil me seguirán, y la que le gusta comentar a espaldas— señaló al más débil físicamente, quien le tiene mucho miedo.
Iván le miró fijo sin inmutarse. La llovizna cesó en su totalidad. Como si le estuviera analizando, el otro hombre también, casi temblando, se le pueden notar aún las viejas marcas en su cuerpo. La mujer frunció el ceño, pero de igual manera no le quedó otra que aceptar. Su cuello se notaba con las mismas cicatrices.
—Es hora de darle caza a ese brillo plateado— dijo Mariano con firme autoridad.
Al cabo de unas horas, el segundo grupo llegó al lugar donde se encontraba Gutiérrez con un cigarro en boca a medio terminar, cuchillo en mano y un heraldo de la valentía en frente. Parecía que intentaba defender a una mujer cuya luz emanaba la tonalidad rosa.
—¡No te necesito, payaso!— espetó ella antes de enmudecerlo con su poder.
La amiga de intensidad lila que la acompañaba solo podía reír sutilmente, tapando su boca con la mano, en parte para mostrar su bella manicura. La mujer tenía frente a ella a un heraldo de la valentía, uno de los rivales más peligrosos y hartantes, pero con un simple gesto lo paralizó en instantes.
La mujer del grupo púrpura aprovechó rápidamente el momento para ponerse dentro del rango de su habilidad, una nube negra que soltaba una espesa niebla alrededor de los pies del heraldo esmeralda.
—¡Esta es mi oportunidad!— dijo a la par que movía su mano en forma de garra, rasgando un zarpazo en trayectoria arco de abajo hacia arriba, como en pose de victoria.
En ese instante, rápidamente, una espina negra surgió del suelo, salpicando ligeramente con pocas gotas rojas. Podía verse la mandíbula y el pecho atravesados por dicha espina, la cual poco a poco se bañaba en la sangre del heraldo de la valentía. Nadie nunca había derribado a uno tan veloz y brutalmente.
—Gracias por la ayuda— dijo con gracia la asesina.
—¡Hija de puta!— logró soltar horrorizada la de brillo lila. Su amiga de rizos rubios, quien tenía frente a ella al empalado, quedó presa del pánico sin mover un músculo.
—¡¿Qué dijiste?!— reaccionó inmediatamente la asesina color púrpura y, acto seguido, cargó hacia la mujer.
Comenzó a invocar con ira pequeños aguijones negros del suelo que intentaban ensartar sus piernas, hasta que logró atinarle. La hizo tropezar, dándole la oportunidad perfecta para dejarla suspendida desde el estómago a través de una púa sombría. La rubia solo corrió hasta chocar contra un muro, allí su cráneo fue atravesado por un pincho oscuro y enorme que le voló un ojo. La villana reía histéricamente, al menos en sus sueños, porque se encontraba tendida en el suelo durmiendo, y sus compañeros, alertados, emprendieron batalla contra las dos mujeres y el heraldo de la batalla, quien ya se había apuñalado su propia mano para volverse temporalmente invencible.
Los heraldos que intentaban inmovilizar a Gastón sólo conseguían enfadarlo y retrasarlo poco tiempo, ya que lograba romper las ataduras con poco esfuerzo y sin recibir daño alguno. Sin embargo, esto ayudaba a mantener las distancias y frustraba a aquellos que le disparaban sus púas. Dado que ambas mujeres eran peligrosas al acercarse de frente y no de manera furtiva, los heraldos decidieron replegarse y abandonar a su compañera. No obstante, uno de ellos reconsideró su decisión y aprovechó el momento para atravesar a su colega dormida con el consentimiento del resto, con el fin de impedir que el heraldo de la batalla se volviera enormemente más poderoso al matarla. Lograron abandonar el lugar sintiendo la derrota en sus hombros. Por otra parte, el heraldo de la batalla no fue más que un estorbo para las muchachas, quienes se alejaron sin dar las gracias, apoyándose entre ellas y entrelazando sus brazos y manos. Él se sintió frustrado y cubierto de amargura, y nuevamente comenzó a llover. En el mundo espectral, la diosa de la melancolía se encontraba en el refugio, extrañando a Angustia, tocaba su arpa lentamente manteniendo sus ojos cerrados, mientras que sus compañeros la escuchaban, deprimidos y sin nada más que hacer, sólo abrazar la oscuridad de la noche.
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