Los heraldos púrpura tenían un acuerdo: se turnarían para absorber el cadáver de sus enemigos fallecidos, debido a que su habilidad permitía aumentar su poder con mayor intensidad. Ya que era sabido al momento de convertirse, "quien lograra derrotar a uno, su espíritu absorbería al instante la esencia del dios mayor, quien dio poder a dicho heraldo", y su sistema los haría abastecerse de una manera más justa. Esta idea fue impuesta desde el primer día y sirvió bastante para evitar peleas, aunque a veces hubiera conflictos internos por el egoísmo de unos pocos.
Un segundo poder otorgado en la conversión era absorber los cadáveres sin dejar rastro alguno. Siempre sería eficaz mientras no hubiera testigos, así evitarían una posible guerra contra su divinidad, la cual cometía un acto prohibido al dar más de un poder por ascenso. Siempre han tenido cuidado en el grupo, se encargaban de aniquilar a cada heraldo antes de desintegrar los cuerpos. Era muy importante hacerlo, devotos en ello, y es por eso que abandonaron a su compañera, la cual pensaban ubicar sus restos para dicho cometido más tarde. Lo importante era reagruparse nuevamente con los tres del grupo anterior, y pese al tiempo que tardaron, con la ropa empapada en la incontrolable lluvia, llegaron a tiempo para observar.
El grupo del líder se encontraba con dificultades. El hombre sin camisa, de hombros y brazos desproporcionados a su enorme pecho y piernas pequeñas, tenía en sus manos una gran viga de acero, pocas heridas sangrando lentamente. Civiles que pasaron a mejor vida, algunos desmembrados, otros atravesados, unos pocos hasta escondidos, e incluso refugiados tras los pocos muros, temían escapar de la construcción y ser ejecutados como sus compañeros. El capataz arrepentido de haber contratado al señor Moreno agonizaba por la hemorragia. Su pierna izquierda tenía los nervios destruidos y colgaba sin resistencia alguna.
El gigante Ricardo se encontraba rabioso. Sus adversarios a diestra y siniestra intentaban amarrarlo con enredaderas sombrías cubiertas de espinas negras, sin esfuerzo se rompían. El tirador más avezado tenía la mejor posición para acribillarlo de espinas, y cuando se cansaba recordaba el consejo de buscar las armas de fuego. Sin embargo, se creían los más fuertes de todos. Esperaban con ilusión a la mujer que lograba invocar enormes aguijones del suelo. Al no verla, se desmoralizaron. Sin embargo, los refuerzos no les vendrían mal.
—¡Qué bueno que ya están aquí! ¡A trabajar!— gritaba con euforia Mariano, el líder.
—¡Les dije que necesitábamos conseguir munición!— dijo entre alaridos uno de los sujetos recién llegados.
—¡Fracasamos en la misión!— comentó furioso el otro refuerzo.
—¡No importa, ahora hay algo más importante!— Mariano manifestó rabioso.
El gorila aprovechó la situación y arrojó con tenacidad la viga con la que intentaba golpear a sus ágiles rivales, voló con fuerza por encima de Iván, quien logró esquivar. El poderoso estruendo de la viga hizo temblar el suelo, unas maderas inestables de un inacabado segundo piso, el cual tenía encima varias varillas largas de acero, y comenzaron a bailar hasta caer encima de Mariano. Él se encontraba moviéndose para mantener distancias, y no vio ni escuchó nada al respecto, una sorpresa hasta para el heraldo plateado, quien vio cómo volaba por los aires el ojo. Una varilla de acero perforó de arriba hacia abajo atravesando el labio inferior hasta su pie, y otra en diagonal del medio de su cráneo pasando por su corazón, murió al instante, nadie recibió la esencia, se disipó. Todos allí presentes escucharon las demás varillas caer, la mujer restante del grupo vomita horrorizada y uno de ellos queda en shock.
Ricardo, el usuario del espíritu feral del gorila, lejos de impactarse, aprovecha la situación para sujetar las piernas de quien quedó preso del pánico y reventarlo contra la pared más cercana, violentamente tronaron los huesos, cada eco de ello hizo dolerle el pecho al resto del grupo. Rápidamente Iván pensó en una idea, absorbió a Mariano, al sujeto casi pegado en la pared y luego al otro tipo que el plateado partía en dos, desmaterializándolo de las manos del mismo. Su compañera estaba demasiado deteriorada moralmente como para prestar atención, y dichos cuerpos le daban suficiente poder para que su entidad apareciera para brindarle más poder.
La divinidad hizo presencia en la mente de García, él eligió rápidamente el cuarto poder y eso lo posicionaría en un camino intermedio a ser un dios menor. Su rival estaba demasiado próximo a ejecutarlo junto a su última compañera, él lo evadió como pudo y ella fue empalada sin mucho esfuerzo.
Iván, tras absorber al instante a su difunta colega, continúa manteniendo distancias con gran agilidad. Mientras intenta subir, aprovecha el entorno que su rival poco a poco destruye en persecución, y una vez llegado al quinto piso, se sitúa en el borde. El gorila arremete con fuerza, pero un escudo de espinas en forma de cúpula protege a Iván, quien se rodea de pétalos a su alrededor. Ricardo, se echa hacia atrás para tomar carrera y volver a chocar nuevamente, Iván se juega la vida y salta del edificio.
Con una mano disparando su enredadera, falla al intentar amarrarla. Con la otra haciendo lo mismo, logra finalmente engancharse y balancearse. El gorila intenta atraparlo, pero cae hasta su muerte. No todo iba a ser tan fácil y él lo sabía. El balanceo continúa hasta el muro de enfrente. Su muerte parecía próxima, invoca el escudo nuevamente. La bola de espinas choca contra el muro y rebota varios metros. El evento le causa hemorragias internas y costillas rotas, pero los pétalos absorben suficiente impacto como para sobrevivir unas horas. Se dirige a su rival para el cometido. A la par que se deshace el cadáver, él se siente más vivo y nota que dicho acto de absorber, otorga una regeneración momentánea.
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