Un hombre de cuarenta y cinco años de edad, barba ligeramente recortada, cabello castaño oscuro, piel clara, tatuajes, alto, de buen perfil, así se podía describir a aquel dentista, mientras que la anestesia no le dejaba recordar a la paciente, el por qué él se le hacía tan familiar, la mujer de ascendencia alemana, reposada con soltura, sólo puede sonreír aturdida tras terminar la sesión, él la reconoció desde el inicio y le dejó una tarjeta con su nombre, llamó a su asistente para que la mujer se retirara con cuidado, sus gemelos adolescentes la esperaban para llevarla a casa en automóvil.
Al día siguiente, la mujer revisaba la ropa antes de ponerla a lavar, dejando caer sin querer, la tarjera que el dentista le dio, como le llamó la atención, la da vuelta y lee el nombre con mayor detenimiento, asocia la cara de su recuerdo, junto al escrito en el cartón, —"César Rodríguez... César Rodríguez, César... ¡César! claro, ya me acuerdo, era mi mejor amigo"— pensó la mujer. Decidió llamar más tarde a su viejo amigo de la infancia, de quien se había distanciado hacía diecinueve años.
El hombre estaba sentado en seiza, con las rodillas juntas y las nalgas apoyadas sobre sus talones. Sostenía una de sus katanas con ambas manos, mientras con cuidado limpiaba la hoja con una tela blanca. Parecía sumido en sus pensamientos, concentrado en la tarea a mano y en la belleza de su espada. Vibra su celular en modo silencio, le gustaba mantener el foco en aquella actividad por respeto a la disciplina y sus raíces maternas, el número era desconocido, por la posible urgencia de dicha llamada, decide postergar la limpieza, apartando con gentileza la katana con ambas manos como si se la ofreciera al paño de seda roja que yacía doblada en la mesa al lado del soporte, y atiende:
—Buenos días, doctor Rodríguez ¿con quién tengo el gusto?— dice profesionalmente en total serenidad.
—¿César? soy yo, Emma, ayer me diste tu tarjeta, mil disculpas que no te reconocí—, respondió con una tonalidad clara y concisa.
—Irina, a los años de no recibirte un mensaje—, Emma se sorprende al escuchar su nombre completo en boca de César, pero decide dejarlo pasar.
—sí, han pasado muchos años desde que nos vimos por última vez. Me alegra que me hayas reconocido—, dice Emma con una sonrisa en su voz.
—Por supuesto, Emma. No cambiaste demasiado—, responde César con una calidez en su tono.
Emma siente un escalofrío en su piel al escuchar esas palabras. Aunque ella no lo recuerde bien, sabe que César y ella compartieron algo especial en el pasado, algo que nunca se atrevió a explorar por miedo a las consecuencias.
—me preguntaba si podríamos vernos esta tarde. Me gustaría ponernos al día en persona, en vez de por teléfono—, dice Emma, sin revelar demasiado.
—¡Por supuesto! ¿Te parece bien si nos encontramos en el café que está cerca de mi consultorio a las tres de la tarde?—, responde César, sin demostrar su entusiasmo.
Emma acepta y cuelga el teléfono, sintiendo una mezcla de emociones. Por un lado, está nerviosa por hablar con César después de tanto tiempo. Pero por otro lado, siente una extraña emoción en su estómago, una emoción que no había sentido con tal intensidad en años. Alegremente selecciona sus mejores prendas para la ocasión al ritmo de la música popular en su lista de reproducción, decide asearse y maquillarse, ponerse sutilmente coqueta.
Llegado el momento al paso de las horas, los nervios de acero de César, le daban un aspecto impacible pese a la ansiedad que le generaba el reencuentro con Emma, él estaba sentado del lado de una vidriera, a su derecha pasaba ella desde la acera, sin reconocer la espalda del hombre, ella vió su rostro al ingresar, y ahí fue cuando él la notó a ella, haciéndole un gesto de saludarla con una sonrisa amigable, ella devolvió una mueca con rubor y asentiendo la cabeza ligeramente, dirigiéndose hasta la mesa.
—Donde vayas, la elegancia te hace hincapié—, Emma sintió un cosquilleo en el estómago al escuchar el comentario de César.
—gracias, César, es muy amable de tu parte, tan formal—, respondió con una sonrisa tímida, sintiéndose abrumada y emocionada por la situación.
Mientras hablaban, la gente comenzó a correr afuera del café, y Emma notó conmoción en la calle.
—¿Pero qué está pasando?— comentó ella con preocupación, César dirigió de frente su mirada hacia la gente que tropezaba.
En ese momento, recibió una llamada de uno de sus gemelos, Alexander, quien estaba preocupado por el bienestar de su madre:
—Mamá, ¿estás bien? hay un tiroteo cerca, tenemos que irnos ya mismo—, dijo con urgencia, Emma sintió un trago amargo atravesando su pecho, la piel helada del susto.
Emma comentó lo sucedido, se despidió rápidamente de César, pero él la detuvo con preocupación diciéndole que le acompañaba a la salida, una vez fuera del café, vieron una escena de terror. La gente se lanzaba al suelo tratando de ponerse a salvo, mientras los gemelos la esperaban en el coche estacionado en la vereda de enfrente, el tráfico no daba abasto.
Justo en ese momento, Mathias, el otro gemelo, le envió un mensaje para avisarle que estaban allí, Alexander hizo señas desde la ventanilla. Emma corrió hacia el coche, pero antes de que pudieran escapar, los tres criminales armados se acercaron y comenzaron disparando indiscriminadamente, en un instante, Emma fue brutalmente asesinada de dos disparos en la frente, junto a varios peatones acribillados, hubieron algunos heridos. Los gemelos quedaron traumatizados por la experiencia, mientras que César, que estaba al lado, vio el rostro del terrorista quien le disparó a su amiga, quien se alejaba con una luz púrpura, quedó impactado y en shock, con la cara salpicada de sangre. La elegancia, la belleza de Emma, fueron apagadas de manera trágica y violenta, César padeció entonces una sensación de impotencia cargada de mucho dolor al verla partir de esa manera, Alex escapó del vehículo, entre lágrimas y gritos, corrió hasta el cuerpo de su madre dejando la puerta abierta con la llave en el motor, Mathias se mantuvo golpeándose la cabeza con las manos, el sudor frío les recorría el cuerpo a cada uno, el aroma a pólvora y sangre le quedaría en las manos por días tras abrazar a su madre, los tres ese día, dentro de su ser, juraron venganza en contra de los "superhumanos".
Sintiendo cierto pesar, César se recompuso por un instante, priorizó la seguridad de quien en otra circunstancia podría haber sido su ahijado, insistió con fuerza en apartar a aquel adolescente con el rostro rojo de tales gritos desgarradores, cubierto en un mar de lágrimas y mucosidad, le costó un tiempo pero logró arrastrarlo hasta el coche, sentándolo y poniéndole el cinturón de seguridad como pasajero, abofeteó un par de veces a Mathias hasta que entrara en sí y le pidió por favor que conduciese, el gemelo extrañado le pregunta por qué no manejaba él, rápidamente contestó que no se le permitía conducir, sin más que titubiar, Mathias cambió de asiento al del conductor, César se sentó de copiloto y partieron hasta el hogar de los gemelos, le costaba al hombre ver su reflejo dentro del coche, en el parabrisas, la ventana y el retrovisor parecía que el sol no paraba de reflejarle con cierta gracia.
Una vez dentro de la casa, el dentista observó las antigüas pertenencias de Emma Müller, la nostalgia golpeaba duramente su pecho, la angustia quebraba su alma, se sentaron los tres en la mesa a tomar un poco de alcohol, entre lágrimas y mucho dolor.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 20 Episodes
Comments