En el jardín, donde el emperador desayunaba junto a la emperatriz y el príncipe, pronto vieron acercarse a la reina Maribel con la princesa en brazos. La niña tenía los ojos hinchados y la nariz roja. Al verla, Maximus preguntó:
—Buenos días, reina Maribel. ¿Qué le sucede a la princesa?
—Buenos días, majestades, alteza —respondió ella, inclinándose—. No es mi intención interrumpir su desayuno, pero ocurrió un hecho gravísimo.
La emperatriz la miró con indiferencia, pero el emperador insistió:
—¿Qué sucede?
—La doncella de la princesa parece haber perdido la cabeza esta mañana. Se atrevió a golpear a nuestra hija, la arrastró de los cabellos hasta hacerla caer de la cama. Si yo no hubiera llegado a tiempo, quién sabe qué más podría haberle hecho.
El emperador observó el rostro de la niña, que se acurrucaba temerosa en el hombro de su madre. Pero antes de que pudiera decir algo, la emperatriz intervino:
—Que traigan a la sirvienta. Yo misma seleccioné al personal encargado de los niños y no creo que la doncella haya actuado de forma tan severa sin un motivo...
—¿Motivo? —interrumpió Maribel, alzando la voz—. ¿Está diciendo que cualquier persona puede venir a levantarle la mano a los hijos de su majestad? Me encantaría saber qué haría la emperatriz si esto le hubiera sucedido al príncipe. ¿También pensaría que él merecía semejante correctivo?
La emperatriz la miró con odio, y antes de que comenzaran a discutir, el emperador ordenó con firmeza:
—¡Suficiente las dos! La reina tiene razón: nadie tiene permitido levantar la mano a mis hijos. Si yo, que soy su padre y su emperador, no los golpeo ni los lastimo, nadie más tiene ese derecho.
Maribel sonrió satisfecha mientras Marcus añadió:
—Guardias, denle treinta azotes a la doncella y córtenle una mano.
—Majestad, creo que está siendo algo excesivo con el castigo —protestó la emperatriz, aún reacia a ceder ante Maribel.
Pero el emperador contestó de manera frívola:
—Es lo menos que merece.
La reina sonrió más ampliamente y dijo:
—Gracias, majestad. Nos retiramos...
—Siéntense a desayunar con nosotros —propuso Maximus, antes de que se marcharan—. Me gustaría saber cómo van los estudios de la princesa.
La reina, entusiasmada porque el emperador rara vez mostraba interés por su hija, tomó asiento con la niña entre ambos y respondió:
—Muy bien. Ya está avanzando en sus clases de etiqueta y...
—A su edad ya debería saber comportarse —interrumpió la emperatriz con desdén.
Leonor, mostrando gran compostura, tomó una servilleta, la colocó sobre su falda, esperó que le sirvieran té y lo bebió con delicadeza. Su postura era perfecta, su agarre refinado: toda una señorita. Esto sorprendió tanto a la reina como al emperador, mientras que el príncipe, que era un año mayor, jugaba con su comida, ensuciándose la ropa.
La reina, con una sonrisa burlona, miró al príncipe y luego a la emperatriz antes de comentar:
—Lleva apenas tres clases de etiqueta y ya sabe comportarse mejor que otros niños de su edad.
Maximus, observando que la niña permanecía callada, le preguntó:
—Cuéntame, Leonor, ¿cómo te va en tus clases de historia?
Leonor dejó su taza y, sonriendo inocentemente, respondió:
—Muy bien, majestad.
El emperador frunció el ceño.
—Leonor, soy tu padre. Puedes llamarme así...
—No es correcto, majestad. Mi profesora de etiqueta dice que a la realeza debe tratársele siempre por su título —dijo con seriedad.
Maximus sonrió y aclaró:
—Eso está bien en público, pero en privado puedes llamarme padre...
—Entiendo, majestad.
Maribel, notando la incomodidad de su esposo, intervino:
—Es mejor así. Aún está aprendiendo y podría confundirse.
El emperador asintió y, dirigiendo su mirada a su hijo, observó el desastre que hacía al comer. Llamando su atención, señaló:
—Tal vez la misma maestra podría enseñarle al príncipe también, puesto que cada vez sus modales empeoran.
La emperatriz frunció el rostro, pero no replicó.
La reina, sonriente, añadió:
—Luego le pediré a la maestra que pase por su despacho, majestad.
De pronto, Leonor miró al emperador y dijo:
—Majestad...
Maximus la miró atento, y la niña continuó:
—Me gustaría entrenar junto con el príncipe. Hoy me sentí muy débil ante la agresión de la sirvienta y... —las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos— no quiero que eso vuelva a pasar. Tal vez la próxima vez nadie esté para ayudarme, y quiero saber cómo defenderme sola.
Los tres adultos la observaron con diferentes expresiones: Maribel la miró con pena, la emperatriz con disgusto y el emperador, sorprendido.
Tras un momento de silencio, Maximus respondió:
—Tal vez no sea conveniente. Las artes de defensa y el manejo de la espada son cosas reservadas para los hombres...
La reina intervino con firmeza:
—Pues a mí me parece correcto. Si bien no es común que una princesa porte una espada, podría serle beneficioso en el futuro.
—¿Eso cree? Muy bien, buscaré a alguien calificado para enseñarle a la princesa —aceptó finalmente el emperador.
La emperatriz, indignada, protestó:
—Majestad, con reforzar su guardia sería suficiente. No es correcto que una princesa aprenda el dominio de la espada. Eso sería poco femenino y...
—Y si la princesa quiere practicar, la dejaré —interrumpió el emperador—. Nunca sabemos cuándo puede estallar una guerra. Es bueno que ambos hijos sepan defenderse.
Leonor sonrió, limpiándose las lágrimas, y dijo:
—Gracias, majestad. Mami, ¿podemos ir a la biblioteca? Quiero leer un poco.
Maximus la miró con cierta tristeza: la niña hablaba con cariño a su madre, pero lo trataba a él con fría distancia. Aun así, no dijo nada. La reina sonrió, acarició la cabeza de su hija y respondió:
—Claro, cariño. Majestad, nos retiramos. Muchas gracias por la invitación y por todo.
Madre e hija se levantaron, se inclinaron respetuosamente y se despidieron, dejando a los emperadores enojados por diferentes razones: una, porque su mañana había sido arruinada; el otro, porque sentía que su hija ya no lo miraba con el mismo amor de antes.
Sin más, los tres continuaron desayunando en silencio y, al terminar, cada uno siguió con sus respectivas actividades.
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Comments
Atenea
Hay la emperatriz es una bruja, maldita arpia en esta vida espero sufra lo mismo que Leonor.
Gracias querida autora por regresar y hacernos vivir tan bellas aventuras
2025-05-05
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Madelein 😍
pobre mujer la verdad solo conformarse con tan poco
2025-05-05
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Madelein 😍
si nunca le distes amor
2025-05-05
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