Capítulo XVII

La luz de la luna radiaba en la oscuridad de la noche. Nicolás salió del antiguo despacho de Edwards. Era otra noche que se había dedicado a beber.

Subió las escaleras y se detuvo de nuevo en la puerta, de la habitación de Helena.

—Ama de llaves—¿Señor Nicolás, necesita algo?

El ama de llaves miraba escrupulosamente, hacia donde Nicolás.

—Nicolás—No.

—Ama de llaves—Aunque el señor Edwards ya no esté con nosotros, la señora Helena sigue siendo la mujer de su hermano. No lo olvide.

Nicolás levantó la vista hasta aquella horripilante mujer. Le dedicó una mueca de desagrado y continuo su camino hasta su habitación, estando ahí se derrumbó sobre su cama.

Nicolás siempre detestó a ese horrible mujer. Ella siempre había tratado con favoritismo a su hermano, Edwards Cox.

Soltó un suspiró largo recordando a Edwards, a pesar de que no eran unidos, lo extrañaba, ya que era su única familia.

Cuando Nicolás nació, su hermano Edwards tenía la edad de catorce años. Sí, había sido un hijo no planeado, por el matrimonio Cox.

Él había crecido rodeado de niñeras y servidumbre. A la edad de los diez años, su padre Edwards Cox, falleció. Para Nicolás no había sido duro, ya que nunca había creado un lazo con él, meses después fue llevado a un internado, donde vivió hasta los diez y nueve años, que fue la edad en la que su madre, Lucía Cox murió.

A pesar de que Lucía Cox no fue una madre cariñosa para Nicolás, se encargó de no dejarlo desamparado y al morir, Nicolás heredero el cincuenta y cincó % de las acciones de la compañía Cox.

La vida de Edwards fue una historia distinta, él había crecido como un niño mimado, había crecido lleno de atención, no había algo que a él se le negara. Creció siendo un hombre ambicioso, soberbio y machista, siempre con la única idea de que él, lo merecía todo.

Al fallecer Lucía Cox, Edwards había recibido la mayor parte de la herencia de la familia, por ser el primogénito, pero para su desgracia, Lucía solo le había dejado un pequeño porcentaje de la compañía Cox. Lo que enfureció más al hermano mayor, de los Cox.

Helena conducía su auto hasta la casa de maría. Buscaba la manera de distraerse y evitar a toda costa, toparse con Nicolás en la mansión Cox.

—María—Helena.

Maria se quedó parada en el marco de la puerta principal, se limpiaba las manos con el delantal que llevaba puesto.

—Helena—Maria, espero no ser inoportuna.

María sonrío.

—María—Tú nunca lo eres. Pasa, acompáñanos a cenar.

Helan entró a la casa, con una sonrisa.

—Teresa—Señora Helena.

Teresa caminó hasta los brazos de Helena.

—Helena—Hola, Teresa.

—María—Cada día está mejor, las terapias le han servido de mucho.

Helena la tomó de la barbilla con delicadeza y la miró a los ojos. Teresa ya no tenía ese brillo de la inocencia, su mirada estaba apagada y Helena quiso quebrarse de nuevo.

—María—Ve un momento a tu habitación, Teresa.

Teresa cerró la puerta de su habitación, después de entrar.

—Helena—María, yo...

—María—Ya hablamos de esto Helena. Lo que le paso a mi niña no fue tu culpa.

—Helena—Aun así no puedo dejar de sentirme culpable.

—María—No lo hagas, Teresa te quiere mucho, para ella eres su salvadora.

María acomodó tres platos sobre la mesa.

—María—Cuéntame, como van las cosas en la mansión. ¿El señor Nicolás te ha dado guerra?.

Helena dejó el bolso sobre la mesa y se dispuso a ayudar a María a servir la cena.

—Helena—Se ha vuelto más insoportable que antes.

—María—Aún no logro entender, por qué su cambio fue tan radical contigo.

—Helena—Tampoco yo.

María se detuvo un momento, pensando.

—María—Crees que tu difunto esposo, tuvo que ver en eso.

—Helena—Tal vez. A estas alturas podía esperar cualquier cosa de Edwards. Aun así ya no importa si Nicolás me odia.

María la vio dudosa; sin embargo, ya no quiso continuar con el tema de Nicolás.

—María—Helena, esta mañana estuvo aquí el detective, Davis.

María obtuvo toda la atención de Helena.

—María—Hizo algunas preguntas.

—Helena—¿Cuáles?.

—María—Eran absurdas, así que no les di importancia.

Helena asintió.

—Helena—El detective tiene el anillo que Edwards le regalo a Judith hace años.

María se sentó en una de las sillas.

—María—Esa maldita mujer, solo trajo más desgracias en tu matrimonio. Pero todo en esta vida se paga y ella terminó cavando su propia tumba.

—Helena—Preferiría no hablar del tema, María.

Hacerlo era abrir otra de sus heridas.

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Comments

Miriam Aponte

Miriam Aponte

voy hacer un comentario fuerte si se quiere leo bastante y de diferente escritoras pero hay algo en lo que no estoy de acuerdo es que siendo mujeres denigren tanto a la protagonista no le dan su justo valor como ser humano que somos enseguida la ponen revolcándose con cualquiera sin salir de un luto o de un divorcio de cualguier situación deberian darle su justo valor a las mujeres que valemos y mucho y mis respetos para todas las escritoras le respeto su trabajo pero no estoy de acuerdo cuando denigran a la mujer" protagonista"

2024-03-24

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Lesly Argumelo

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vieja chismosa

2024-04-21

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ay digan que paso

2024-03-24

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