Once
El y los demás vieron desaparecer ese peso muerto que habían estado arrastrando. Lo que no les agrado a sus ojos es que la inmortal también lo hiciera. Mientras habían caminado con el enfermo, ella rondaba cerca, podían tener su presencia por largas horas.
Caminaron dos días más para alcanzar el poblado de donde habían partido, llegando al atardecer.
No entraron, esperaron por ella para que los reuniera con su amigo.
Ciertamente a él y a los otros dos, no les importaba su estado, solo pensaba en seguirla dónde fuera y servirle.
Era como si el chip de sus mentes registrarse una única orden, que les hacía moverse. Esperaron unas pocas horas para el anochecer a que ella fuera a recogerles, ansiosos por mirar su persona, por lo que estaban sedientos.
En estos dos días la mujer no había vuelto a ellos, así que se sentían abandonados. Se revolvió sobre su maleta, estirando los pies.
Veintidós se paraba y se sentaba, luego daba algunos pasos en línea recta y volví a comenzar. Esa personalidad extrovertida no le dejaba estar quieto, aunque los tres sentían lo mismo.
Miro a treinta y tres quién estaba quieto, sentado, abrazándose las piernas y con un dedo haciendo círculos sobre la tierra.
Los dejo ser, volvió la vista al blanco poblado colocado a las orillas del mar. Unas lejanas palabras volvieron, era un par de viejos aldeanos que les aconsejaban no adentrarse a las montañas porque podían atraer desgracia sobre sus cabezas.
Unos pocos cuentos que les contaron mientras se surtían de más cosas para el camping. Olvidó aquello y no volvío a recordarlo ni siquiera cuando la miro por primera vez, con una belleza más allá del límite de la cordura. En ese instante lo hacía porque miraba el pueblo, porque volvía.
- Vayamonos - Una voz surgió entre los árboles.
Los tres se levantaron de inmediato, tomaron sus cosas y esperaron a que ella caminara. La oscuridad apenas si le dejó ver el contorno de una silueta curvilínea, qué bajo la luna adquiría un tinte extremadamente seductor.
Acompañados de unos ojos que semejaban negruras pero luego te dabas cuenta que había otro color nadando dentro, que si la mirabas demasiado ya no querías dejar la contemplación, y entonces solo podías decir si a todo lo que esa boca formase.
Los tres siguieron como entes, tras la sombra que fue adentrándose a ese poblado costero lleno de blancura por doquier.
Entonces se dio cuenta que ella había trenzado su larga melena para esconder sus despampanante cabellera. No le gustó ese peinado, quiso ir a desbaratarlo, porque sintió que le quitaba cierto toque.
Siguieron caminando entre las calles empedradas mientras las últimas personas cerraban sus puertas y se apresuraban a dormir para despertar de nuevo con el sol.
De vez en cuando se topaban con un par de jóvenes rezagados que parecían haberse demorado en otro lugar, no le agradaba que se quedaran mirando a su señora de forma embobada.
Quería ir a darles un puntapié en la espinilla o decirles que estaban soñando, que si no se apresuraban a largarse a su casa solo morirían de forma sangrienta.
Ella se detuvo frente a una puerta de madera y unos golpes con el aro de metal que servía como timbre. Unos momentos después se abrió. Ella se hizo un lado y los dejó pasar pero no hizo ademán de entrar.
- Mi señora, ¿no va a entrar? - Era extraño.
- No hace falta - Esperaré por ustedes.
Entró con renuencia ese hogar junto con sus amigos. Por primera vez en su vida, sintió que no estaba en el lugar indicado, que las paredes estaban demasiado cerca.
Necesitaba espacio para respirar, si su señora hubiese entrado estaría contento de tener esas paredes encima por qué significaba que ella estaría un tanto más cerca. La familia le ofreció comida, los niños solos miraron y luego preguntaron.
- Madre ¿porque se ven tan pálidos? - Los niños no habían visto a su señora.
- Es porque no comen bien ni duermen, así que vayan a dormir para que sigan creciendo -.
Les indicaron sus lugares para dormir y les dieron raciones lo suficientemente grandes de comida y bebida para según quitarles lo flacuchos.
Se turnaron para asearse por medio de un juego de piedra, papel y tijera, ya que no sé decidían quién primero pasaría.
Apenas terminó su baño aprovecho para alejarse un poco y asomarse sobre la ventana.
- Mi señora - Susurro a la brisa fresca que le traía el mar.
En este momento Veintidós estaba bañándose y treinta y tres acompañando a Tony. Estaba solo en ese espacio así que aprovecho para poder tener su atención.
- ¿Me extrañas? - No me he ido, puedo escucharte si me llamas - La voz entro lentamente.
Luego su sombra apareció junto a la ventana. Ella acarició su cuello de forma lenta y sacó los colmillos, se inclino para dejar que tomara lo que quisiera.
Su corazón latió jubiloso por semejante premio. No quería que parara, el éxtasis ser abrumador y solo deseaba más.
Abrió un poco los ojos que había cerrado para disfrutar, a lo lejos vio desaparecer el borde de una falda. ¿Los habían visto? No, era muy noche para un que un habitante estuviera fuera de la casa.
Volvió a cerrar los ojos y disfruto cada microsegundo al lado de la inmortal que se había prometido seguir.
Volvió a abrir los ojos, ya era de día, estaba solo y en la cama.
Esa mañana fue su turno de ver al líder. El doctor les dijo que había pescado una extraña enfermedad de las montañas, era tan parecida a la fiebre pero feroz. No tenía la medicina adecuada para recetarle, pues las que usaba no causaban efecto alguno para la resistencia.
¿Cómo era posible? Había sido un simple remojo en el agua. Les distrajo el comentario de la señora de la casa.
- Doctor, recetes algunas vitaminas a los muchachos, se ve que la han pasado mal dentro de las montañas, se ve que hasta los mosquitos les han atacado ferozmente en los brazos y cuello -.
El doctor tenía una mirada suspicaz que no le agradaba para nada.
- Estamos bien, con suficiente comida podremos reponernos - Dijo quitándole importancia, para que ese doctor no se atreviera a hondar más.
Salió fuera con sus amigos, cuando estuvo seguro de que no había nadie cerca, hablo.
- Cubran sus brazos y cuello, no dejemos que nadie se atreva a inmiscuirse en nuestros asuntos, no deben alejarnos de nuestra señora - Eso sería preocupante.
- ¿Crees que debamos marcharnos? - La duda resonó.
- Mi señora no se irá sin él - Aseguró con certeza absoluta.
Aunque estaban celosos, no les quedaba más que ayudar.
Sin saberlo por el pueblo se extendió un secreto a voces, los que lograron ver a esos jóvenes, asintieron quedamente, temerosos de ser escuchados en alto.
El pueblo no permitiría que los chicos murieron a causa de ese depredador mortífero, aún estaban a tiempo, sus salidas al sol confirmaban que aún se les podía salvar.
Teorizaron que había solo uno, salido de las profundas e inhóspitas montañas, donde los humanos raras veces se adentraban, a menos que fueran jóvenes y aventureros.
Los valientes empezaron a afilar sus armas hasta dejarlas con un filo capaz de cortar un cabello.
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Comments
One Chan
🧐😵💫 chicos estoy trabajando arduamente en la correción y mejoramiento de los siguientes capítulos
2022-12-31
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