Esos humanos eran unos inútiles, ni siquiera podían cuidar bien de su amigo. Solo tenían que estar pendientes unas horas, algo tan sencillo y fácil. No había pedido nada tan complicado.
Comenzó a cavilar la forma de matarlos para hacerles sentir tan mal como estaba mango.
Empujó ese pensamiento lejos antes de aventarse a ellos y clavarles los colmillos sin consideración. Dejó salir solo su enojó en forma de palabras.
- ¿Son tan estúpidos para dejarlo en el agua? Ustedes quieren acabar con la paciencia que no tengo, he sido amable en todo este tiempo y ¿así me pagan? -.
Ellos temblaban como hojas al viento, sin nada que decir. Once negó energéticamente, mientras daba un codazo a su amigo para que mostrara estar de acuerdo.
Volvió su vista hacia el frágil y enfermo humano. No podía dejar que se quedará. Tampoco podía llevarlo hasta el poblado más cercano, si es que había, sin dejarlo largas horas solo bajo el sol, al asecho de los carnívoros salvajes.
Aunque le enojaba tenía que apoyarse de esos humanos inútiles.
- Saquemos a mango de aquí -.
- ¿A dónde? - Once siempre era quién estaba al pendiente.
- Lo llevaremos al poblado más próximo - Ambos la miraron sorprendidos.
- Pero mi señora, eso podría ser . . . peligroso -.
- No importa, su vida es valiosa para mí - Refutó.
Miro a manco sin tocarlo. No lo iba a dejar morirsé si había una mínima posibilidad. No por algo era un ser sobrenatural . . . con ciertas limitaciones.
- Cómo diga mi señora - Una voz respondió por todos.
- Recojan sus cosas, saldrán en la madrugada, no quiero que se me demoren -.
Ellos salieron de la tienda. Se quedó velando el sueño de mango, que de vez en cuando se removía en su saco de dormir; aplastaba su brazo, gemía, maldecía o pedía que no se marchara.
La noche se fue difuminando, preparando la llegada del amanecer. Antes de que el sol intentara salir, los tres se presentaron ante ella.
Les ayudo con los últimos detalles: preparar a mango.
- Sigan adelante, seguiré tras ustedes - Fueron sus últimas palabras antes de huir del sol.
Ellos ya estaban empaquetando todas sus cosas sin decir nada pero lanzándose mirada.
Al despertar se marchó a cazar algunos jugosos animales y de ahí marchó a alcanzarlos. El rastro de sus aromas era fuerte e inconfundible mezclado con un toque del suyo.
Cuándo dio con los cuatro, se apareció frente al que llevaba a mango. El chico se lo dejó, inhalando algunas bocanadas de aire.
- Continuaremos un poco más - Era hora de su relevo.
Ahora fue ella quién colocó a su espalda al enfermo, mientras los humanos se guiaban de alguna forma hacia el camino que creían que los llevaría el poblado.
Cada tanto los protegía del peligro qué asechaba en aquella espesa oscuridad, de la cual resaltaba las lámparas con su potente haz de luz.
Las altas cordilleras los hacía lentos, los anchos ríos les dejaban empapados, los profundos abismos les hacía ir con precaución. La medianoche les alcanzó.
- Descansemos aquí, vayan a dormir, será mejor que se reponga n bien -.
De eso dependía la supervivencia de su amigo. Pero esa marcha tan lenta le estaba torturando. Caminar como tortuga ya no era parte de su ser.
Uno de ellos se acercó, era treinta y tres.
- Mi señora, ¿necesita alimento? - El chico estaba nervioso.
- Dejémoslo para después, no es momento para eso - Pronunció con desdén.
El chico se alejó cabizbajo, desilusionado. Los animales habían sido sus sustitutos.
Los días pasaban lentamente para su desesperación. El tercer día dejó al enfermo al lado de sus amigos, descansando. Y se fue a conseguir sangre, a su regreso treinta y tres estaba afuera de la tienda esperándola.
- ¿Qué pasa? - Pregunto pensando que algo había ocurrido, sin embargo, a sus oídos no llegaba conmoción alguna, más que el de los grillos y uno que otro ruido de la fauna salvaje.
- Nada mi señora, yo . . . usted. . . puede beber mi sangre - Tenía impregnado el anhelo.
Así que era eso. Tomó su muñeca y deslizo su pulgar para resaltar la vena.
- ¿Estás seguro? ¿cómo vas a caminar si te sientes débil? h Cuestionó su pedido.
- Podré . . .saber que le soy necesario me da fuerzas - Sonó decidido y convincente.
- Será un poco, ya que te presentas hacía mi. Puedo ser amable si se comportan -.
Atrajo la muñeca a sus labios y mordió. Nunca dejaría de opinar que la sangre humana era la mejor. Empujó el brazo con rapidez. No era bueno dejarse llevar por ahora.
- Dime treinta y tres y, ¿cuánto tiempo los llevo alcanzar el profundo bosque? -.
- Más de una semana, la caminata era ligeramente más rápida - Informó.
Claro que sí, con un grupo de humanos sanos y lleno de vida, habían estado ansioso por continuar.
Retrocedió con la oscuridad sin decir más, tenía que encontrar un lugar más adelante para protegerse del sol, ya que regresar al agua estaba quedando lejano para seguir regresando.
Al rato de seguir explorando alcanzó una parte seca, carente de vida y con aire lúgubre, el lugar era perfecto para su "descanso".
El viaje continúo por varios días más, entre largas caminatas, pequeñas donaciones de sangre, periodos de lucidez del enfermo, sueño con llamadas hacia alguien.
A los dos días de caminata humana hacia el poblado, pudo divisar al fin un cúmulo de luces, ubicado a unos pasos del mar.
Se encontraba en una de las montañas más altas y próximas, mirando decenas de estructuras blancas, muy juntas unas de otras.
Bajo a investigar junto a la sombra de las construcciones. Había suficiente comida para tomar aquí. Aquel otro ser dentro de ella hizo brillar sus ojos.
No había venido por eso. Regreso por el enfermo.
- El pueblo está cerca, lo llevaré primero, ustedes alcancenlo con calma, después les diré dónde lo he dejado - El enfermo tenía prioridad, no quería que su vida dependiera de horas.
- Sí mi señora - Respondieron al unísono y volvieron a descansar.
Tomó el enfermo y casi a punto de amanecer llegó al poblado nuevamente.
Camino entre las empedradas calles, llena de farolas con aspecto desgastado. El humano con el que se topo se sobresalto, era tan viejo que sintió su corazón detenerse al instante.
Un nuevo problema con el que lidiar. Lo acomodó en el primer banco que encontró arrastrandolo como un muñeco de trapo. Ni siquiera había podido pronunciar palabra alguna y el hombre se había puesto más blanco que un papel y después llevado la mano al pecho, para caer frente a sus pies.
Siguió caminando con mango a cuestas, apresurada por encontrar un nuevo humano. Se topó con una mujer que cargaba una cubeta llena de masa. La humana palideció.
- Llévame con el doctor o lo que sea que haya en este lugar - Ordenó con voz hipnótica no dejándole reaccionar más de la cuenta.
La mujer se relajo mientras sus ojos pusieron una expresión vacía.
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