Había estado intentando buscar más inmortales para sondearlos y saber si sabían quién era pero no hubo suerte. Era como si toda aquella región estuviera vacía, salvó por ella misma.
¿Acaso son tan escasos los vampiros? ¿No debío haber matado tan rápido a esa rubia loca? Resopló, mientras balanceaba los pies sobre el borde del acantilado.
Su blanca piel resaltó en la oscuridad como la luz, para atraer a los incautos; cómo lo haría una polilla hacia la luz, sin saber que podía morir.
Iría una vez más tan lejos como pudiera, volviendo a desafiar la ventaja tus de felicidad. Su garganta quemó. Tomaria unos tragos de sangre de esas apetitosos bolsas de sangre andante, que tenía su disposición.
Se impulsó y salto a la rama de un árbol, que por su fuerza descontrolada se rompió. Muchas veces olvidaba que tenía que medirse, que todo era frágil ante su fuerza, incluso las fuertes y macizas rocas.
Se acordó del Bello humano qué cargo cómo un saco. Ante él, tenía que medir cada gesto. Siguió saltando de árbol en árbol, divirtiéndose con lo que hacía, quebranto montones de ramas.
Su largo cabello negro flotaba trás ella, y enmarcando su encantador rostro, al igual que lo hacía la falta de su vestido.
Un aroma desconocido le desvío de su camino hacia el campamento. ¿Qué hacía el bello humano apartado de sus amigos, durante la noche?
Se fue acercando, esta vez, controlando su fuerza para no hacer estruendo escandaloso, según sus oídos y ruido, según los oídos humanos.
Otro fuerte aroma golpeó su delicada nariz. Era un aroma desagradable, de alguien que nunca se bañaba. Cayó al pie de un árbol, molesta.
Las hienas se levantaron y dejaron su vigilancia para acercarse a ella.
Rl bello humano estaba sobre una rama inmóvil, otro vistazo y se percató de que dormía. ¿Qué no le preocupaba caer? Lo dejo para después, primero lidiaria con esos tontos animales.
Volvió la vista hacia ellos, que no retrocedieron. Se creían muy valientes para enfrentarla. Las hienas rieron, causando que le dieran ganas de acallar sus garganta de un manotazo.
Una se lanzo hacia ella, seguida de las otras. Lanzó un golpe que dejó a la primera estampada de un árbol que luego cayó y se quebró, dejando enterrado al animal, otra cayó sobre la tierra y la tercera sobre una planta de grandes hojas.
Volvieron como si nada, corrieron y tomó una de las patas y golpeó su cabeza con la otra mano, asesinandola.
La última al fin se dio cuenta que no era rival, que solo tenía aspecto de humano. Retrocedió y huyó.
No lo siguió, le perdonaría la vida porque el bello humano aún vivía.
Salto hacia el árbol del durmiente con precaución, impregnato la ligereza de una pluma y la belleza de un cisne a sus movimientos. Dibujo una media sonrisa, pues el humano tenía bien abierto los ojos pero semejaba más la mirada de un ciego temeroso.
- Soy yo, no tienes que preocuparte por las hienas - Susurro.
- Yo. . . Auch - Al intentar moverse algo le causó dolor.
- ¿Qué pasa? ¿Te hirieron? - No se veía rastro alguno de la herida física.
- No es eso, es mi brazo, parece que vuelvo al principio . . . gracias - La observó y luego desvío sus ojos.
Su rostro enrojeció, ¿que pasaba? Estaba sentada en la rama, a su lado.
- ¿Qué te trae por acá, no andabas de paseo? - Pareció querer desviar la atención.
- Sí, vine a ver a los chicos antes de irme -.
- Ah, claro - No dijo más, su rostro se ensombreció.
Este humano resaltaba mucho dos emociones; el deseo y la molestia o desagrado. ¿Qué podía hacer ella? ¿volverse vegetariana? Jaja, eso no estaba a discusión. Miro bajo el árbol y luego volvió la vista hacia el chico.
- ¿Te ayudo? - Había extendido una mano que él miro un instante.
- No, puedo hacerlo solo - Soltó con rotundidad.
- O. K, bien - Se deslizo al suelo y espero a que bajara.
Eso era orgullo, ese brazo debía doler, sus microexpresiones se lo demostraban, era algo que no podía pasar por alto, debido a su aguda vista. El buscaba la forma de descender como una cría dando sus primeros pasos tambaleantes.
Puso una sonrisa en la oscuridad, una sonrisa torcida en dónde estiro sus labios hasta mostrar su blanca dentadura. Le causó gracia ese orgullo. Volvió acercarse al árbol y estiró los brazos hacia el humano.
- ¿Qué pasa? - Pregunto el joven sorprendido.
- Déjate caer, te atraparé aquí abajo -.
Él se sonrojo y nego, se aferró aún más al tronco del árbol a pesar del dolor.
- Soy un chico, puedo hacerlo, tú eres . . . -.
¿Acaso iba a decir demasiado frágil a una chica? Era una vampiro, una especie diferente. Se señaló.
- . . . una vampiro, puedo soportar tu peso, deja las telarañas mentales para después, vamos -.
La duda se dibujaba bajo esas gruesas cejas oscuras. Una duda que se hacía eterna.
Diablos, iba a terminar amaneciendo en ese árbol, y él no quería irse. Se impulsó ligeramente hacia arriba como una bailarina y lo atrapó. Negó con la cabeza mientras lo depositaba sobre el suelo.
- Mi bello mano, tendrás que dejar atrás tus maneras de caballero, hay demasiadas cosas que no puedes aplicar conmigo, esto es solo una de tantas -.
- Ya veremos - Camino molesto y luego se detuvo.
Cómo lo suponía, no sabía que caminó tomar en la oscuridad. Ladeo la cabeza esperando su siguiente paso.
- La luna saldrá pronto - Comentó como si nada.
- Pues yo la necesito ahora . . . tengo que encontrar la fruta antes de regresar -.
- ¿Fruta? - ¿Que pintaba eso ahora?
- Sí, eso hacía cuánto aparecieron las hienas, además de buscar a mi amigo - Se explicó.
Así que había sido abandonado. Qué casualidad lo de las hienas.
- Te ayudaré, entonces ¿alguna referencia? - Era mejor ayudarlo a mirar esa lentitud.
- Las estaba guardando en una bolsa de plástico -.
Se movió entre la vegetación buscando lo que él había mencionado. Pues la bolsa debía ser transparente, porque no la encontraba.
- No es verde, ¿verdad? - En su mente se formó esa idea.
- Pues sí, lo es - Confirmo.
Resopló, volvió a hacer un segundo sondeo, con el color verde en la mente.
- Bolsita, ¿dónde estás, bolsita? - Susurró una y otra vez.
Miro una rama de tallos gruesos de hojas ovaladas, llena de espinas, por todos los frentes. Bajo lentamente la vista hacia el suelo y allí estaba. una pequeña bolsa semiabierta con frutas de color oscuro, con aspecto de racimos.
Lo tomó, iba a marcharte pero lo pensó mejor, en menos de dos minutos lleno la bolsa, mientras parecía que un huracán arremetía contra la planta.
Regreso al humano tan pulcra cómo se había ido, con la cabellera lisa y flotando tras ella, sin un solo mechón fuera de lugar. Tomó su mano sana y jaló de él, en su otra mano cargaba la fruta.
La noche seguirá siendo joven, por alguna razón se sentía feliz. ¿Sería que estar cerca de este humano le daba una inyección de buenas emociones? Casi termina cantando.
Mientras pudiera retenerlo, todo estaría bien, no importaba si tenía que retener por algún tiempo a esos insignificantes humanos.
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