Ser inmortal no la eximia de no comer, en este caso tomar sangre, era su forma de mantener su cuerpo en movimiento o con vida, si se le podía llamar de alguna forma.
Y en estos momentos volvía a sentirlo, esa quemazón que, si no lo mantenía bajón control, le amenazaba con nublarle la mente.
¿Sería esto parecido un vicio? No estaba segura. Cosas de ese tipo es algo que si venía a su mente, pero cuando se trataba de su vida personal era como una hoja rayada, cero letras.
Por más que concentraba su mente no había nada, más que aquel otro pensamiento retumbante dentro de ella. Qué es frustración.
Sus pasos le llevaron por el camino conocido, rumbo a su exquisita comida, sin necesidad de concentrarse. Sus aromas estaban por todo lugar, y todo convergia de un mismo punto.
Salvo el de mango.
Empujó esa sensación de hambre para un rato después. Quería saber qué hacía aquel humano bonito.
El nuevo camino se distanciaba del campamento, daba largas vueltas y se alejaba; toda una maraña tan parecida a una bola de estambre. El aroma humano se adhería a algunas plantas en especial, pero poco a poco iba desapareciendo.
Plantas con largas hojas carnosas que sobresalían del suelo. Esa plántula le hizo sonreír en aquella oscuridad. Se parecía tanto a . . . se puso en cuclillas y sacó un manojo de la tierra.
No pudo contener una tintineante carcajada, que retumbo entre los árboles. La acerco a sus labios y lo mordió. El aroma se intensificó al romperse las partículas de su cuerpo comestible.
No tenía sabor, era como si mordiera tierra. Quería hacerse creer que le causaría algún cambio o efecto pero no pasó nada.
Miro un poco más. Aquel humano se había esmerado en hacer una gran recolección.
Tiro la planta y volvió a su destino original. Las hojas se movieron ligeramente a su pasó, varios ojos brillaron y luego volvieron a desaparecer, el cielo era oscuro a ojos humanos y su hermoso rostro se ocultaba en el.
Los miro trabajar, cada uno en distintas cosas, pero con un mismo fin. Solo el hermoso chico yacía con los ojos cerrados, recostado en un leño con un par de suéteres y el pelo despeinado. ¿Qué le mantendría tan preocupado?
Salió a paso humano de las sombras, que se le hizo tonto, ¿como podían caminar tan lento como un caracol? Sabía que sí caminaba como un ser sobrenatural no notarían su presencia.
Ella quería que la notaran, para darles tiempo a alzar la cabeza y correr a sus pies. Su deseo se cumplió a los segundo siguientes; ellos estaban eufóricos de verla.
Mango no se movió, ni abrió los ojos, sabía que estaba despierto. Camino con los tres chicos cerca de una raíz que sobresalía no muy lejos de la fogata. Era mejor no está cerca, por precaución.
Ellos se sentaron a su alrededor y junto a ella, mirándola ansiosos.
Les había hecho creer que beber su sangre era un premio, cuando en realidad era beneficio para una de las partes.
Tomó la muñeca de uno, dejando notar sus blanquecinos colmillos. Volvió a mirar hacia mango, ¿como no podría darse cuenta que estaba ahí? Si sus amigos eran escandalosos.
- Mi señora, ¿que sucede? - Llamo Once.
- Nada en especial - Dijo con su voz de depredador supremo.
Once tenía ese aroma de aquellas hojas carnosas sobre la piel. La tentación le hizo probarlo, a ver si cambiaba algo, solo por estar sobre la piel humana. Escupió sin querer.
- ¿Qué es esta capa sobre tu piel? Sabe a tierra - Comentó como si no supiera y por el rabillo del ojo vio que mango miraba de reojo y con el corazón acelerado.
- Es para evitar que los zancudos tomen la sangre en tu lugar, mi señora -.
Mango escondió una sonrisa. Se le hizo gracioso pero no lo mostró. Intuía lo que el chico intentaba hacer. No iba a funcionar. Ni ella misma recordaba con certeza sus debilidades.
El aroma de este humano solo le haría distinguirlo con claridad de los otros dos, en realidad, no le importaba si se ponía en remojo dentro de una tina llena de dientes de ajo.
Miro hacia mango, que esta vez miraba atento, aunque su vista no era muy buena, esperando algo.
Hinco los colmillos sobre la delgada piel, provocando un suave gemido al dueño de la mano. Tomo lo necesario y lo aparto.
- ¿Ocurre algo? - Le preguntó a mango. Jaló a treinta y tres a sus pies.
- No para nada, solo me cercioró que no los chupes todo, quiero volver con los tres a casa -.
- Ya - No creía ni una pizca de esa frase.
Mordió el cuello de esa bolsa de sangre, apenas y la tomo y despegó sus labios. Esa sangre se sentía como si hubiese pasado la lengua sobre un charco sobre el suelo.
Lo empujó con lentitud, hacia el suelo para que se sentara. Tenía que seguir midiendo la cantidad de fuerza aplicada.
- ¿Qué has comido hoy? - Soltó con suavidad, como envolviéndolo.
- Nuestro jefe nos hizo una sopa de vegetales, con bastante ajo. Gracias a eso podremos darte más sangre -.
Podría estar en lo correcto pero el sabor tardaría en volver a la normalidad.
- Procura que no sea tan seguido - Dijo sun más explicación.
Mango seguí atento. No quería probar más sangre, se conformaría con algunos animales. Se levantó pero el tercero protestó.
- Descansa, hoy no tomaré de ti, es mejor que reposes para después - Camino hacia el rebelde con pasos ligeros y una cadencia que haría caer la mandíbula a cualquiera; la luz de la fogata le dio un toque espectral y más sensual.
Se acuclillo al lado del joven, quién no se movió.
- ¿Qué pretendes? ¿no soy lo suficientemente buena contigo? -
- ¿Qué? - ¿Se hizo el tonto o no entendió?
- Eres muy revoltoso pequeño mango, aún así me agradas -.
El cuerpo de ese hombre se veía enorme a pesar de estar recostado. Pensaba seriamente quitarle lo de pequeño, porque de eso no tenía ni pizca.
- ¿Tú también te comiste tu comida? - Sintió curiosidad de esto ya que no lo podía probar.
- ¿Porque no? Es uno de los caldos más nutritivos para fortalecer el sistema inmunológico, mejorar las defensas naturales y limpiar la sangre -.
- Mmm . . . ¿así que te gusta mucho tu trabajo? - No conocía nada de él, había estado enfocada en descubrir quién era. La curiosidad volvió a resurgir, como el día en que lo vio.
- Sí, me encanta, aunque aún no es mi trabajo, espero ejercerlo pronto - El rostro decayó.
- Tal vez tú sí debas seguir tomandote tu caldos diariamente - Le señaló el brazo herido.
Había vuelto a desviar su atención. Ciertamente no quería que se fuera a su hogar, cada día que pasaba deseaba que se quedará y le acompañara.
Tal vez ser injusto retenerlo bajo el pretexto del brazo en las montañas, pero era libre de irse, porque no soltaría a sus amigos.
Había comenzado a imaginar que él estaba adaptándose a esta vida pero pareció que sólo fue eso, imaginación suya, su deseo de que se quedará.
-¿No te gusta estar aquí? - Era una pregunta de rutina.
- Yo . . . no me disgusta . . . pero. . . extraño mi vida - Sus palabras salieron a duras penas.
Era difícil imaginarse ese espacio vacío sin su presencia. Estaba comenzando acostumbrarse a su viveza y coherencia humana.
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