Pero también sentía esa necesidad. Ella quería volver a estar en los brazos de Samuels o el agente Samuel, si es que se llamaba así. Quería volver a sentir el peso de su cuerpo sobre el de ella y esos embistes acompasados en su feminidad que la hicieron enloquecer en un festival de la carne prohibida, qué gustosa devoró con ambrosía. Quería volver a probar el sabor de su piel sudorosa que sus labios y lengua recolectaron con necesidad lujuriosa. Quería sentir como su cuerpo necesitado de placer, apretaba su hombría con gula desmedida como si quisiera devorarlo y guardarlo solo para ella. Quería volver a gritar ese agónico, necesitado y adorado placer llamado gemido. Muy malamente quería repetir todo ello y tal vez… más.
Hacía una semana que estaba aquí y no reunía el valor de salir y enfrentar al mundo e incluso a él. Pues si salía, tenía miedo de que lo primero que hiciera fuera caer derechito en la Embajada de Estados Unidos, buscando desesperadamente a ese hombre, que seguro le dirían que no estaba disponible o no existía. O tal vez el miedo la paralizaría en la puerta de su casa, debido a la sociedad que la rodea y alguien que la haya visto en aquel antro la juzgue como si ella estuviera de acuerdo en ese flagelo que azota al mundo. No solo a mujeres, también hombres, niños y niñas. Por Dios que ella no quería haber sabido nada, pero cuando la llevaron a la revisión médica, ella escuchó como hablaban las enfermeras de la embajada, de todas las víctimas de esa operación y que el más joven de los fallecidos tenía tan solo dieciséis años recién cumplido. Y con recién era, literalmente, recién. Pues el día anterior los había cumplido en cautiverio y su familia había salido en televisión pidiendo por su aparición. Ellas no creyeron que Kyrenia sabía ruso, ya que Azzam no lo había puesto en su informe porque se dio cuenta esa misma noche.
Kyrenia seguía en sus cavilaciones hasta que escuchó el timbre de su departamento, y pensó que era su manager que había llegado sin avisar para tomar mate e intentar sacarla a la calle, y dejando el café frío en la mesa de centro, fue derecho a la puerta y cuando abrió, la sonrisa que llevaba en su rostro desapareció y el cimbronazo se volvió a sentir… él estaba en la puerta.
Por Dios Padre que Azzam lo intentó con todas sus fuerzas. Rabió, se lastimó sus brazos y se agarró a golpes con Bastián y Eskol, para no ir a buscarla. Él luchó contra todo lo conocido y desconocido del mundo tangible e intangible. Rogó a todos los seres mitológicos que le dieran fuerza para no ir a su puerta y rogar una caricia como el “pedazo de pulgoso con cuero sarnoso” que rogaba un poco de cariño y que lo rescataran del infierno de vida que llevaba desde que la vio. Pues en verdad la vida que ellos llevaban no era un paraíso de las delicias, ni mucho menos un cuento maravilloso. La muerte siempre rondaba cerca de ellos y tenían que decidir quién viva y quién moría. Kyrenia había corrido con suerte, pues era inocente de principio a fin y por eso ella era otra víctima a la que se usó como daño colateral. Un muy caliente daño colateral. Maldición. Azzam recordaba como ese secreto de mujer tan lujurioso y apretado, le hizo rechinar los dientes por no surcarla más fuerte de lo que lo hizo, pues no solo estaba deliciosamente húmeda, sino que también prieta… demasiado prieta.
Había investigado que solo tuvo un amante y que su relación no había sido muy larga ni mucho menos significativa, pues duro solo tres meses y de los cuales no logró sacar mucho de aprendizaje. Más bien parecía que solo había sido una mala elección y desde entonces solo se había concentrado en su carrera de modelo y a estudiar. Estaba cursando el profesorado de Literatura a distancia, pues por su trabajo le costaba mucho asistir. Había ingresado a sus cuentas bancarias y sabía que había comprado en los últimos seis meses, e incluso supo que perfume era el que había usado aquella noche y al parecer era su favorito. Era en realidad una loción corporal de spray, barata, que se consigue en cualquier supermercado y que, sin embargo, en ella parecía un caro perfume francés. Maldita sea, ahora que lo pensaba la estaba acosando si darse cuenta. O tal vez no quería darse cuenta, pues si lo hacía terminaría derechito en la puerta de su departamento... el C, en el tercer piso del edificio. Caminó por todos lados y no quería saber a dónde iba, y, sin embargo, cuando se dio cuenta estaba en la vereda del frente, casi delante de la puerta de dicho edificio que estaba en la Av. Paseo Colón y Carlos Calvo y se encontraba esperando la oportunidad para entrar.
–vamos maldita sea, no somos unos acosadores. –Azzam se debatía con su ser interior para cumplir con LoncoHue, pero su alma no quería escuchar razón alguna y gritó
– ¡NO, NO NOS IREMOS! –la voz dura y ronca que imponía obediencia era determinante y no quería hacer caso.
–Ella no es nuestra… maldición, escúchame –Él quería que la voz, a la que no le encontraba rostro, lo escuchara, pero ella le era indiferente a su pedido y se lo hizo saber.
–NOOOOOO –el rugido y el dolor fue terrible y como si un lobo le comiera su corazón y con sus zarpas le arañara el abdomen, se arqueó como si lo hubieran apuñalado en su bajo vientre. Y arrollado contra el centenario tronco de una tipa de flores amarillas, Azzam lloraba, al igual que este árbol, su desesperada necesidad de ella. La guerra en su cabeza por hacer lo correcto lo dejaban sin fuerzas.
Pero no pudo ganar y en cuanto vio la oportunidad, su cuerpo entró en el edificio y subió por las escaleras al tercer piso y timbró en su puerta. La sonrisa que Kyrenia mostró en su rostro se le borró automáticamente, pero en el mismo se reflejaron dos miradas diferentes y seguidas. La primera fue de asombro y miedo, pero inmediatamente la cambio por una de tranquilidad y deseo descarnado. Él solo entró sin pedir permiso y la tomó por su cintura y solamente le dijo:
–lo siento, te juro que lo intente… te lo juro, pero no puedo, no puedo. –y sin permiso ni pena, devoró sus labios y encendió aquella llamarada de deseo nuevamente.
El estruendo de la puerta, al cerrarse de una patada de él, hizo nada en Kyrenia para soltarlo y como si el hambre se apoderada de ella, se trepó a su cintura y tomándolo del cuello, no dejó de devorar sus labios, que también devoraban los de ella. La mesa que estaba frente a ellos fue testigo de esa pasión que los consumía, y el gran candelabro antiguo que estaba sobre ella, hizo que su luz pareciera que arrojaba llamaradas en vez de claridad. Él le arrancó con sus manos los pedazos de tela que fueron alguna vez su camiseta. Sus pechos, apenas cubiertos con un diáfano sostén que los contenía, también recibieron el mismo tratamiento y sus dedos se apoderaron de esa tersa carne que en sus manos parecían hechos a medida para él. El sabor de los mismos eran el de la miel más dulce, además de que eran coronados por esos picos duros y ardientes que parecían ser los más deliciosos caramelos y era un maldito afrodisiaco que lo dejaba siendo un inútil pedazo de carne caliente que entre sus piernas lleva el eje de fuego que contiene su liberación.
Kyrenia no se quedó atrás y de la misma manera lo desnudó como pudo y luchó con él para sacarle el cinto y aflojar su pantalón, dejando al descubierto su eje que, aunque él no le dejó que lo viera, pero sí se lo dejó sentir y por Dios que ella no sabía cómo eso entraría en su canal. “Maldita sea, no importaba un carajo, entraría y punto”, ambos pensaron lo mismo y ambos gimieron agónico. El fuego de la pasión los quemó cuando ambos sexos se juntaron en una batalla de entrada y salida, de golpear y recibir, de devorarse totalmente en esa danza llamada sexo. El río de la pasión que los inundaba se desbordó de Kyrenia en un grito tan desgarrador que ni ella supo por qué fue tan placentero y se dejó libre al aire. El doloroso agarre que le hizo llamarlo con súplica agónica aún parecía resonar fuertemente en la habitación…
–ahhhh… ahhhh… Samuel ahhhhh.
Azzam odio por primera vez ese nombre y a ese falso hombre y quería que lo llamara él, que gritara su nombre… Azzam… Azzam. Pero sabía que no podía hacer eso y tuvo que guardar su furia y no lastimarla. Él solo le daría placer y punto. La tomaría hasta que él se saciara de ella y no la necesitara más, pero esa voz en su interior se burló de él y le dijo, “quiero verlo a eso” y Azzam siguió sus embistes tratando de acallarla. El fuego furioso se apoderó de él y los embistes se volvieron más fuertes y desesperados, haciendo del ruido de la carne golpeada con carne fuera un elixir de placer. Cuando él agachó la cabeza para llevarse a la boca uno de esos picos de placer, vio que el brillo de los dejos del placer que le mostraron toda su hombría brillosa y bien recibida por esta mujer eran maravillosos. Ella lo traía del hocico y no lo dejaba pensar con claridad y se perdió por completo en la pasión. La acostó sobre la mesa y tirándose sobre ella la embistió duramente hasta que su hombría en hincho y se atascó en ella, haciendo que Kyrenia gritara de dolor y placer mientras lo mordía en su cuello con gula vengativa. Sin poder evitarlo, él acabó violentamente en su interior y se dejó ir en el más placentero descanso, al igual que ella, de esta batalla que él perdió, pero que se prometió ganaría esta guerra. Y mientras succionaba el pico duro del pecho de Kyrenia, la misma voz en una cruenta, pero relaja voz le volvió a decir “quiero verlo a eso…Jajajaja… quiero verlo a eso”. Y la paz los poseyó a ambos.
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Comments
Nellyth
me encantó como describiste la escena 👏👏
2023-10-27
1
Albalu HS
qué maravilloso capítulo y me encantas esas comparaciones maravillosas para referirte a ese acto tan íntimo, 😍😍
2023-07-27
2
Irma Ruelas
🫣😳🤔😱❤️❤️🔥🔥🔥
2023-01-27
1