Un experimento demasiado personal

Capítulo once

Julia estaba desesperada por calmar el deseo que la atormentaba. No importaba como o con quien, debía hacerlo. Y él estaba ahí, por lo que no quería apartarse del doctor.

–No es necesario. Le prometo que con lo que le di pronto se pasará el calor –dijo él con dificultad. La actitud de Julia era muy seductora, aunque él sabía que era solo por el afrodisiaco que ella había consumido.

Ella empezó a marearse hasta caer en los brazos del doctor Stephen Son. Él la llevó de nuevo a la silla y la ayudó a vestirse.

–Bien, tardó cinco minutos –dijo él mientras le ponía la camisa a Julia–. Bastante bien.

Aun así, no era lo que él esperaba que pasara. Tenía que revisar la formula, pensó. De pronto se dio cuenta que debía abrochar la camisa de Julia, su sostén era de color piel, pero era llamativo con esa forma. Hacia que ella se viera muy seductora. Trató de hacerlo rápido y alejarse de ella.

Cuando Julia despertó él estaba en la computadora transcribiendo unos datos y ella sobre la silla en el mismo lugar donde habían almorzado.

–Despertaste –dijo él y se dio vuelta para verla–. Debes descansar. Puedes ir a mi oficina si lo deseas, tengo un sofá ahí.

Julia pensó que lo que había pasado había sido solo un sueño. Ya que estaba muy cansada.

–Voy a tener que salir un rato ¿Quiere que le traiga algo doctora? –preguntó Fred como si nada pasara.

–Un agua estaría bien –dijo ella sintiendo la boca ceca. Sentía que no podía ni tragar saliva.

–Muy bien –dijo Fred y se fue.

Parecía que su jefe estaba de buen humor. Quizás el almuerzo le había gustado. Aun así, no dejaba de pensar en su sueño. Miró su ropa, estaba bien vestida.

–Tengo que empezar a salir –se dijo mientras se ponía a escribir unos resultados de los experimentos que ellos habían empezado a hacer en ratas.

Ese día iba a ir a casa y después de una ducha se iba a ir directo a la cama. Aunque era hora que empezara a salir un poco más no sabía con quien ya que no conocía a nadie en la ciudad.

Al llegar al edificio donde vivía, Julia vio que estaban reparando los ascensores y se alegró por eso. Aun así, seguía funcionando solo uno por lo que lo llamó y tuvo que esperarlo un buen rato. En eso vio a Nick entrar al edificio.

–Hola Julia –dijo él con una encantadora sonrisa. Llevaba unos pantalones cargo y una campera de jean. Siempre se vestía muy a la moda.

–Hola Nick ¿Cómo estás? –preguntó ella al ver que venía cargado de bolsas.

–Voy a hacer de cenar por lo que tuve que ir de compras –dijo él explicando porque traía tantas cosas–. Julia, estoy feliz por encontrarte. Lamento lo de ayer.

Julia miró sorprendida a Nick. ¿De qué se estaba disculpando? ¿Su hermano le había dicho lo que había ocurrido?

–No sé a qué te refieres –dijo ella y al ver que el ascensor se abría entró.

–Por todo, no quería que tu día fuera tan estresante. Pero mi casa termina siendo siempre un manicomio. Pensé que George no volvería a dormir ya que había salido, y no suele volver cuando lo hace. Me dijo que él durmió en mi cama. Lamento que te echara de casa, no es malo. Seguramente estaba ebrio –dijo el joven nervioso.

Al parecer su hermano no le había dicho nada de lo que había pasado entre los dos. Tal vez no lo recordaba. Eso sería bueno para ella. Ojalá fuera así, pensó Julia.

–¿No quieres venir a cenar con nosotros hoy? –le preguntó Nick emocionado.

Aunque eso era lo que menos quería hacer en ese momento su amiga.

–Lo siento Nick, tengo mucho que leer y estoy agotada –le dijo ella para rechazar su oferta.

–Esta bien. Si Fred te hace trabajar demasiado solo dímelo y haré que George le llame la atención –dijo Nick de manera graciosa–. Si quieres mañana podemos hacer algo.

Nick no se cansaba de invitarla, por lo que Julia decidió darle un día para que él dejara de preguntar.

–Tal vez el sábado esté libre –dijo ella finalmente.

–Eso es genial. Estás agendada –dijo él y tras abrirse el ascensor bajó con las cosas y fue a su casa. Julia lo saludó con la mano antes de entrar a su residencia.

Ella entró y dejó el bolso en el suelo. Fue al baño, directo a la ducha. Se dio cuenta que su cuerpo le estaba indicando que necesitaba tener contacto físico con alguien. No eran solo sus sueños, pensó. Por lo que después de ducharse fue a su cama y se recostó para tratar de aliviar el calor que la venía persiguiendo hacia días.

Ella no tenia problemas con el sex0 casual, pero después de lo que había pasado con Mauro tenía temor de conocer a alguien en algún lugar público. Y debido a la orden de restricción que había sacado contra él no podía mostrarse en las redes sociales. Así que no sabía cómo iba a hacer para poder descargar sus deseos más íntimos. Por ahora solo podía imaginar que estaba con alguien a su lado.

Abrió su mesa de luz y sacó uno de los tantos juguetitos que le había comprado Mauro. Sabía que al venir de él lo mejor hubiera sido tirarlos, pero no podía hacerlo aún. Después de buscar una novela erótica entre sus audiolibros se puso los auriculares y comenzó a pensar en alguno de esos galanes que hacían felices a las muchachas enamoradas que se mostraban tan vergonzosas con ellos.

Ella tenía mucha imaginación por lo que no le llevó mucho tiempo tocar el cielo con sus dedos. Al terminar se acurrucó en su cama y se quedó dormida. Mauro era el dueño de sus mejores sueños, pero también de sus peores pesadillas. Por lo que tras volver a soñar con él se dio cuenta que tal vez era momento de volver a la psicóloga.

Autora: Osaku

Todos los hechos y personajes de esta novela pertenecen a la ficción. Cualquier semejanza con la realidad son pura coincidencia.

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