Amaneció nublado.
Maeve se levantó temprano como siempre.
Se arregló con su ropa gris, como ordenaba su tía Deirdre, para que le hagan esa ropa bien seria, que ella ordenaba directamente costurar y le traían a su sobrina, y ajustaban a su cuerpo el cual la joven, tenía que mantener bien, "para no incomodar a la costurera con arreglos", exigía la dueña de la mansión.
Maeve, tenía suerte, aparte de comer a medida y evitar panes y dulces para no ganar volumen en su cintura, su cuerpo era bien delineado y toda pieza de nuevas ropas, le caía perfecta a su talla.
— ¿Maeve ya estáis lista? – le interrogó desde fuera el mayordomo Hugh.
— Se supone – respondió groseramente ella, pero de inmediato, temiendo un retorno a la frialdad de trato, agregó:
—Que sí...– y tosió, y fue y abrió la puerta y sonriendo, completó su juego: – Me vino la saliva a lo que hablaba, disculpe Mister Hugh.
— Ah, ya iba a decir yo: Maeve está respondiendo feo a Mister Hugh.
— No. Cómo cree...
— En quince minutos deberéis estar desayunando con vuestra tía, saldremos una hora antes de lo usual pues el viaje es en automóvil y son seis a más horas.
— Qué bien. No se preocupe, estaré en tres minutos allí.
— Lleva ropa de media estación... Vamos por tierra y nos detendremos en dos hoteles por algunas horas para que vuestra tía... respire un poco y estiremos las piernas.
— Sí, eso es muy bueno para mi querida tía.
— Lleva también tu rosario para que te entretengas en tantas horas...
— Sí – respondió ella sin mucho de emoción por el hecho de prepararse para ir a Nueva York... ¡Y llevar un rosario para rezar tantas horas! — ¡Ay! – exclamó – Qué...
— ¿Qué habéis dicho Maeve?
— Me mordí la lengua por lo nerviosa que estoy...
—Solo se muerden los labios la gente mala y habladora – aseguró Hugh volviendo a la puerta desde donde dio una ojeada y ya la chica estaba agarrándose la boca fingiendo dolor – Ay, ¿verdad? No, fue por hablar tan rápido.
Qué nada, Maeve estaba bravísima – Sí, voy a llevar el rosario – fingió nuevamente, haciendo de cuenta que le había salido sangre. Se limpió con un papel de naríz y caminó ha cia su maleta...
— Ah, ah, ya iba a decir yo... tu pensamiento tiene que estar solamente con el señor...
— Vamos, vamos... ya estoy lista.
Maeve, fue al comedor de diario y allí las criadas le dijeron:
— Se va a cansar señorita, este viaje es largo, yo he viajado así y...
Maeve está molesta, su tía la hará rezar en voz alta. Y una vez fueron a varias ciudades y ella no disfrutó un ápice, por lo menos ir mirando el vistas. El rosario fue rezado varias veces hasta el cansancio.
Al rato estaban abordando el automóvil, un carro de velocidad y buena estabilidad y amplitud interna y comodidad.
— ¿Cuánto es el alquiler?.– le preguntó doña Deirdre.
— 1500, madame – contestó Hugh.
— ¿No era mejor ir en avión?
— En avión pagaríamos 2700 los tres pasajes ida y vuelta.
— En ese caso Maeve no vendría y no la dejaría sola, jamás. La veo muy rara.
— Sí señora. Esa actitud es preocupante.
Maeve escuchó eso en cuanto subía los maletines de ella y su tía.
Parecía que hablaban de alguien extraño, lejano y que no sintieran el mínimo afecto. Una sensación discriminante y poca estimación. Pero qué más podría hacer. ¿Qué pasó con su padre? Nunca más volvió a saber y su tía nunca se refería a él.
Se sintió lejana y abandonada en el mundo.
El paisaje urbano pasó delante de sus ojos, frío y lejano, desconocido y triste. Tan distante era para ella la sociedad en general.
Después de varios kilómetros, sola, sentada en el asiento trasero, bien detrás del mayordomo chofer, veía solamente de espalda a doña Deirdre.
¿Quién era ella realmente?
Una señora de edad, desconocida desde antes de llegar a vivir con ella e igual seguía siendo lo mismo.
Mirando al frente como si no haya más qué mirar, visualizó sus vagos recuerdos y recordó los pocos de su infancia y aquellos posteriores vividos en esa mansión ajena, completamente ajena de verdad.
Su madre la dejó y poco sabía de ella. ¿Era hermana mayor de doña Deirdre? ¿O menor? Por las fotos vistas parecían de la misma estatura. La misma edad casi. No lo sabía, nunca le hablaron, ni su padre peor su tía.
Tragó saliva muy tristemente conformada.
En eso, para distraerla, la señora le alcanzó su mundo de entretención mental y espiritual: el rosario.
— Ave María Purísima, madre de Dios...— comenzó Maeve.
Más tarde, se detuvieron en una inmensa pradera. Bajaron a estirar el cuerpo. La señora no le daba la mínima atención y seguía hablando con Hugh.
Así que, caminó unos pasos y se topó con una piedra. Nunca había visto una piedra a no ser en los muros que rodeaban la mansión, por eso, se quedó observándola.
Pero sus ojos bellos se elevaron y entretuvieron mirando también el aspecto físico de esa señora, fuera de lo que era su casa o el confesionario: sí, ella no se parecía en lo absoluto a su madre.
La piedra entonces le dio más sensaciones de aprecio.
Cuando levantó un pie y la pisó notando su textura y lo resbalosa que era con la zuela de su zapato, doña Deirdre gritó:
— Maeve, ¿Qué haces como una boba mirando esa piedra? Sube, vamos... ¿Cuánto falta para entrar a Nueva York? – le preguntó a Hugh.
— Una hora, madame.
Luego de pasada esa hora:
— Allá está New York...— exclamó doña Deirdre.
Los rascacielos se perfilaron al frente de ellos.
— Quiero ver a Frank Sinatra — agregó la refinada señora.
La bellísima estatua de La Libertad pasó ante sus ojos.
Después entraron a Manhattan atravesando el puente sobre el río Hudson... ¡Allá está el Empire State Building!
— Mire madam, esas son las torres gemelas, que estarán listas en unos años más.
—Ah. Bellas – Exclamó doña Deirdre.
— Esto es el Central Park — Expresó Hugh emocionado.
— Lo malo es que se está llenando de juventud ociosa – opinó la señora.
— Ah sí... los hippies.
— Esos hippies... Este parque ya no será tan bello como en mis tiempos – concluyó la millonaria.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 116 Episodes
Comments