Sin invitación

En tu infierno

Capítulo dieciocho

—No sabes con quién te estás metiendo, Tania —espetó Amadeo amenazándome como si mis palabras hirieran su orgullo de macho. Algo que provocaba una tremenda satisfacción en mí.

Mientras tanto veía salir sangre de su boca. Aun así, en sus ojos podía ver el odio que me profesaba y extrañamente me aterró, por lo que salí corriendo. Necesitaba alejarme de ese hombre infernal. Ese no era el Amadeo que yo conocía. Nunca había sido tan impulsivo en el pasado.

¿A caso el poder lo había enceguecido?

Debía buscar más información sobre ese hombre, algo se me escapó cuando hice mi primera investigación. Era obvio que él no estaba bien. Volví a casa y me instalé en la computadora. Llamé al senador y menti, diciéndole que estaba descompuesta. Terminé el artículo que mi compañera necesitaba con la información que yo tenía y se lo mandé. Esa noche casi no pude dormir, me la pasé pensando en Amadeo y su manera impulsiva de actuar. Él estaba buscando la presidencia.

¿Por qué se arriesgaría a que alguien lo viera conmigo?

¿En verdad no se había podido controlar tras herir su ego?

Yo tampoco lo había hecho cuando me dijo que él no buscaba intimidad conmigo, con ese aire de superioridad. Sin embargo, parte de mi plan era dejarle ver cuanto lo despreciaba por lo que no había estado tan mal. En cambio, él ponía en riesgo todo su futuro, solo por un par de palabras mías.

¿Yo podía afectarlo tanto?

Pasaron unos días y tuve que volver a ir a la casa del senador. Su esposa estaba feliz de verme, me contó que, gracias a mí, las relaciones públicas de su esposo habían mejorado. Él me firmó los papeles para poder publicar el artículo después de leerlo minuciosamente.

—¿Está seguro que no quiere que sus asesores lo lean primero? —le pregunté al ver que había firmado sin consultar a nadie.

—Estoy bien. Algunas decisiones sobre mi vida prefiero ser yo quien las tome —dijo de manera traviesa. Su esposa comenzó a reírse—. Ha sido un placer trabajar con usted señorita Ro… Tania.

Les di las gracias y mi teléfono celular vibró. Recibí un mensaje de un amigo de Emanuel Sico con la información que necesitaba de Amadeo. Me decía que había encontrado un par de irregularidades, pero que eran mínimas. La verdad era que no importaba, cualquier cosa que descubriera yo iba a saber aprovecharla.

Nos encontramos en un pequeño café escondido por las calles de la ciudad de Buenos Aires. Donde él y yo solo éramos dos clientes y nadie nos reconocería.

—Por fin pides mi ayuda —exclamó Emanuel feliz, como si yo le estuviera dando algo a él y no al revés.

—Te agradezco la ayuda. Si se lo pidiera a la mayoría de las personas que suelen ayudarme, él se daría cuenta —le indiqué, mientras tomaba el pendrive de la mesa.

—Me da intriga saber si la información la necesitas para trabajar o es personal —dijo Emanuel, al parecer ya había visto lo que había dentro del pen.

De todas maneras, él era un gran amigo y no iba a comprometerme. Por lo que no importaba que lo supiera.

—Si te dijera que usaré la información para arrasar con su carrera. ¿Qué dirías? —le pregunté con una sonrisa mientras bebía mi café.

—Seguramente es un mal hombre. Te conozco y nunca has hecho algo malo a alguien que no se lo merezca —me reconoció, y tras una sonrisa cómplice tuvo que atender su teléfono.

Después de nuestro encuentro volví a mi departamento, guardé el pen, me cambié la ropa y fui a mi trabajo a llevar el artículo y un par de cajas para las chicas. Las cuales atacaron como fieras. Decidí conservar algunas cosas esta vez.

—Tania, ¿sabes que te amamos? —me preguntó Cecil con una caja de un perfume en la mano.

—Lo sé —dije y me reí.

Una vez más mi jefe me llamó y me hizo el mismo discurso de siempre.

—Algún día me cansaré de trabajar para ti. ¿Los sabías? —le pregunté y con la misma cara de siempre me volvió a dar a los candidatos para la próxima entrevista.

—Sabes que no te voy a decir cómo hacer tu trabajo, pero me da curiosidad. Amadeo Peralta, su gente trata de presionarnos para que lo aceptes. Y por lo que escuché también te han estado tratando de contactar. ¿Por qué no lo quieres? —preguntó mi jefe.

—Yo no dije que no lo quiero. Es solo que aún no termina de convencerme. No me gustaría tener problemas, como con quien tú ya sabes —le recordé.

Él no me dijo nada más y volvió a su computadora. Mientras salía de su oficina miré los nuevos candidatos. Amadeo seguía entre ellos. Volví a mi escritorio a pensar. Me había preparado mucho tiempo para esto, no podía tener miedo. Debía ser fuerte por mi bebé.

Al volver a mi departamento estaba destrozada mentalmente. Tenía ganas de dormir hasta el otro día. Aunque cuando llegué vi que la puerta no estaba cerrada con llave. Así que li primero que hice fue buscar mi teléfono celular para tenerlo a mano si necesitaba llamar a la policía. Al entrar vi que las cosas estaban revueltas y en la oscuridad había una silueta de un hombre en la parte que daba a la cocina.

—Llegas tarde, hace un rato que te estoy esperando —reclamó, Amadeo con una taza de té en la mano.

La sorpresa me invadió. Aun así, no sabía si sentirme más tranquila o preocuparme.

—¿Qué haces en mi casa? —espeté marcando el número de la policía.

Él sonrió y me pidió que mirara si tenía señal. Lo hice y pude comprobar que no tenía. Todo lo había planeado él. Era un maldito obsesivo y meticuloso en los detalles.

—¿Qué se supone que haces? ¿Por qué no puedes dejarme en paz? —me preguntó mientras se acercaba lentamente a mí.

Al parecer llegó a sus oídos que lo estaba investigando, pese a que usé a otras personas para hacerlo.

—Tienes pocas cosas, así que fue fácil revisar. No tiene mucha seguridad el edificio. Deberías buscar de mudarte —exclamó con una extraña sonrisa y me aterroricé.

Autora: Osaku

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