El comienzo de mi venganza

En tu infierno

Capítulo nueve

Hoy cumplí los años y cerca de mí hay una panadería, huelo el olor del pan y sonrío. Por fin voy a hacer mi sueño realidad. Me ha costado muchísimo esfuerzo llegar hasta aquí, pero voy a hacer que valga la pena. Amadeo Peralta voy a destruirte como tú lo hiciste conmigo hace diez años. No voy a dejar que seas feliz después de todo lo que me hiciste.

Me di una ducha al llegar a casa y después de secar mi cabello busqué en mi armario la ropa que iba a usar en la fiesta. Una limusina me esperaba abajo, aun así, no me di prisa. Lo bueno se hace esperar. Y yo era conocida como una de las mejores en mi campo.

Esta noche había una fiesta. En ella estarían políticos y grandes empresarios, al igual que muchos famosos. Por lo que ya había arreglado todo para que la suerte estuviera a mi favor.

Entré al salón sintiéndome victoriosa. Iba de la mano de un príncipe de portadas y revistas. Un empresario y modelo que conocí unos años atrás con el que estoy trabajando desde hace unos meses. Rubio, de ojos claros y con un cuerpo escultural. Todas las mujeres de la fiesta se daban vuelta para vernos. Él me dijo algo al oído y aunque me pareció una estupidez, sonreí para que la gente que estaba a nuestro alrededor pensara que teníamos cierta cercanía.

El lugar se veía espléndido. Se notaba que habían escogido un lugar muy llamativo para hacer la fiesta. Siempre les gustaba llamar la atención a todos estos malditos hipócritas. Un asistente me pidió mi abrigo y cuando me lo saqué y se lo entregué me quedó viendo. Al igual que lo hicieron todos a nuestro alrededor.

Un hermoso vestido color Champán, bastante ostentoso de la increíble Vera Guang estaba sobre mí. Este dejaba lucir mi cuerpo entallando las zonas que me favorecían.

Aun así, gracias al consejo de mi amiga Brenda, me había hecho agrandar los pechos a una copa de busto que llamara la atención, pero que no provocara que me destrozara la columna. Ya hacían dos años que lo había hecho. Y tal como ella lo dijo, eso incrementó a un más mi popularidad con estos hipócritas de la comunidad. Que se hacían los puritanos frente a las cámaras, pero después querían tenerme desnuda en sus camas.

Todo esto era necesario para llamar la atención de esa personita especial. Y valía la pena si podía hacer su vida solo un poco más miserable de lo que fue la mía hace diez años.

Nos acercamos a algunas personas y empezamos a charlar. Mi pareja era un gran conversador y las mujeres se morían por él, así que iba a estar distraído mientras que yo trataba de llamar la atención de nuestro invitado de honor. Aun así, no fui directo a él, ya que a las moscas las atrapas con miel.

Vi a un amigo y le hice señas para que se acercara a saludarme. Cuando lo hizo pude alejarme del hombre que me acompañaba, al fin. Me invitó a bailar y nos fuimos a la pista. Mi amigo era Emanuel Sico un famoso empresario de la industria de los cosméticos. Cuando había comenzado su carrera me había pedido ser una de sus modelos y como no tenía para pagarme yo le había dicho que no debía preocuparse por eso. Que cuando se hiciera famoso me lo pagara con favores. Recuerdo que ese día se rio y años después logró su primer gran contrato y lo primero que hizo fue llamarme para recordarme que podía pedirle lo que quisiera. Desde entonces, cada vez que nos vemos lo trae a la conversación.

—Sabes que te debo un favor. Y no me gusta deberle nada a mujeres inteligentes y hermosas como tú —dijo de manera seductora—. ¿Qué se supone que haces aquí con ese vestido si no te gusta llamar la atención? —me soltó sin darme tiempo a reaccionar.

—Estamos cerca del día en que voy a necesitar que me devuelvas el favor que te hice, tranquilo —le dije en el oído de manera coqueta—. Sin embargo, hoy vine a ocuparme de otras cosas. Es por eso que vine vestida para la guerra.

Sonreí, mirando a mi alrededor de forma discreta mientras bailábamos a gusto y con elegancia. Yo no dejaba nada al destino, incluso había tomado clases de baile, ya que cuando era chica solo sabía lanzar hombres por el aire y aplastar sus canicas.

—Si así te vistes para la guerra, no quiero imaginarme como te vestirás para la paz —dijo y ambos sonreímos.

Sentí que alguien tocaba mi hombro y al darme vuelta vi a un hombre que no conocía.

—Señorita, no quiero parecer impaciente, pero quería saber si me concede la siguiente pieza —me indicó el hombre de buen porte, y yo acomodé mi cabello para después mirarlo fijamente a los ojos.

Emanuel me apretó la mano y luego al oído, de manera discreta, me dijo que ese hombre era Francisco Rojas, un pez gordo de la industria de la moda. Yo sonreí y acepté bailar con él.

Mientras lo hacíamos, realizó muchas de las preguntas que la mayoría de los hombres de su tipo solían hacerme. Por lo que, como siempre, de manera amable le expliqué que esta noche estaba comprometida con la persona con la que había venido a la fiesta, pero que si deseaba me podía dar su tarjeta y yo lo llamaría. Así pasé la mitad de la noche. Bailando y aceptando tarjetas de empresarios u hombres ricos. Algo que en su momento me había ayudado, pero que hoy estaba agotando mi paciencia.

Mi acompañante se fue con una morena y yo seguía sin encontrar a la persona que quería que se acercara a mí. Cuando estaba lista para irme, resignándome a desperdiciar un día de trabajo, la misma persona que me alcanzó el abrigo me pidió que pasara a una sala paralela al salón donde nos encontrábamos. Se suponía que alguien quería hablar conmigo, cosa que era común para este tipo de personas tan famosas. Algunos eran casados y trataban de mantener sus amoríos fuera de la vista de las cámaras.

Fuimos por un pasillo con alfombra persa y detalles en oro. Se notaba que era una zona importante, ya que no había cámaras de seguridad. Al parecer quien quería verme era tan importante que ni las personas del hotel podían saber quién era.