¿Es una buena o pésima idea?

Nick

Busco por todos lados a la Duquesa, pero no puedo encontrarla. Ese maldito crio logró esquivarme. Según lo que me dijeron sus guardias es un experto en eso.

Estuvieron llamando la atención gran parte de la noche, siendo el objeto de miradas exasperadas y comentarios burlescos en susurros. Sin embargo, ellos no hicieron caso y siguieron en lo suyo.

Aprieto mi mandíbula al recordar la sonrisa de Cathy mientras estaba en brazos de ese hombre, creo que nunca la he visto tan contenta, ni siquiera con Louis.

Supongo que ahora tiene otro hombre con quien entretenerse.

Sé que eso está bien, es una mujer joven y debería disfrutar de su sexualidad libremente, pero me molesta. No me gusta que sea tan fácil de convencer.

Debería cuidarse un poco más.

Maldición, estoy comenzando a hablar como mi abuelo.

Escucho unas risas que me guían al segundo piso. Reconocería ese sonido en cualquier lugar.

Empuño mis manos cuando entiendo que los ruidos vienen de su habitación.

Coloco mi oreja en la puerta, y puedo oír ruidos amortizados de risas y gemidos cansados.

Mi cuerpo se tensa de inmediato. Hace pocos días estaba prácticamente rogándome que la tomara y estuve a punto de caer al ver esa vulnerabilidad en sus ojos, debí verlo venir de lejos.

Maldita mocosa malcriada.

Ensordecido por la rabia que siento, me lanzo contra la puerta con fuerza y ésta cede.

–¡¿Qué mierda es esto?! –pregunto a gritos.

Ambos se miran y se lanzan a reír nuevamente.

La mocosa está vestida con lo que creo es su pijama ya que apenas lleva una camiseta delgada de tiras apegada a su cuerpo y un minúsculo pantalón que apenas y consigue cubrir su trasero. El idiota está sin camisa y descalzo. Ambos están sudados y con el rostro enrojecido, y están en una extraña posición en el suelo.

–Es Twister –responde Cathy con una enorme sonrisa, y sólo entonces veo la alfombra plástica con círculos de distintos colores.

Cálmate, Black, es solo un puto juego.

–Retira las manos de su cintura. Ahora –ordeno al verlo tocándola.

–No puedo, amigo, me caeré y quiero ganar.

–¡Ahora! –grito nuevamente y ambos se sueltan y se caen al suelo, y cómo no, vuelven a reír nuevamente.

–¡Gané! –exclama Cathy, levantando sus manos al cielo en señal de victoria.

–No lo hiciste –la molesta Don Perdedor y luego Cathy lo empuja y éste le responde haciéndole cosquillas sobre su vientre y costillas.

–Debes irte –mascullo–. Te están buscando por todos lados –miento. Sus guardias me parecieron acostumbrados a sus desapariciones.

–Mierda –dice y comienza a recoger su ropa por toda la habitación y vistiéndose entre saltos–. Fue divertido, preciosa. Nos volveremos a ver, ¿verdad?

–¡Claro que sí, Nate! –le devuelve con el rostro y los ojos encendidos.

Se acerca a ella y la besa tan cerca de los labios que tengo que contar hasta diez para no matarlo en este momento.

–Te escribo más tarde –dice a modo de despedida al salir por la puerta.

La Duquesa se levanta y comienza a enrollar la alfombra de plástico y a guardarla en una caja de espaldas a mí.

Mis ojos se dirigen a su trasero y suelto un suspiro resignado al sentir como mi cuerpo se endurece.

–Puedes irte –susurra sin mirarme.

No digo nada, pero continúo observando cada uno de sus movimientos, sintiéndome como un pervertido por mirar a una niña así.

–¿Por qué huyes de mí? –pregunto para obligarme a dejar de mirarla como si se tratara de mi próxima comida.

Se gira y su sonrisa se apaga de forma inmediata, y maldita sea no me gusta cómo me hace sentir eso.

–Tengo derecho a divertirme.

Rio sin humor. –Sí, está claro cómo te gusta divertirte.

–¿Disculpa? –pregunta en un siseo.

–¿Te parece correcto tu comportamiento?

Sus ojos verdes se oscurecen de rabia.

Se acerca en tres zancadas y apunta mi pecho. –No tienes ningún derecho a juzgar mi comportamiento. ¡No eres ni mi padre ni mi esposo! –exclama potenciando cada palabra con un golpe de su dedo en mi pecho.

Cojo sus manos y las coloco detrás de su espalda.

–Eso está claro, Duquesa. Si fueras mía te hubiese dado un par de nalgadas para que aprendieras a comportarte –mascullo en su oído.

–¿Tuya? –pregunta en un débil susurro.

–Mía –insisto.

Sus ojos verdes se encienden y su rostro tiene ese hermoso color rosa.

–Hazlo.

–¿Qué? –pregunto sin entender.

–Dame esas nalgadas.

–No me tientes, mocosa.

Sonríe. –Lo sabía, no tienes las agallas –se burla.

La levanto en brazos, y disfruto el grito de sorpresa que escapa de su boca.

Me siento en la cama y la recuesto sobre mí.

–Tú lo pediste.

–Sí –devuelve.

Sin mediar lo que estoy haciendo le doy una palmada que resuena por toda la habitación. Sus ojos buscan los míos, y golpeo su otra nalga al sentirme invadido por un sentimiento extraño al ver nuevamente esa vulnerabilidad en sus ojos.

–No me mires así –mascullo y le doy otra palmada, suelta un suspiro y su respiración se acelera–. Mierda –digo y la levanto de inmediato–. No sé por qué… –empiezo, pero me calla poniendo sus dedos temblorosos sobre mi boca.

–Yo sí sé –susurra y se sienta sobre mi cuerpo a horcajadas–. Yo también lo siento –dice antes de acercar sus labios a los míos.

Me juré que no la besaría de nuevo, pero cuando siento su sabor en mi boca y su dulce olor en mi nariz, no puedo evitar apegarla más a mi cuerpo y reclamarla.

Sus manos se entierran en mi cabello y sus uñas rasguñan mi cuero cabelludo. Lanzo un gemido ahogado en sus labios, que es correspondido por otro de ella cuando mis manos acunan sus pechos, que se encuentran excitados.

–Eres mi perdición, Duquesa –susurro alejándome unos segundos.

Sus ojos dilatados me reciben. –Y tú la mía –dice y vuelve a besarme.

Saca mi chaqueta y comienza a desabotonar los botones de mi camisa torpemente, yo le quito su camiseta y gruño al verla con un sujetador blanco de encaje.

Acerco mi boca a sus pechos y beso la piel que se encuentra a mi alcance.

Maldita sea, sabe tan bien.

Sus gemidos me suenan a gloria eterna, pero luego recuerdo que hace unos minutos estaba con otro hombre en su habitación.

Me alejo y ella se queja con un gemido lastimero.

Cojo su barbilla con fuerza. –¿Dejaste que él te tocara?

–¡No! –exclama indignada–. Somos amigos.

Le doy otra palmada en sus nalgas. –No me gusta que uses esa palabra, Duquesa, no sabes su significado.

–Sé su significado, pero... –Lo que iba a decir se ve interrumpido por un gemido suave y largo que sale de sus labios cuando acaricio su trasero con ambas manos–. No te detengas –pide en un sollozo.

Atrapo sus labios nuevamente mientras continúo con mis caricias firmes, y luego quito su sujetador en un movimiento.

–Oh, mierda –susurro al verla semidesnuda–. Vas a volverme loco –mascullo antes de girarme con ella y recostarla sobre la cama.

Su pecho sube y baja rápidamente por su respiración forzada, y la piel de su rostro, de su cuello y de su pecho tienen ese adorable rubor rosa, pero de lo que más disfruto es de sus pechos pálidos coronados por unas hermosas puntas rosadas que crecen, receptoras a mi mirada.

Bajo mi boca a ellos y por un momento siento que estoy en el cielo. Diablos, como extrañaba esto. Llevaba años sin disfrutar de esta forma, todo por estar cuidando niños.

Me tenso.

Mierda, ¿qué estoy haciendo?

Me levanto y me alejo de ella y de la tentación que es su cuerpo.

–¿Hice algo mal? –pregunta, pero no me atrevo a voltear a verla–. Quizá te gustan las mujeres que son más participativas, puedo hacerlo. Es solo que… –susurra.

–¿Es solo que qué? –pregunto girándome hacia ella.

–Me siento nerviosa.

–¿Nerviosa?, ¿en serio? –Rio sin humor–. No te hagas la inocente conmigo, niña.

–No lo hago –devuelve.

–Claro que lo haces. No eres más que una niña jugando a ser una mujer, y creo que se te da bastante bien –digo amargamente al recordar a los dos imbéciles.

–Cumplo veinte años en un par de semanas –murmura mientras cubre sus pechos con la camiseta arrugada–. No soy una niña.

–No –concedo–, pero tampoco eres una mujer. Una cosa es hacer cosas de adultos y otra es comportarse como uno.

Ocho años de diferencia. Maldita sea, yo estaba en primaria cuando ella aun no nacía.

–¿No me deseas? –pregunta en un susurro tan bajo que me cuesta distinguir una palabra de otra.

Paso las manos por mi cabello. –No hagas esa pregunta, no eres justa. Es claro que te deseo –digo mirando a la bragueta de mi pantalón.

Ella sigue mi mirada y enrojece. –Pero no lo suficiente –dice levantándose y dándome la espalda–. Vete, por favor.

Camino hacia la puerta a regañadientes, algo en su tono me hace sentir como el rey de los imbéciles.

–Lo siento –digo.

–Sé que lo haces. Yo no lo hago. Pero si te sientes mal, ¿harías algo por mí?

Me giro al escuchar cómo se quiebra su voz.

–Sí.

–Déjame vivir –pide–. Tengo derecho a divertirme. Luego tendré que casarme y servir a mi país, no es algo que haya pedido, pero es lo que me toca vivir. Quiero disfrutar antes de comenzar mi prisión. Sé que no lo entiendes, pero es lo que pido.

Sus ojos buscan los míos y ambos quedamos mirándonos sin decir nada. Me tenso al sentir el impulso de acercarme a ella y abrazarla hasta que vuelve a sonreír, pero me obligo a no hacerlo.

Ella no es mía.

Sí, Black, métetelo bien en la cabeza.

Asiento y salgo de la habitación antes de que comenta el peor error de mi vida.

Camino hacia el primer piso y veo como los encargados de la limpieza ordenan los vestigios de la fiesta, ya no se ve nadie en el salón.

Sigo caminando, sin detenerme hasta salir al patio. Necesito aire, necesito aclarar mis pensamientos, pero sobre todo, necesito sacarme su sabor y su olor de mi piel.

Recuerdo el calor en sus ojos y esos sonidos que hacía cuando la besaba y quiero correr a su lado nuevamente, pero no puedo, y no lo haré.

¿Pero cómo voy a evitarlo?

Sí, ¿cómo lo harás, Black?

Miro hacia la ventana de su habitación y recuerdo sus palabras.

Eso es, necesito una protección contra ella.

Vuelvo a la mansión y busco a su tía por todos lados. Finalmente la encuentro en su oficina, mirando hacia la oscuridad.

–¿Puedo hablar con usted?

Se sobresalta y comienza a pasar sus manos por sus mejillas, torpemente.

Mierda, estaba llorando.

–Claro –dice y luego aclara su garganta.

–Creo que sé cómo podemos mejorar el comportamiento de su sobrina.

–¿Cómo? –pregunta sin curiosidad, ausente de alguna manera.

–Debe comprometerla cuanto antes –digo e ignoro el dolor en mi estómago.

Ella no es tuya, Black. Acéptalo.

–Ah, eso –susurra–. Sí, señor Black, eso ya está en movimiento.

Por un momento no entiendo lo que dice, pero luego lo hago.

–¿Perdón?

–Creo que ya es hora y la familia del Conde está de acuerdo.

–¿La va a comprometer con ese niñato? –pregunto sin poder evitar que el desagrado se filtre en mi voz.

–Tienen casi la misma edad, y creo que se llevaron bien.

–Pero casi no se conocen.

Sonríe triste. –Así es esto, señor Black. Gracias por todo, puede retirarse.

Quisiera seguir cuestionado su pésima idea, pero desisto. Es lo que quería desde el principio.

¿Verdad?

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Comments

Lesly Argumelo

Lesly Argumelo

Nick no hace por conocerla bien, solo la vive juzgando mal

2024-11-29

4

Raquel Sanchez

Raquel Sanchez

Por primera vez, me alegraría que esta protagonista sea virgen, para callarle su asquerosa boca

2024-11-11

4

Irma Ruelas

Irma Ruelas

😡😡😡😒🤨🫣😍😍

2024-06-12

2

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