El vestido de la discordia

Nick

–¿Quieres que la sellemos? –pregunta horrorizada su tía–. Esto no es una cárcel.

–La duquesa seguirá escapando de tener la oportunidad, lo que significa que volverá a ver a su sobrina en una de esas portadas que nos envió –mascullo molesto–. Mi trabajo es evitar que eso ocurra y no podré hacerlo si no recibo ayuda de su parte.

Su tía asiente, indecisa. –Supongo que tiene razón.

–La tengo.

–Ordenaré que la sellen ahora mismo –dice y sale de su despacho.

En cuánto me encuentro solo, mis ojos van al cuadro. Que hermosa mujer, igual que la malcriada que se encuentra en su habitación en este momento, maldiciendo hasta el aire que respiro.

Sonrío divertido. Fue muy fácil engañar a la mocosa. A la hermosa mocosa.

Si me hubiesen enviado fotos de ella y no sólo recortes de los periódicos de fotos tomadas bajo cientos de luces de colores que difuminaban sus rasgos, no hubiese aceptado este trabajo.

Ella es hermosa, una distracción para cualquier hombre, sobre todo para mí que me encuentro en un largo período de abstinencia, no por decisión, más bien por no tener tiempo libre.

Maldito Rick.

Mis ojos se dirigen al cuadro y no puedo evitar sonreír al recordar tener a la duquesa acorralada contra la pared, con su tentador cuerpo pegado al mío. Ni siquiera me avergüenza admitir que me empalmé al sentir su calor, soy un hombre después de todo y ella debe ser probablemente la mujer más hermosa que he conocido.

Es una maldita molestia.

–Una mujer como tú debería ser proclamada un peligro para los hombres –mascullo al cuadro.

–Ya lo creo que sí –dice un hombre mayor a mi espalda–. Siempre le decía lo mismo. Ella fue mi esposa, el amor de mi vida.

–Qué suerte –digo sin pensarlo.

El señor ríe con deleite.

–Así fue, muchacho, tuve mucha suerte. Mi Cathy fue lo mejor que me ha pasado en la vida –dice nostálgico–. Así que tú eres el guardaespaldas de mi nieta.

Mi cuerpo de inmediato se endereza al darme cuenta que estoy frente a unos de los militares más importantes que ha tenido este pequeño país.

–Sí, señor –digo con voz firme.

–Militar, ¿verdad?

–Sí, señor, cinco años en el ejército y tres años en la marina.

–¿Cuántos años tienes, muchacho?

–Veintiocho años, señor. Me alisté en el ejército con diecisiete años.

–¿Y llevas tres años trabajando para el mundo privado?

–Así es, señor.

–¿Y qué tal?

–Aburrido, señor.

El general London ríe, divertido.

–Lo entiendo, muchacho, yo también me aburriría. –Sus ojos me estudian y me obligo a resistir su escrutinio–. Mi nieta me dijo que la encerrarás.

–Así es, señor.

–¿Lo crees necesario?

Arqueo una ceja.

El general vuelve a reír. –Ya veo, la conoces bien.

–No por elección, señor.

Sus ojos me miran risueños. –Mi nieta es como mi Cathy –dice mirando el cuadro que tanto he admirado–. Nacieron para desdibujar los límites.

–Si me permite, señor, su nieta ni siquiera tiene límites que desdibujar.

Sonríe. –Está cansada –dice–. Aunque no lo creas la vida de la aristocracia es agotadora, sobre todo para alguien con el espíritu de mi cacahuetito.

–¿Cacahuetito?

–Nació prematura, era una cosa muy pequeña. Desde el primer momento en que la vi robó mi corazón, tal como lo hizo mi mujer, son iguales.

Miro el cuadro y asiento. Son hermosas, no se puede negar tal verdad.

–Es sorprendente el parecido.

El señor London asiente con una sonrisa. –Sí, y no sólo en lo físico, mi Cathy la educó a su imagen y semejanza.

–¿Y sus padres? –pregunto curioso.

–Mi hijo… digamos que siempre le dio más importancia a las relaciones diplomáticas que a pasar tiempo con su familia, su esposa era igual, por lo tanto mi esposa y yo criamos a Cathy.

–Ya veo –digo incómodo y recuerdo la triste expresión que la duquesa tenía hace unos momentos.

–Sé que tu trabajo es protegerla, pero no lastimes su espíritu –ordena.

–¿Ah? –pregunto.

Golpea mi espalda dos veces. –Lo harás bien, lo sé –dice antes de salir del despacho dejándome con muchas preguntas y pocas respuestas.

Doy una última mirada hacia el cuadro antes de salir del despacho con dirección a la habitación de la duquesa, quien debe estar odiándome en este momento. Me parece bien, yo la odio también por ser tan malditamente atractiva y terca.

Rick por favor sácame luego de aquí, pienso molesto.

Juro que mataré a mi hermano si en un par de semanas no estoy en mi departamento, bebiendo una fría cerveza con mis dedos enredados en el cabello de una hermosa mujer.

Cuando entro a la habitación de la duquesa la encuentro cepillándose su largo y hermoso cabello, sentada frente a un tocador con un gran espejo. Me mira furiosa por el reflejo del espejo.

Sonrío con suficiencia. Hacer enojar a las mujeres es un talento natural.

–Pensé que las personas como tú tenían personal para que les cepillen su cabello –digo burlón.

Deja el cepillo sobre el tocador y se gira. –Ya ves que no, puedo cepillar mi propio cabello. Sorprendente, ¿no?

–Mucho.

–Hoy tengo que asistir a la fiesta de compromiso de una de mis primas –dice malhumorada.

–Si no quieres ir no tienes que hacerlo.

Ríe divertida. –En tu mundo quizá se pueda hacer eso –dice triste.

Pongo los ojos blancos, los ricos y los problemas que se inventan.

–Mi corazón duele por ti –digo.

–Alguien como tú nunca podría entender –dice y se gira para seguir peinándose.

La interrogo sobre el lugar, números de invitados y todo lo que necesito saber.

–No debes preocuparte, Louis será mi acompañante.

–Claro que no debo preocuparme –digo sarcásticamente–, te dejaré en manos del hombre que se dedica a manosearte cuando hay cámaras sobre ti.

–¡Él es mi amigo!

–¿Amigo? Creo que deberías buscar esa palabra en el diccionario, duquesa.

Ahora es ella quién pone los ojos en blanco.

–Te quiero a varios metros de distancia de él, lo digo en serio.

–Que no me provoque o le daré otro golpe para que combine con el que ya tiene –mascullo molesto.

Se gira. –¿Qué diablos pasa contigo? –pregunta furiosa.

Me acerco a ella, furioso también y la tomo de sus brazos. –Mi problema es que no sabes hacerte respetar, eres una maldita duquesa, de un país de mierda, cierto, pero una duquesa.

–No es un país de mierda –replica.

–Lo es. Dile a tu amiguito que controle sus manos o se las cortaré –amenazo.

Sus ojos se abren dos veces su tamaño. –Tú no haría eso.

Me rio. –No me conoces, duquesa y te aseguro que no querrás conocerme. No me provoques.

Sonríe fríamente. –Lo veremos –dice y hace un movimiento brusco que me obliga a soltarla–. Si no quieres conocerme, Nick, no me vuelvas a tocar –masculla.

Ambos nos miramos furiosos, dispuestos a seguir con nuestra pequeña disputa, pero un golpe en la puerta logra que nos separemos.

–Lady Catherinna su vestido está aquí –dice una mujer baja con una caja larga.

–Retírate –ordena mirándome.

–¿Qué? –pregunto molesto.

–Que te retires –dice y se levanta y abre la caja para sacar un vestido minúsculo, con tiras de tela.

–No te pondrás eso.

Me mira con sus ojos verdes tan furiosos que comienzan a oscurecerse en los bordes.

–¿Y quién me lo va a prohibir? Te recuerdo que eres un empleado más en esta casa. Ahora lárgate de aquí antes de que llame a uno de los guardias –dice calmada y con una postura digna de una reina.

–Te lo advertí, duquesa –digo antes de salir.

Esa mocosa sabrá de lo que soy capaz.

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Comments

Martina Zambrano

Martina Zambrano

El guardaespaldas de la foto se ve feito, pobre, flaco, mal vestido, no se parece en nada al adonis azul que estás relatando

2024-09-01

8

Gicela Villegas

Gicela Villegas

jajajja..son tal para cual...jajjaja muy buena

2024-08-06

3

Irma Ruelas

Irma Ruelas

😡😡😡😡😡🤬🤨😒🫣😍

2024-06-12

3

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