Los científicos enviados por el gobierno aún no se rendían. Necesitaban descubrir si el niño era capaz de producir sus propias explosiones, o tal vez necesitaba alguna cierta externa. No importa lo que hiciera falta ellos se iban a hacer cargó de que todo, tanto como fuera necesario.
El pequeño aún estaba en su cama, había pasado la mitad de la noche despierto. Las pesadillas lo hicieron despertar más de una vez. Decidió hablar un poco con su querida estrella. Y aunque no obtuvo ninguna respuesta, como dado que sólo hablaba con uno de sus dibujos, se sintió mucho mejor y decidió que iba a ir un día más a que experimentarán con el. Porque estaba seguro de que al final de todos esos experimentos el podría salir de ese lugar. Gabe se lo había prometido desde el primer día que llego y se lo decís constantemente, así que debía ser verdad.
Con pocas ganas, los ojos apenas abiertos por el cansancio y un cuerpo decaído entro al baño. Seguido por Ana que lo asistió en cualquier petición. Para la llegada del señor Embani ambos estaban listos.
Gabe estaba estupefacto al ver la radiante risa del niño. Había hablado con los investigadores pero no había mucho que podía hacer. El hecho de que Abiel pasara de estar en un estado crítico, a sonreír lo dejó preguntándose qué cosas habrá pasado ese pobre niño.
- ¿Abiel, estás bien? - Preguntó muy confundido y asustado.
- Si, ¿Ya nos vamos? - Le sostuvo las mano al señor Embani.
Era flagrante el hecho de que Abiel no estaba bien. Quisiera decir que al menos por dentro, pero no era así. Incluso sus sentidos no estaban en un buen estado. Sin importar que el estaba dispuesto a salir de ahí a toda costa.
Fueron al lugar donde se haría la prueba de ese día. Al apenas entrar y ver a esas horribles personas a la cara hizo que sintiera escalofríos. Por un segundo perdió en control de su cuerpo y fue como si su cerebro se habría desconectado por completo con sus nervios, a pesar de eso el recuperó la postura muy rápido, causando que nadie se diera cuenta a excepción del hombre que sostenía su mano.
Llevaron a Abiel a una sala especial y una vez recrearon el escenario del día en que se quemó aquel bosque. Abiel trataba de no gritar, pero no tenía control de su propio cuerpo. Los gritos y lágrimas eran parte de reacción al recordar aquel día. Trata de calmarse, por el contrario todo se tenso más cuándo el líquido pegajoso entró por su nariz. Era sin duda el recuerdo vivo de ese día.
Tuvieron una pequeña pausa y al poco tiempo, casi al instante, volvieron.
Al final del día Abiel volvió a su habitación, llorando, cansado y sin ganas de nada. Volvió a su pequeño especio, tomó uno de los tantos dibujos en los que estaban Mr. Star y lo abrazo. Deseaba más que nada sentir una vez más un cálido y reconfortante abrazo de los que él le daba. Abrazando su dibujo se dormio una vez más, tirado, atestado de esa asquerosa sustancia que habían derramado sobre su cuerpo.
El proceso de volvió algo monótono. Todos los días, todo el día ellos se encargaban de hacer que cada partícula del cuerpo de Abiel se estremeciera ante la escena que le hacían vivir una y otra vez de diferentes maneras. Era espeluznante, siquiera los hombres que lo secuestraron se atrevieron a tanto. Ya se había vuelto una rutina, los ojos del pequeño siempre estaban rojos e hinchados. Su garganta por igual, siempre estaba irritada. Por mucho que trataba de no gritar o de no llorar no le era posible. E incluso siendo una rutina diaria de varias veces al día el no era capaz de sobrepasarlo. Trató de soportarlo. Por dos meses siguió las reglas sin quejarse. Su objetivo era poder salir de ese lugar para hablar con Mr. Star una vez más. No pidió ayuda, ni se quejó, ni hizo nada, pero a pesar de todo tanto mental como físicamente en algún punto se canso.
- Por favor, haga lo que sea. No quiero volver entrar a esa sala. - Lloraba frenético.
- Abiel, cálmate.
- N-no quiero. Ya no puedo más. - Hablaba y era difícil escucharlo. Muy difícil.
Su voz había cambiado totalmente. Llorar le dolía tanto como clavar una daga en el cuello, pero no podía evitarlo. Por mucho que lo intentara.
- Ya basta, deja de llorar. Mírame a los ojos. - Levantó la cabeza del niño para que pudiera verlo y se hincó para estar a la par con él. - Se que no es fácil, lo sé. A pesar de eso necesitas ser fuerte, tienes que ser fuerte Abiel, de otra manera terminarás muerto. ¿Quieres morir?
- N-no, claro que no. - Le temblaba la voz.
- Ellos quieren que seas fuertes, no que seas débil. Mientras mas debilidad muestres mas experimentarán, más harán. No llores más. Tu voz se va a desgastar y no podrás hablar igual nunca más. ¿Entiendes? - Lo adentra en la bañera.
- Y-ya no puedo más. - Susurró un poco más calmado, pero aún con la respiración muy agitada.
- Si puedes, ya has soportado mucho. Lo sé. La forma no es demostrar que eres débil a nadie le gustan los débiles.
Los ojos del pequeño lagrimeaban.
- Ayúdame a salir de aquí. - Recostó su cabeza sobre la bañera.
- Te ayudaré, pero necesito que tú te ayudes a ti mismo. Debes comenzar desde ahora, no más lágrimas, ni más gritos. Eres mucho más que todos esos científicos de mala clase reunidos.
- Yo solo quiero verlo una vez. - Expresó y cayó rendido cerrando sus ojos.
Al día siguiente Abiel intentó seguir el consejo de Gabe. Como sospechaba no pudo hacerlo. Por mucho que intentara su cuerpo no soportaba vivir ese escenario. No importa las veces que lo hiciera. No obstante sabía muy bien que había hecho una promesa con las únicas cosas importantes para él. Su querida estrella y al señor Embani. Así que iba a hacer lo que nadie más fuera capaz de hacer para salir, de ser necesario.
Día a día se enfocaba en recordar lo mucho que apreciaba a Mr. Star. Las veces que reía, los días que lo ayudó, el calor de lo que para Abiel era un abrazo. Enfocaba todas sus energías en recordar esos momentos, dispersando no solo los recuerdos pasados, sino también los sonidos a su alrededor. Al principio a penas podía hacerlo unos segundos, pero con el tiempo pudo dispersar cien por ciento los malos momentos por los que estaba pasando.
Estaba muy orgulloso de su progreso. Poco a poco se volvió inmune a casi todas las pruebas que le hacían. Pensaba que estaba a punto de salir, había logrado el objetivo, ¿No?
- Te ves mucho mejor que la otra vez. Tu voz también se escucha muy bien.
- No me atrevería a decepcionarlo Señor Embani. - Dijo con un tono de voz muy bajo.
- La semana que viene te quiero mostrar algo. Creo que te va a gustar mucho.
- Lo que sea que haga por mi es un honor recibirlo. Muchas gracias por todo.
- Pronto, Abiel. Nadie, siquiera el gobierno se atreverá a faltarnos el respeto. - Lo miró serio.
- ¿Que quiere decir con eso?
- Que debes de ser intimidante para que todos te teman.
- No quiero que me teman, Gabe. Si les doy miedo encontrarán otra razón para encerrarme.
- Muy bien pensando. - Le acaricia el pelo. - No estaré aquí hasta el fin de semana. Por favor recuerda ser fuerte, que nadie a tu alrededor se atreva a decir que no eres valiente.
- Por supuesto. - Abraza al hombre. - Cuídese.
Gabe era más que amable con Abiel. Era encantador y carismático. El tipo de padre perfecto, era todo lo que el querría. Aunque sabía que al salir no lo volvería a ver, poder verlo en esos momentos era suficiente.
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