Al darse cuenta de su dificultad para que el aire entre a sus pulmones por la nariz dejó de gritar e intentó utilizar su boca para respirar. Aún estaba muy agitado, era difícil. Estaba aterrado, una bala podría atravesar alguna parte de su cuerpo en cualquier momento o un lobo podría morderlo. Por mucho que intento las lágrimas seguían cayendo. Su cuerpo comenzó a colapsar, perdía el poco oxígeno que le quedaba, sus pulmones llenos de sangre pegajosa y probablemente contaminada no aguantaban más. Una dolorosa y asquerosa muerte, era lo que le esperaba. Era consciente de que así sería.
Mientras veía a un lobo acercarse despacio, con su último aliento trato de mover su cuerpo para que el lobo pudiera morderlo precisamente en el cuello. Estaba a punto de lograr su objetivo, una muerte un poco más rápida, cuándo de pronto todo el lugar se iluminó.
En cuestión de un segundo una esfera cubrió por completo el cuerpo de Abiel. Un rayó de luz hizo contacto directo con la tierra, descendió del cielo con tal fuerza que provocó un gran temblor a kilómetros del lugar. Al mismo tiempo se expandió una ola de fuego, incinerando todo a su paso. Aunque fue solo una ola de fuego el impacto directo con la corteza terrestre de tan colosal destello se sintió en casi todo el país. Cada árbol, persona, animal o insecto en el bosque todo fue incinerado en cuestión de segundos. No se podía observar siquiera algo ardiendo en llamas, todo se había vuelto cenizas al instante. La luz ascendió de vuelta al cielo y desapareció. Poco a poco la gran esfera transparente que cubría por completo el cuerpo de Abiel desapareció y él se quedó solo una vez más. Cuándo la esfera desapareció por completo Abiel se desmayó al instante. Y todo pasó en apenas unos segundos.
Todo paso tan rápido que no tuvo ni la oportunidad de sentir alguna emoción ni miedo, terror, asombro o alegrarse tal vez.
Podía haberse confundido con un temblor, pero que un bosque se reducierá a cenizas con uno solo golpe de un rayo no era para nada normal. Los civiles de las ciudades cercanas estaban atónitos ante la situación que acababan de presenciar.
De inmediato se ordenó una investigación de parte del gobierno. Y así militares y científicos tomaron rumbo al lugar del desastre. Los civiles fueron evacuados, aún no sabían que había causado aquella explosión, jamas vista antes. Aunque la ciudad más cercana estaba al menos a 125 millas no podían tomar riesgos. Si eso volvía a pasar podrían morir muchas personas.
Era peligroso entrar, debían proceder con cautela. Comenzaron la instalación de los equipos electrónicos y a forjar el campamento. La noche se hizo larga, muy larga. Todos los permisos que necesitaban se habían aprobado para las cinco de la mañana y así comenzó la verdadera investigación. El gobernador pidió estar informado de cada detalle e información que se recopilara.
Justo en medio de todo el desastre encontraron a un niño, esto alborotó a todo el personal. Emergencias se llevó cuidadosamente al niño, que parecía estar en perfecto estado, pero eso era algo imposible. A las 8 de la mañana, Domingo 25 de diciembre llegó una carta dirigida al gobernador informando que se había encontrado a un niño en medio de la explosión.
El niño llamó la atención de muchas personas importantes, incluyendo a un excéntrico científico que para su buena suerte tenía mucha influencia en el gobierno. Viajo a Estados Unidos con la intención de comenzar a examinar personalmente al niño. Se ofreció formalmente llevar la investigación. Incluso planteo que sería mejor llevarla en su laboratorio privado para que la información fuera más precisa. Su propuesta fue aceptada sin cuestiones.
El tiempo pasó, las semanas se volvieron meses y así pasaron tres meses en los que Abiel aún no despertaba. La indagación había comenzado. Su ADN, cuerpo, signos vitales eran constantemente inspeccionados. Todo parecía estar en perfecto estado, incluso su actividad cerebral era normal. Era imposible no estar conmocionado ante la posibilidad de que ese niño fuera especial, pero todo en el parecía ser normal.
- Señor, - Entró de repente a la oficina. - despertó. El niño despertó. - Anunció con la respiración agitada probablemente porque estuvo corriendo.
El Señor Embani de inmediato se levantó de su gran silla y se dirigió al laboratorio en el que estaba Abiel.
- ¿Por qué estoy aquí? - Las lágrimas se deslizaban por su mejilla, se notaba su desesperación y miedo. - Libérenme. Déjenme ir. Se los ruego, yo ni he hecho nada.
- Tranquilo, ni te vamos a ha… - Intentó tocar al niño, pero este lo mordió de forma muy agresiva.
- Inyéctenlo. - Ordenó.
- Todos salgan. - Miró a todos esperando a que acataran su orden.
- Señor, necesitamos medicarlo. Sino podrí…
- ¿Acaso me estás cuestionando? Dije que salgan todos. Ahora mismo.
Cada ser vivo allí se apresuró a salir.
- Por favor, déjenme salir. Déjenme salir. - Lloraba y gritaba.
- Tranquilo pequeño. - Se acerca al niño. - Estás a salvo.
- No, no lo estoy. - Cerro los ojos por un segundo y recordó como estaba contra la espada y la pared en el bosque ese día. - Por favor, déjenme ir. Déjenme ir.
- Aquí estás a salvo, nadie te va a hacer daño.
- Yo solo me quiero ir. No he hecho nada.
- Lo se pequeño. No tienes porque preocuparte. Nadie aquí te hará daño. - Se aproximó despacio al niño.
- ¡No! No quiero, no quiero. Suéltenme por favor.
- Si te tranquilizas te soltare, debes de dejar de moverte de esa forma.
- Y-yo, no quiero que me lastimen.
- No te voy a lastimar. - Se acercó y comenzó a remover las ataduras de los pies de Abiel.
Abiel no paraba de llorar, aunque en silencio las lágrimas aún se deslizaban por sus mejillas.
- Quiero, quiero irme de aquí.
- Si me prometes que nos ayudarás vas a salir de aquí en cualquier momento.
- Pero, no quiero ayudar. Quiero salir de este lugar.
- Mi niño, las cosas no son tan fáciles. Haz creado un gran lío, tenemos muchas preguntas y tú tienes las respuestas.
- Yo no se nada Señor, le ruego que me deje ir.
- Pequeño, parece ser que no escuchas. Yo te quiero ayudar, pero tú solo te quieres ayudar a ti mismo.
- Señ- El hombre abrazo al niño y comenzó a soltar las ataduras de sus manos.
- Sino intentas irte te ayudaré, solo trata de ser obediente. - Terminó de desatarlo.
El Niño lo abrazó y comenzó a llorar deliberadamente sobre el hombro del hombre. El señor Embani acarició el pelo del chico, internando calmarlo.
- Tranquilo, ya estás a salvo. Nadie puede lastimarte. - Abiel se aferró aún más al hombre.
Abiel se calmo después de unas horas. Se quedó dormido y el Señor Embani pidió que no lo molestaran más por hoy. No análisis, no pruebas ni psicológicas ni físicas. Solo iban a observarlo por la cámara y los signos vitales que se podían presenciar en tiempo real desde una sala. Sabía que no podía darse el lujo de presionar al niño, tal vez mucha presión podría hacer causar una segunda explosión, lo cual era un peligro para todos.
El día siguiente el hombre volvió, solo el y nadie más. Le llevo a Abiel un poco de comida, pero él pequeño no la quiso comer, no sabía quién era ese hombre y que quería de él. El pequeño sabía muy bien que nadie ofrece sin querer algo a cambio.
- ¿Que es lo que quieren? - Dijo al ver la bandeja de comida. - ¿Que es lo que quieren de mi? - Susurró con su débil voz.
- Ya te lo dije, quiero respuestas…
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