El ambiente era demasiado tenso, los cinco hombres hablaban pidiendo explicaciones del motivo de ser llamados. Sir Cristian no sabía cómo decirles la terrible noticia, pues nunca le informaron que los demás comandantes fueron convocados. Él quería que los demás siguieran en sus deberes para evitar problemas. Así que estaba molesto por la situación actual y sabía de quién era la culpa.
—Buenas tardes, comandantes —la duquesa entró acompañada de Giovanni—. Lamento la notificación de su regreso inmediato, pero era necesario. Imagino que el 1º comandante, sir Cristian, no ha dicho nada aun ¿verdad?
—¿Por qué se me informó apenas de esta reunión? —se quejó sir Cristian.
—Porque me dio la gana de que así fuera —le respondió la duquesa caminando hasta el asiento del Duque en la gran mesa rctangular de la sala de reuniones.
Diannel miró detenidamente a los cinco comandante a su alrededor mientras se sentaba. Estaban Sir Cristian, el 1° comandante, a su izquierda y a su derecha el 5° comandante: Sir Hans Tenv. Casi frente a ella estaban los tres restantes: el 2° comandante: Sir Alexander Jon Kalest, el 3° Sir Thomas Wonster y el 4° Sir Andreas Miguel Veneito. Y en el momento en que se sentó, los cinco hombres la miraron de manera indigna.
—¿Acaso es el Duque? —preguntó Sir Hans.
—No, Sir Hans. Solo soy la esposa de su excelencia, pero —lo miro a los ojos— en su situación actual, yo debo responsabilizarme de sus asuntos tanto dentro como fuera del castillo.
—¿Qué situación? —preguntaron los comandantes.
—Su excelencia fue atacado de camino al castillo durante la expedición —miro al 1º comandante—. Sir Cristian conoce mejor los hechos ya que él estaba a cargo de su seguridad.
Las preguntas llovieron hacia Sir Cristian sin darle tiempo a responder. Sobre todo cuando señalaban su culpa al fallar en proteger al duque. Mediante esa tormenta de ataques, el 1º comandante vio la sonrisa burlona sutil de la duquesa.
—Ya habrá tiempo para que sir Cristian pague su error. Por ahora el asunto a tratar es el envenenamiento de su excelencia. Ya recibió asistencia médica y del Templo, el joven sacerdote creó una capa para extraer el veneno de forma segura ya que es desconocido. Pero el tratamiento es tardío y por ahora, su excelencia está en un sueño profundo.
—¿Qué hay de los responsables? —preguntó enojado sir Alexander.
—Hay dos espías que descubrí en el castillo: una sirvienta y un guardia novato —respondió Diannel—. Tengo las cartas que la sirvienta escribía —ella chasqueo los dedos para que Giovanni le pasara una pequeña caja, de ella sacó las cartas—. Como ven son muchas y el contenido revela una clara traición. El único problema es que no hay remitente y sir Cristian no ha tenido tiempo de interrogar a los espías.
—¿Usted descubrió a los espías? —pregunto sir Andreas.
—Si, pero no pongan esa cara de asombrados, era algo obvio. Joseph y Lola confiaban demasiado en los empleados, era lógico suponer que los engañaron fácilmente.
—Pero, ¿por qué no se sabe nada de esto afuera? —preguntó sir Thomas— ¡¿No cree que este asunto debería ser investigado juntoa a la guardia imperial?!
—Sir Thomas tiene razón —lo apoyo sir Alexander—. Su excelencia sufrió un intento de asesinato. Por lo cual, esto debe saberse para comenzar una investigación en todo el imperio.
—Admito mi error al no decirles de esto —continuó sir Cristian—, pero temía ocasionar caos y que algunos bandidos intenten aprovecharse de la situación de su excelencia.
—Entonces está decidido —hablo firmemente sir Andreas— ¡Debemos ir de inmediato al palacio y asegurar cada rincón de Verlur para atrapar a los responsables!
Diannel pronto se dio cuenta que comenzaron a ignorarla. Los comandantes debatieron sobre opciones sin tomarla en cuenta o pedir su permiso. Solo el 5° comandante la observaba en silencio sin expresión alguna. Entonces, la duquesa se harto de ser ignorada:
—Giovanni, mata a cualquiera que se atreva a salir de esta sala sin mi permiso —su leal escolta desenvaino su espada, miró fijamente a cada comandante esperando a que cualquiera se moviera para cumplir su orden.
—¿Quién se cree que es para amenazarnos así? —se quejó sir Cristian.
—¿Qué clase de pregunta es esa? —Diannel no apartó la mirada—. Soy la Duquesa.
—Ya debería saber que nunca la consideramos como la señora del ducado —dijo sin respeto sir Alexander—. Desde que llegó, no ha hecho más que perjudicar a su excelencia y comportarse como una niña molestando a los empleados.
—Podemos pasar toda la tarde así: ustedes insultándome y yo ignorándolos —Diannel no reaccionó ante las palabras de sir Alexander—. No me malentiendan, no deseo su respeto ni lealtad. La sola idea de que hombres como ustedes luchen por mí, me causa repulsión.
—¿Y por eso trae un desconocido a este castillo y le da nuestro uniforme? —le preguntó fríamente sir Hans, el quinto comandante—. Ni siquiera pensó en los rumores que esto generaría o lo indignante que sería que un simple mercenario porte esos colores. Sobre todo un Arkent, ¿acaso no pensó en lo indignante que es meter al castillo del duque a un hombre con ese apellido?
—Lo pensé —le respondió Diannel manteniendo su falsa sonrisa— y me dio igual. ¿Acaso debería respetarlos cuando ninguno me ha respetado?
—Como si alguien como usted mereciera algún respeto —nuevamente le respondió sir Hans sin una pizca de decoro— ¿Acaso me equivoco?
—Pues el Templo dice que todos los bastardos nos merecemos todo el mal, ¿también lo merece su excelencia?
—¡Nadie aquí la insulta por ser bastarda! —gritó sir Cristian— ¡Es por sus acciones y crueldades, tanto de usted como las de su padre!
Ante esos insultos, Giovanni quería avanzar para cortar las lenguas de todos los comandantes, pero la duquesa lo detuvo y le pidió que se tranquilizara.
“Tengo varias cosas que hacer como para seguir escuchándolos”.
—Oh sí, mi padre… Apuesto que él me recibiría con los brazos abiertos cuando no me quede más opción, como al resto, de irme de Verlur.
—¿A qué se refiere? —pregunto, también molesto, sir Thomas.
—A que el responsable de envenenar a su excelencia está ganando mientras pierden el tiempo insultándome. Es obvio que este traidor planea ser el duque, por lo que debe tener el apoyo de alguien de arriba. Actualmente, Verlur, Lershe y Arank son los únicos ducados que no se involucran con la disputa política sobre el futuro emperador. En tiempos así, es obvio que el bando sin ducados como aliados desea tener al menos uno de su lado. Y ya que dos bastardos manejan Verlur, el Templo estará más que encantado de apoyar al responsable que atacó a su excelencia. Por eso la mayor prioridad debe ser asegurar Verlur y buscar, por nuestra cuenta, al responsable. Así que, nadie aquí irá a la capital a informar del estado de su excelencia.
—¿Cómo dice eso? —se quejaron los comandantes.
—Ahora mismo, el Templo y los responsables del veneno saben del verdadero estado del duque. Cerré el castillo para que la noticia no se supiera entre los plebeyos y demás nobles de Verlur. De nosotros no se sabrá nada sobre el estado de su excelencia, no daremos ningún anuncio. Debemos actuar como si todo estuviera normal.
—Así solo los culpables estarán ansiosos —dijo sir Cristian.
—Y si están ansiosos, cometerán errores —continuo Diannel—. Sus espías están presos, el castillo aislado y el Templo no puede anunciar nada aunque lo sepa porque eso los haría sospechosos. Por lo que el Templo no será problema por un tiempo, sus preocupaciones deben estar dirigidas hacia tres cosas: el asesino, la seguridad de su excelencia y la prosperidad de Verlur.
—Eso ya lo sabemos —dijo sir Andreas—. El problema es que no podemos confiar en usted.
—Ya veo —respondió sin importancia—. Bueno, tomen esto en cuenta: yo podría irme tranquilamente y dejar que los enemigos de Verlur caigan sobre ustedes. Incluso pude haber guardado silencio sobre los espías. Porque, aunque nuestro estimado sir Cristian diera con el guardia, nunca habría dado con Mera ni la fuerte evidencia de las cartas.
Los comandantes guardaron silencio ante eso. Ninguno podría negar que los actos de la duquesa demostraron lealtad como esposa hacia el duque. Claro que eso no cambiaba la opinión que tenían de ella. Eso lo sabía bien Diannel, pero le daba igual mientras pudiera mantenerlos ocupados y, al mismo tiempo, usarlos a su conveniencia sin que lo noten.
—Caballeros, se los diré de nuevo: no me interesa su respeto o lealtad. Piensen que todos sus actos serán únicamente para proteger a su excelencia. No me estarán obedeciendo a mí, sino a él.
—¿Y eso no le molesta? —preguntó sir Cristian.
—Para nada —dijo sin dudar—. Además, puedo asegurarles que soy la que menos quiere verlos. Pero en la situación actual, debo ser fiel a mis votos de matrimonio y soportar su incómoda compañía —sonrió falsamente—. No sean niños y soporten esto tan bien como yo lo hago ¿sí?
—¿Y cuál es su plan, Duquesa? —preguntó sir Hans sin algún respeto.
Diannel se bufo ante ese falso respeto, pero siguió con lo suyo y pasó papeles a cada comandante sobre las minas y sus dueños ilegales.
—Son tres minas, dos de plata y una grande de oro. Actualmente, las tres fueron tomadas por nobles ajenos a Verlur. Pero claro, los trabajadores deben ser de nuestra tierra. Aun así, sus acciones son ilegales y lo saben bien. Seguro planeaban apoderarse de las minas legalmente mientras nos manteníamos ocupados con el asunto del veneno.
—Llevan tres semanas excavando —dijo furioso sir Andreas—. ¡Es imperdonable!
—Tiene toda la razón así que —Diannel miró a cada comandante y comenzó a dar órdenes— Sir Cristian, como 1° comandante se quedara a proteger el castillo y a su excelencia. Sir Alexander, sir Thomas y sir Andreas, los tres deben ir a las minas y reclamarlas en nombre del duque, arrestan a los nobles y cuando las cosas mejoren, que las excavaciones sigan con los nobles que están en los papeles. Esos tres son leales a Verlur y están capacitados para dirigir las minas.
—¿Y qué me dejará a mí, duquesa? —preguntó sir Hans, aun siendo irrespetuoso.
—Usted, sir Hans, se encargará del interrogatorio de los espías, la vigilancia en las fronteras, barrer Verlur hasta que esos asesinos no tengan hoyo donde esconderse y averiguar todo sobre el joven sacerdote que atendio al duque y vigilarlo hasta que le ordene que lo traiga sin escándalos.
—¡Eso es demasiado! No niego mi deber con las fronteras, tampoco me opondré a vigilar al ese sacerdote, pero ¿barrer el territorio? —la duquesa le dio una opción:
—Puede pedir apoyo de los otros regimientos, recuperar y asegurar las minas no debe requerir de todos los caballeros de sus regimientos, ¿comandantes?
—Cierto, podremos darles hombres si los requiere —dijeron los tres comandantes.
—Sobre el interrogatorio, que no sea en el castillo. No sabemos si hay más espías, así que lléveselos y deme toda la información usted mismo, en cinco días.
—¿Me pide irme, interrogar en poco tiempo y luego volver? —sir Hans dejó en claro con su tono lo ridículo que sonaba las órdenes de la duquesa, pero ella seguía divirtiéndose
—¿Acaso es incapaz de hacer eso, sir Hans? Esperaba más del 5° comandante, un hombre que fue nombrado por su excelencia en persona. Tal vez su lealtad no es tan fuerte como pensé.
—¡Eso no! —Sir Hans se molesto—. No dejare que ponga en duda mi lealtad hacia su excelencia —apretó los dientes de furia—, Tendrá la información en cinco días por mi mano.
“Que fácil es molestarlo”. Diannel oculto su pequeña risa y decidió terminar la reunión:
—Bien, pueden ir a ver a su excelencia y luego ir a lo suyo. Las cartas deben ser enviadas con soldados leales. Nos reuniremos semanas antes del Festival de la Primavera.
—¿Seguirá con el festival? —preguntó sir Thomas— pero su excelencia…
—Eso se los informaré en la siguiente reunión. Por lo pronto, sigan con lo que dije y, sobre todo, asegúrense de que no se sepa del estado del duque.
Diannel se levantó y se retiró seguida por Giovanni. Al salir del salón, su escolta no tardó en insultar a los comandantes y de cómo quería cortarles la lengua. Pero ella no tenía tiempo de pensar en esos comentarios, su mente estaba fija en su media hermana y amante, el príncipe heredero. Pero, sobre todo, le preocupaba el Templo.
—Giovanni —hablo Diannel—. Mañana iré al templo Shajdy, hablaré con el Supremo Sacerdote. Asegurate de que nadie se entere de a donde voy, no quiero molestias innecesarias.
—¿Está segura, mi señora? —preguntó Giovanni preocupado.
—Por supuesto porque si tú me proteges, ¿qué puede pasarme?
—Señora… —Giovanni se conmovió y avergonzó por tal confianza— ¡No dejaré que le pongan un dedo encima, mi señora!
“Qué confianza tan molesta. No tenía idea de que era tan enérgico, quizás debí escoger a alguien más. Pero sin duda eso me habría tomado tiempo, así que debo conformarme con él. Bueno, solo será hasta que ya no me sirva de nada y lo envié de regreso a su destino”. Diannel suspiro cansada por la reunión. “No debo pensar así, solo debo preocuparme por mi misma, ser egoísta”.
A pesar de sus pensamientos, ella comprendía la preocupación de su escolta. Visitar el Templo siendo la famosa Duquesa Bastarda no era una buena idea. Pero estaba decidida a ir, porque en el gran templo ancestral Shajdy estaba uno de sus enemigos.
“Cuando termine con mi hermana, él es quien seguirá en mi venganza”.
El Supremo Sacerdote era la máxima autoridad en el Templo. Tan amado como el mismo emperador, tenía un poder equiparable al de la corona. Por eso, no era alguien que la familia imperial pudiera controlar. Menos al hombre que ocupaba ese puesto actualmente. Sin duda, era el más aferrado al amor hacia Dios y las leyes de la fe. Si los aprendices del sacerdocio preguntaran cual es la perfección dentro del Templo, la respuesta es un solo nombre: Yodiveira Marco Verlur.
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Comments
Laura Buitrago Rozo
solo anhelo que en medio de todo esto ella consiga quien caliente su frío corazón y conozca el amor real sin intereses
2023-10-17
2
Faty
estoy con el alma en un hilo
2023-05-30
0
Faty
ay y quiero mucho a Jovanny
2023-05-30
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