Capítulo catorce - ¿Qué tanto miran?
A la mañana siguiente Lisandro llamó a su oficina y avisó que ni él ni Camila iban a ir a trabajar. Lo que preocupó a la joven, ya que no quería que nadie pensara que ellos habían pasado la noche juntos. Esto hizo que Lisandro se molestara un poco. Las chicas de la oficina con las que había estado siempre buscaban la manera de que todos se enteraran de su pequeño amorío. Por lo que él solía tratar de no repetir sus encuentros íntimos más de una vez con ellas. En cambio, Camila le había dicho abiertamente que era algo que no le gustaría que se supiera.
—No quiero que empiecen a hablar de esto en la oficina —dijo ella mientras que buscaba su ropa interior.
—No sé de qué te preocupas —le dijo él mientras le pasaba la tanga, la cual había estado en su lado de la cama toda la noche. Lo que hizo que sonriera al pensar en lo que eso significaba para él —¿Qué estás haciendo?
—No se nota. Me estoy vistiendo. Me tengo que ir hasta mi departamento a cambiarme, ya que no puedo ir a trabajar con esta ropa —le dijo ella, un poco molesta porque él trataba de jugar sabiendo que ella estaba apurada.
—También le di el día libre a Nicolás —dijo finalmente él, al darse cuenta de que sin importar cuanto deseara que ella volviera a la cama no iba a conseguirlo sin una buena justificación.
Ella le pegó con una almohada y se relajó un poco. ¿Por qué no le había dicho eso antes?, se preguntó Camila.
—Ahora que amaneció. ¿Cómo debo llamarte? Lisandro o doctor Cuartuco —dijo ella volviendo a la cama y solo después de darle un largo beso en los labios.
La realidad era que no quería vestirse, ni irse. Pero trataba de ser responsable con su trabajo. Lo bueno era que ahora que él le había dicho que también Nicolás iba a faltar al trabajo, le daba mucha más tranquilidad a su cabecita. Y también hacía que su deseo por quedarse en la cama con él toda la mañana, la provocara.
—¿Estamos trabajando? —preguntó Lisandro con ironía
—No, no estamos trabajando —dijo ella mientras él se subía encima y la besaba en el cuello.
—Si me permites que repitamos lo de anoche, puedes llamarme como tú lo desees —dijo Lisandro en tono deseoso y pervertido.
Ella se aferró a él y después de darle acceso a su interior se dedicó a disfrutar del momento. Volvieron a hacerlo. Esta vez fue menos rudo con ella, sin embargo, lo sintió mucho más placentero que las veces anteriores. Cosa que sorprendió a Lisandro.
¿A caso con ella siempre sería así?
Al terminar se tendieron en su cama para tratar de recuperar el aliento. Habían estado haciéndolo más de dos horas seguidas y el cuerpo de ambos estaba bañado en sudor. Valía la pena tomarse un pequeño receso. Él ya no tenía treinta años y empezaba a notarlo con ella. Aunque su deseo no se calmaba, sus fuerzas no bastaban.
El teléfono celular de Lisandro sonó y cuando él atendió su rostro se transformó.
—¿Cómo que lo pasaron para hoy? ¿Cuánto tiempo tengo? Está bien. En media hora estoy ahí. Dije que está bien —dijo enojado. Cortó la comunicación y tuvo que decirle a Camila que tenía que ir a tribunales por un juicio. Ella entendió que debía irse, por lo que empezó a buscar de nuevo sus cosas para vestirse—. Si quieres te puedes quedar.
¿Lisandro le pedía a una mujer que se quedara en su departamento?
¿Él esperaba que lo hiciera?
¿Qué le estaba pasando?
Aunque él en el fondo anhelaba que ella aceptara, no lo hizo. Camila le dijo que prefería irse también. Otra vez lo rechazaba de manera abierta ¿A caso no sabía quién era él? ¿No entendía lo que significaba que un hombre como él quisiera pasar la tarde con ella?
Camila lo estaba poniendo en un lugar que hacía mucho tiempo que no estaba. En el de ser uno más. Si bien ella no lo hacía consciente, él pensaba que sí. Además de creer que ella solo estaba tratando de jugar con él. Su ego estaba siendo duramente golpeado con cada demostración de libertad o eje de superioridad que esta pequeña abogada irradiaba.
Terminaron de vestirse en silencio, sin un beso o una caricia, como si fueran dos extraños. Ella abrió la puerta del departamento para llamar al ascensor. Tan fría, tan rígida, opinaba él. ¿Por qué se había metido con una mujer así?
En el estacionamiento un hombre se le acercó a Lisandro y le dijo en voz baja que ya habían acomodado las cámaras. Lisandro le dio las gracias y ambos subieron al automóvil. Parecía preocupado, a los ojos de Camila.
—¿Algún problema? —preguntó ella y él le regaló una sonrisa.
—Ninguno —dijo y siguió conduciendo.
La dejó en su casa y se fue. Sin besos ni abrazos. Solo un a dios. Algo frío, pensó ella, natural en un hombre de su clase.
Camila subió por el ascensor sosteniéndose la cabeza. ¿Qué estaba haciendo con su jefe? ¿Por qué no pudo volver a casa y olvidarse de él? ¿Por qué no podía sacarlo de su mente? ¿Qué le estaba pasando a su racionalidad?
Se dio una ducha y se acostó en su cama a dormir un rato. Durante la tarde se dedicó a ordenar su departamento. Aunque Cristian no estaba, necesitaba poner en orden sus muebles. Algo que siempre postergaba porque a él no él gustaba que cambiara las cosas de lugar.
A eso de las cuatro de la mañana se despertó. Tenía insomnio, por lo que se puso a escribir su tesis. Esa semana casi no lo vio a Lisandro en la oficina porque tenían un juicio cerca. Él no la llamó ni le mandó un mensaje, por lo que ella tampoco lo hizo.
¿Qué iba a decirle?
Quizá ya había terminado lo que habían tenido y todo iba a volver a la normalidad. Algo de eso le generaba angustia, pero no sabía por qué. Entendía que con personas como Lisandro era normal que solo fueran encuentros furtivos.
El sábado siguiente Nicolás le llamó por teléfono y le pidió que fuera a la oficina a buscar unos documentos importantes. Quería que los llevara con urgencia al departamento del Doctor Cuartuco. Los necesitaba para un juicio que tenían el lunes por la mañana y tenían que volver a revisarlos, pero la secretaria se había ido temprano el viernes y no estaba disponible.
Camila estaba cerca del estudio porque había salido a correr para tratar de descargar un poco de energía. Así que sentía que no le costaba nada hacerlo. Entró al edificio y el de seguridad le hizo firmar una solicitud de permiso de llave de emergencia. La cual Nicolás ya le había mostrado con anterioridad por si necesitaba ir a las apuradas, como esta vez.
La oficina se veía bastante oscura, tétrica y sin vida ese día. Por lo que Camila se limitó a buscar los documentos Ya con estos en la mano volvió a salir y a dejar todo en orden. Se tomó un taxi para tratar de llegar lo antes posible al departamento de su jefe. Se sentía tranquila porque sabía que Nicolás iba a estar ahí y no iban a volver a verse a solas. Así que trató de que ni se pasara por su cabeza la posibilidad de estar otra vez desnuda junto a ese hombre tan sensual, que ni siquiera le había escrito. Seguramente él ya estaba en otra haciéndole las mismas cosas.
Cuando por fin pudo entrar al edificio, le habían pedido que dejara su pase de la universidad en la entrada, ya que no había llevado consigo su documento. ¿A caso creían que era una terrorista?, pensó ella, y sonrió para sí misma. A diferencia de la noche en la que había entrado al lado de Lisandro. Ahora los empleados la trataban de una manera más reservada.
Dentro del ascensor su cuerpo se estremeció, parecía recordar lo que dentro de él había pasado. Sabía que no debía suponer eso, pero no había podido evitarlo. Ya que era su propio cuerpo el que la traicionaba.
Bajó de él y la puerta del departamento se abrió. Había casi veinte personas en su living, en el mismo lugar donde semanas atrás él y ella habían hecho sus cosas. Le dio vergüenza recordarlo mientras entraba.
Cuando le entregó la documentación a Nicolás, este se lo agradeció y le pidió que entrara. Sus compañeros se quedaron mirándola. Nicolás le pidió que se acercara al living con los demás mientras se disculpaba por molestarla en sábado.
—No hay problema —dijo Camila mientras recibía un vaso con agua por parte de su superior.
—Se ve que estabas ocupada —dijo él al ver que vestía ropa deportiva. Y al parecer había estado haciendo ejercicio.
—Lo siento por venir así. No me di cuenta. Estaba corriendo cuando me escribiste y como estaba cerca de la oficina no volví a casa a cambiarme —explicó ella para justificar su ropa. Sabía que no debía hacerlo, pero para ellos era raro verla así, ya que siempre en el trabajo estaban de traje y camisa.
De todas formas, era solo un top y un short corto, no era para tanto. Aunque ella sintiera que quedaba fuera de lugar, sí prestaba atención a cómo estaban vestidos. Todos ellos llevaban camisas y pantalones de vestir.
Camila terminó de tomar el agua y le dio las gracias a Nicolás. No había llegado a ver a su jefe y tal vez era lo mejor. Ese hombre la ponía muy nerviosa y más aún sí estaba delante de sus compañeros. Dejó el vaso sobre la mesa del centro y cuando estaba por irse, el doctor Cuartuco salió de la cocina y la vio.
Prácticamente, le hizo una radiografía de la cabeza a los pies. Por un instante nadie dijo nada. El sitio había pasado de ser un bullicio a un cementerio.
—Señorita Fernández, vamos a necesitar que haga horas extras. Aunque si sigue así vestida, al parecer, sus compañeros no van a poder trabajar. Como si fuera la primera vez que ven a una mujer en ropa deportiva —dijo y la miró de nuevo —. Nicolás hazme el favor y acompáñala abajo para que se compre algo acorde a la situación.
Después de decir eso se sentó y comenzó a revisar los documentos que ella había traído. Camila se sintió muy mal por lo que Lisandro había dicho delante de todos sus compañeros. Los demás evitaron mirarla después de eso, pero la vergüenza que su comentario le había causado no se iba a ir.
Nicolás la agarró del hombro y le pidió que la acompañara. El edificio donde vivía Lisandro tenía un sector abierto al público donde había varias tiendas de ropa. Aunque todo lo que había en esas tiendas era de marcas muy conocidas por sus elevados precios.
Camila no hablaba mientras buscaban dónde comprar la ropa. Por lo que Nicolás trató de sacarla un poco de esa situación en la que Lisandro la había puesto de una manera tan fría.
—Tranquila que no está molesto contigo. El juicio al que debemos asistir el lunes es muy importante y lo tiene muy nervioso —dijo finalmente Nicolás.
—No te preocupes —dijo Camila, aún molesta.
Nicolás no sabía por qué ella había reaccionado así. A Camila no le daba vergüenza lo que Lisandro había dicho, sino lo que había provocado en sus compañeros.
—Me preocupo porque es mi culpa que terminaras aquí —dijo él y le mostró una tienda.
La ropa en ese lugar no llevaba precio. Lo que hacía que Camila supiera que era muy costosa para alguien en su situación económica. Ella había entrado muchas veces a tiendas así cuando algo le llamaba la atención, pero comprarse algo ahí le valía el sueldo de un mes para una persona como ella, por lo que tenía que gustarle mucho para comprárselo con el dinero de sus ahorros.
Ella normalmente hacía tutoría y ayudaba a otros con algunas materias de la facultad. No cobraba mucho por lo que cada uno de esos centavos habían costado sudor y sangre. Por lo que ella prefería usarlos para comprarse cosas que la hicieran sentirse bien consigo misma. Si bien sus padres la ayudaban con el alquiler y los gastos semanales, a ella le molestaba pedirles dinero para sus gustos. Por lo que le parecía mejor hacerlo de esa manera.
—No tengo dinero como para comprar en esa tienda. Mejor busquemos otra —dijo ella un poco avergonzada.
—Pagará Lisandro. Así que no te preocupes. Y elige todo lo que te guste. Al fin y al cabo, fue él quien te pidió que lo hicieras y no queremos hacer que se enoje —dijo Nicolás mostrándole una tarjeta negra.
Camila sonrió al entender lo que Nicolás pretendía que hiciera. Aun así, ella no se iba a aprovechar de su jefe, y menos delante de él.
Autora: Osaku
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Comments
Laura Puente
eso se llama... humildad ☺️
2024-12-09
1
Luna_Jago
❤️💜
2024-11-18
1
esterlaveglia
madre mía éstos echan chispas 🤣🤣🤣🤣🤣
2024-06-06
2