Capítulo 18: Miedo
Jared y Roma volvieron a casa luego de aquella terrible experiencia, para su buena fortuna, el pequeño Trevor seguía durmiendo tranquilamente en su habitación.
—Iré a cambiarme, ¿podrías acomodar las cosas en la mesa?, por favor.
No hablaron durante todo el camino.
Roma seguía en estado de shock, su expresión asustada y pálida le hizo entender a Jared que se trató de algo terrible. Estuvo a nada de ser violada, la mera idea le provocó náuseas y en cuanto pisó el baño, vomitó jugos gástricos dolorosamente. Uno tras otro, continuó vaciando el contenido de su estómago, mientras unas frías lágrimas recorrían sus mejillas.
Estaba teniendo un ataque de pánico.
Pero no podía verse así, no frente a Trevor.
La jovencita mordió su puño izquierdo para no gritar y despertar al bebé, luego, volvió a vomitar sobre la jarra que tenían como taza. Fue una visión asquerosa, sus lágrimas se combinaron con la plasta café que salió desde su pequeña boca.
—Esto es horrible —susurró —. Me siento mal.
Ella sabía muy bien cuáles eran los peligros de vivir entre mercenarios, a pesar de que sus benefactores la cuidaban muy bien, en el fondo, temía que una experiencia como esa ocurriese. Y para desgracia suya, sucedió demasiado pronto.
—D-Debo tratarme las heridas —murmuró.
Roma se miró al espejo una vez más, su piel blanca y cabellos negros no hacían buen juego con el enorme moretón en la mejilla. Lucía realmente mal, sobre todo, porque ella misma no recibía golpes muy a menudo.
Sacó del tocador una crema especial para los golpes, ella misma la creó con ayuda de un alquimista errante que contrató Sir Balian hace unos meses. Además de la cocina, Roma estaba interesada en la alquimia básica, quería producir sus propias pociones y ungüentos para curar a las personas, era un sueño inocente, pues ella no tenía educación formal, tampoco un maestro que le enseñara lo básico. En su lugar, aprendió con los libros que Sir Balian fue comprando durante sus aventuras y de vez en cuando, con ayuda de alquimistas errantes que vendían sus pociones al mejor postor.
Algo es algo, dijo un calvo.
—Tranquila, tranquila… No me violó, estoy bien… —Pero, definitivamente, no estaba bien. Roma volvió a vomitar pura saliva con gargajos amarillentos, su crisis nerviosa ni siquiera había empezado la peor parte. El llanto se volvió más intenso y conforme pasaban los segundos, quería darse de golpes contra la pared.
Odiaba sentirse así, sobre todo, cuando sus preciados benefactores le dieron la tarea de cuidar a Trevor.
No quería preocuparlo, ni causarle problemas.
“Soy una mal agradecida, tengo que ser fuerte, por todo mi pueblo, por mi hermano menor. Todos están muertos, todos murieron y yo soy la única sobreviviente. Debo vivir, debo mantenerme firme…”
Imágenes del pasado se mezclaron con el presente.
Sangre.
Fuego.
Destrucción.
La silueta de un humanoide monstruoso, cubierto de ojos por todo el cuerpo y cargando enormes garrotes de batalla.
Roma jamás olvidará ese día, cuando el ejército celestial destruyó su pueblo natal junto a una horda de salvajes. Ni siquiera el valor de los defensores pudo impedir la inminente destrucción, ella los vio caer uno por uno, oculta junto a su hermano menor, en lo profundo de una bodega de granos.
Primero se hizo la valiente por su hermano pequeño.
Pero al cabo de unos minutos también lloró, mientras la vida que tanto amaba se escapaba entre gritos ahogados.
Y entonces, llegó la pesadilla.
—¡Vámonos! —Por un instante, Roma pensó que estaba salvada, un soldado imperial la descubrió acurrucada en el fondo de la bodega, junto a su hermanito aferrado a su brazo derecho.
—Sí, vamos… —murmuró.
Roma tomó a su hermano de la mano y ambos corrieron siguiendo al soldado.
A su alrededor, solo había cuerpos destazados, sangre desparramada en el piso y tripas flotando alrededor. Un infierno total, irreconocible a sus más preciadas memorias.
—¡Vámonos! —Y luego, todo se volvió negro.
A lo lejos, algún salvaje había arrojado una piedra directo a su cabeza.
Ella ni siquiera opuso resistencia, cayó desmayada, soltando la mano de su hermanito y dejándolo a merced de todo el caos que ahí ocurría. Cuando despertó, no encontró a su hermano y en su lugar, la batalla había terminado.
No quedó nadie vivo, los cuerpos eran irreconocibles y la única figura que distinguió, luego de 2 días enteros buscando, fue a su pobre hermano asesinado en una cruel manera que sería mejor no describir. Algunas cosas jamás debían contarse en voz alta y esta, por desgracia, era una de ellas.
De no ser porque la compañía de los Lirios Negros pasó por allí, ella hubiese muerto junto a todos los demás. Se salvó de milagro, nada más, nada menos.
—UGH. —El dolor de garganta le regresó a la realidad.
Roma se vio una vez más en el espejo, semidesnuda y cubierta de vómitos.
—D-Debo vivir. —Se dijo a sí misma.
Cerró los puños fuertemente y tiró los jugos gástricos hacia el agujero de desperdicios, luego, se dio una ducha rápida y al cabo de unos minutos, ya estaba de regreso en la casa, con las heridas medianamente tratadas y una expresión tranquila sobre su rostro.
O al menos, eso intentó.
Jared había ordenado las cosas en la cocina y de paso, tomó asiento sobre un sofá que Sir Balian guardaba en la sala principal.
—Ya estoy aquí, debo preparar el desayuno.
¿Qué podía decirle?, Jared pensó en preguntar si estaba bien, pero aquello era realmente estúpido. La pobre chica estuvo a nada de perder su virginidad con un desgraciado, había sido golpeada, humillada y aún lucía muy asustada, a pesar de haber parado de temblar, Jared sintió como la presencia de Roma parpadeaba sin darse cuenta.
Entonces, se puso de pie y sonrió.
No fue fácil, él también sentía enojo e impotencia por no haber podido ayudarla él mismo. Tuvo que venir un extraño a salvar el día.
—¿Quieres qué te ayude? —Fue todo lo que pudo decir.
—Claro… Y gracias de nuevo, salvaste mi vida…
—Yo no hice nada, solo gritar —lamentó Jared, mientras inclinaba su semblante para no verle a los ojos.
—Tus gritos atrajeron la atención del caballero negro —respondió Roma —. No será fácil olvidar esto, posiblemente nunca lo haga, pero al mismo tiempo jamás olvidaré lo que hiciste por mí. Dices que quieres trabajar para la compañía, podría hablar bien de ti al capitán y ver si tiene lugar disponible, ¿te parece? —Roma se forzó a sonreír, quería verse fuerte ante el niño pequeño también.
A diferencia de Trevor, la edad de Jared le permitía entender bien sus palabras, pero no todas sus intenciones.
—Sí, gracias. —Jared tomó la oferta, después de todo, prefería estar con los Lirios Negros, en lugar de los infames Saqueadores Musculosos.
—Ahora, si quieres ayudarme, vamos, te enseñaré a cocinar.
Ni Roma, ni Jared, olvidarán ese día.
El miedo no desaparecerá así como así, los perseguirá por días y noches, a través de los años, como una serpiente invisible capaz de triturarlos poco a poco, hasta la desesperanza sombría. Aun así, los dos pequeños se juraron a sí mismos seguir adelante, pese al miedo y el dolor, en tiempos duros como aquellos, solamente los más fuertes podían sobrevivir.
A ese nivel habían llegado.
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